miércoles, 5 de enero de 2011

Un ángel enorme en el Ombligo del Mundo


Cuenta los mexicanos en plena avenida. Hace dos siglos por estas tierras vivía un ángel enorme y de piel color bronce, con alas tan bellas que parecían nubes de pluma, hechas para no tocarse. Volaba de un lado a otro con peculiar vuelo de ángel, elegante y enigmático. Sin embargo, había dos características esenciales que no habían reparado los simples mortales, y era que en lugar de tener talones en los pies tenía alas, muy coloridas y frágiles, además de ser sucesivamente cambiante de ángel a mujer; sin que algún rasgo determinado de ello en el rostro se le notase, pues siempre tenía la misma cara, su cara de ángel.

El ángel no se incomodaba de la inmensa alegría con la que lo recibían los hombres, dejaba un colorido camino de tranquilidad e independencia por los lugares en donde pasaba, decía siempre en cada vuelo, en pos de la Patria, y la Historia.

Explican los hombres que por eso en esta planicie rodeada de volcanes, nunca se vieron esclavos, pues aquí vivía el ángel enorme, en el Ombligo del Mundo, la dicha y la libertad.

Así luego, el ángel iba por tantos parajes pudieran recorrer las alas que llevaba por talones; deteniéndose en ciertas aldeas para difundir su mensaje más esencial, la paz entre su hermano el hombre. Pero, cierto día, la realeza Lampart comenzó a fraguar para ponerle una emboscada, y gozar del sometimiento de las civilizaciones nuevas que florecían con ingenio a su alrededor.

El ángel enorme palideció, y decidió muy triste volar lejos del corazón del hombre, lejos del Ombligo del Mundo. Se fue desvaneciendo en el polvo hasta el desierto, encadenando su libertad al olvido. Nunca más se volvió a saber de él y su mensaje.
Los hombres desconcertados, y temerosos de que alguien hubiera secuestrado a su ángel, se enfrascaron en batallas, y absurdas guerras. Sangrientas y descomunales ofensivas de contra ataque bullían sobre el dolor, y la barbarie.

El mundo tembló de madrugada, día y noche. Tiró lo irremediable; estatuas y monumentos de espurios reyes, y de apócrifos ángeles, propiciando que grandes imperios se redujeran a escombros. Mientras tanto, la voz imperante se encubrió en la hambruna, y en la sed; en la bajeza de los reyes nunca concebida. Y flores, y semillas se malograron en los sedientos campos, en la sequía de lagunas, ríos y fuentes.

Pasado un siglo después. El ángel se enteró por el rumor de las corrientes doradas del desierto, que los hombres de mal corazón habían retornado al olvido, y al desaliento. Pensó en la manera de restaurar su mensaje en el Ombligo del Mundo; que poco a poco se hundía en la absoluta desolación de la dictadura. Pero, ¿cómo lo haría? Enseguida, se le ocurrió fijarse en la memoria de los hombres revolucionarios y de ideales, representando la victoria de paz e independencia sobre cualquier acontecimiento de sangre.

En tanto, pidió al viento del desierto que lo retornase al pueblo de cordilleras y volcanes, cerca de su gente. Se desprendió en seguida, de la cadena que conservaba su olvido y, emprendió su regreso trayendo consigo una corona de laurel, que hizo de la esencia de cada bosque virgen.

Acto continuo, el pueblo mexicano contempló con admiración y asombro, como de las entrañas de la tierra se alzaba en todo su esplendor su auténtico ángel; vuelto en rachas de aire dorado, y polvo lejano: a un pedestal sobre una columna adornada con palmas, guirnaldas, anillos y nombres; tornada en algún lugar del sol bajo relieve. Pero, sin embargo, dejando al descubierto una que otra parte secreta de su cuerpo, sus bellos senos de ángel.

Así pues, y finalmente, en cada ocasión que se observa el Monumento de la Independencia, sobre el hermoso e iluminado Paso de la Reforma; observamos como emerge un enorme ángel dorado, sobre la victoria de otros tantos de buen corazón que permitieron un Ombligo del Mundo: pacífico, moderno e independiente.

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