domingo, 30 de enero de 2011

El Barrio de Tepito



Es mejor conocido por el Chirín, pero su nombre es Evaristo, pero quien no le diga Chirín en el Barrio de Tepito, se arrepiente, porque él se come a sus víctimas, es caníbal. Ella es Alejandra, una esposa obediente y sumisa. Alejandra se enteró que el Chirín era caníbal un mes después de que se fuera a vivir, o a rejuntar con él en un cuchitril de mala muerte en el Barrio de Tepito. ¿Se te antoja?, cuestionó el Chirín y ella respondió que ya había comido feto ahumado y que no pasaba de ser uno que otro aperitivo en su selecto repertorio de carnes frías. En el Barrio Bravo, el Chirín es conocido como vendedor de electrodomésticos y algunos artefactos y artilugios del mercado negro. Cuando desvían grandes cargas en aduanas clandestinas, o atracan tráileres de trasnacionales, el Chirín no aparece por semanas o hasta meses. Entonces, para argumentar su ausencia Alejandra dice a los curiosos y preguntones que, se encuentra surtiendo otros supermercados o en el remate de prestigiosas firmas de electrodomésticos. La Policía Federal anda siguiéndole la huella, pero sólo encuentran más y más rastros, y nada de su captura. El Chirín es muy astuto y sabe usar el soborno ante jueces y altos tribunales de justicia y avaricia por igual.

Precisamente, hoy sábado el Chirín llegó a su pocilga luego de pasarse la vigilancia capitalina por el arco del triunfo; estuvo una semana distribuyendo lo obtenido en el conato del robo Canacintra: en sus bases, software y piratería china que envió al sur y centro de la ciudad, y artilugios que llegaron de la carretera México-Veracruz. Se encamaron. El Chirín era exigente, rápido y brusco, y luego de venirse en su mujer le daba una soberbia nalgada y la botaba a un lado, enseguida se dormía. Alejandra era tímida y callada, además de conformista, pero el Chirín la idolatraba así, le gustaba ser complacido en todas sus exigencias como era obedecido en todo el Barrio de Tepito, y demás alrededores.

“Amor, antes de que claves el pico, ¿te puedo preguntar algo?”

“Dime en chinga, estoy hecho polvo y quiero jetearme”.

“¿Serías capaz de levantar a un burguesito por mí?”

“Flaca, ayer maté a dos millonetas porque no aceptaron mis reglas, ¿tú crees no voy a complacer a mi reina? Anda háblame. ¿Es de Lomas, de Coyoacán, de Polanco, de dónde?”

“Espera, no”.

“¿Chingas, de dónde madres?”

“Vive en Satélite”.

“¿Y por qué chingas quieres levantarlo?”

“Pues nada más, un antojo de años. Es un burguesito de diez añitos. ¿Has cocinado niños de menos, no?”

“Claro, amor, me he chingado a escuincles y hasta fetitos que botan de tugurios en basureros, por qué no chamacos ya con cojones, pero a ver, dispara. ¿Por qué quieres mamarte a un mocoso de diez años?”

“Para vengarme de una puta madre. Ella me madreó. Me pisoteó, arrebatándome lo mejor que tenía en vida, que era mi familia. Estoy chitándote de un novio que tuve hace años. Me colmó el buche de piedritas, humillándome delante de tanta gente, revolcándome de las greñas hasta la casa. Ella ya está vieja, pero se cree esposa y madre de familia”.

“Entonces, ¿quieres chingarte a su hijo porque te bajó a tu látigo? Todavía te interesa ese hijo de puta, ¿verdad, perra?”

“Claro que no, en mi corazón sólo vives tú, Chirín, eres lo máximo en mi vida, lo mejor que me haya pasado, ese gringo de mierda me caga, sólo siento caridad y lástima por él. Quiero hacer sufrir a su esposa porque me arruinó la vida”.
“Puedo chingarme a ese gringo hijo de puta”.

“No, no, esa mujer ni siquiera lo quiere. Sólo quiero vengarme de ella. La muerte del niño la hará sufrir como perra”.

“Bueno, bueno, está chido. ¿Sabes la dirección de la casa donde viven?"

“Simón”.

“Voy a ordenar que carguen a ese escuincle y lo lleven hasta mi base principal”.

“Pero no hagas que el niño lo golpeen mucho”.

“Si la perra ésa engendró un demonio es mejor, ¿o no? Chístame la dirección. En chinga, mañana hago que le den el levantón, Satélite está cerca de mi business”.

Ya de mañana apenas clareó el alba, el Chirín montó en su carro rojo y aceleró hasta Satélite. Regresó a la semana. Entró a su pocilga, ordenó a Alejandra complacerlo en la cama y ella se entregó sumisa y abnegada al deseo brutal de su hombre. Pero antes de que cerrara ojos y restaurara su cansancio, ella cuestionó:

“¿Has hecho lo que te pedí hace una semana?”

“A gogo, flaquita. Ordené a mis súbditos cogieran al escuincle cuando iba de regreso a su casa y lo dejaran en mi centro de operaciones”.

Ya por la noche, tirándole a la madrugada, en la ceremonia de mi prole lo curtieron todo, vaciándole toda la sangre, le sacaron sesos y viseras necesitaban para el supuesto brujo, y de la cabeza la metieron por una ventana a la casa de la perra, y el gringo ese. Pero ya olvida esa mierdecilla de escuincle, no vuelvas a chingarme con esa madre”, concluyó el Chirín”.

“Sí, amorcito ya entendí”.

El Chirín se giró al otro lado, botando a Alejandra y entregándose al sueño. El Chirín tenía otras cosas en mente y estaba cansado. Alejandra estaba atenta al respirar del Chirín. Enseguida, se incorporó de la cama y acudió a una foto del gringo que ocultaba debajo de una cómoda azul, tan azul como la primicia de un cielo despejado. Siempre que Alejandra observaba la imagen del antiguo esposo, en aquellos años, su corazón y ojos envejecían, aunque esa ocasión sus lágrimas fueron más copiosas, viejas y con cierta melancolía y arrepentimiento.

“Pinche gringuito”, gimoteó, apretando la foto del hombre de ojos azules.
“Ese hijo no te pertenecía, porque era más mío que tuyo, o de mi madre”
El Chirín la escuchó desde un resquicio de la puerta, y le azotó la cabeza en la pared hasta que acabó con ella. Luego se la comió.

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