viernes, 7 de enero de 2011

El hermano menor




– ¿Qué haces que no te largas, eh?

Tu hermano te va a empujar, Fausto, te va a gritar a la cara, pero sin golpearte ¿sabes? A pesar de lo desarrollado de su cuerpo, no va a querer ponerte otra mano encima, porque se lo he dicho que ya no te golpee.

–Ya me voy a ir, para que veas que yo sí tengo el valor del que tú careces.

–Pobrecito, eres mayor que yo y ni trabajas, además ni dije que fueras un mantenido, sólo un pobre diablo.

Todavía no le dices que estás en el ejército y que vas a irte de casa dentro de unos días. Tu hermano te provocara, pero tú no le harás caso. Él está esperando demostrarte lo que se ha fortalecido al estar yendo al gimnasio, ya verás.

– ¿Quién dijo que yo era un mantenido? Tengo una beca y por si no lo sabes yo pago un poco de la luz y gas que tú, utilizas. Pero no hay problema, qué más podía esperarme de ti, el más pequeño de la familia.

Tú pórtate condescendiente, como un buen chico desde que te he educado, mira que eres mi orgullo, tú sabes que te quiero. Ya les he dicho que deben respetarse, que tú tienes muy bonitos sentimientos, trátense como hermanos, por favor no se agredan, son de la misma sangre y yo sufro, porque…

–Claro, pero tú bien sabes que ya no estoy pequeño, y cuándo quieras puedes retarme. Te voy a demostrar que no soy el de antes al que pisoteabas cuando querías, al que le pegabas como si fueras su padre, órale a ver si puedes. Pobre diablo, si tu cuerpo te ayudara, ése de perro triste debería darte pena.

–Claro, mi cuerpo, pero bien tú sabes que porque yo no trago hormonas, que a mí me interesan otras cosas más importantes.

–Estudiar como siempre, y de qué sirve si siempre has sido un fracasado. Estuvieras pagando esta casa, y mira que es mi madre la que se las arregla.

Nunca, Fausto, le conté a tu hermano que tú me dabas parte de la renta de esta casa, ni le he dicho que estamos negociando el precio con el dueño. Pensé que muy pronto tu hermano iba a cambiar. Pero ahora veo las cosas, y no quiero incomodarte. Nunca me perdonaría que se hicieran daño. Hijo mío, sólo ignóralo y date la vuelta. Claro que tampoco quiero que te eche en la cara lo de siempre. Cuando vino tu hermana, yo hablé con ella y le dije que se viniera a vivir aquí, tú hubieras estado muy contento. Pero ella lo pensó y claro, decidió que no, pues no vaya a ser que tu hermano le pusiera otra mano encima.

–Si tú lo piensas así, sí soy un fracasado. Pero no un golpeador de mujeres y, eso es mi satisfacción.

No vayas a provocarlo sacándole a tu hermana a cuenta. Él bien sabe su pecado, mira que se ha arrepentido y piensa cambiar e irle a pedir perdón a tu hermana, créeme, está arrepentido de haber marcado a tu hermana.

–Fíjate como hablas, huevón. Después no andes corriendo por la casa para largarte de una vez. ¡Fíjate muy bien con quien te metes!

–Ya sé quién eres, y no por eso me echo a temblar, sé bien que te gusta golpear mujeres. Y ni una disculpa les pides, y menos a Francisca que tanto mal le hiciste.
A tu hermano, ya no sé si le va a gustar que le menciones a Francisca. Siempre se mortifica pensando en ella, y de lo que hizo que no tiene perdón de Dios, mira que quitarle el derecho a ser madre, pero ahí lo pagará y será muy mi hijo pero la vida se lo cobrara. Pero no quiero que te pelees con él. Déjalo y muy pronto, Dios le juzgará.

– ¿Dijiste la palabra Francisca? Si tú supieras como estuvieron las cosas, ella cuenta todo a su conveniencia. Haber, dime, ¿qué sabes?

–Mira carnal, bien sabes lo que has hecho, y no quiero decirte de más.

No le vayas a decir que tu hermana estaba embarazada, y que por su culpa dejó de ser madre. Francisca lo quiere así. Y decirle sería como traicionarla. Tu hermano no entendería, y haría más grande su rencor hacía ella. Y no es que yo quiera protegerlo. Pero sólo que se ignoren y nunca más se crucen sus destinos, son como agua y aceite. ¡Ella está bien así!...y él que se vaya por su camino, será muy mi hijo, pero ya está grande para que sepa lo que hace.

–Qué, ¿ya se está muriendo de SIDA, tu carnalita?

–Mejor vete, vete por donde entraste. Sino yo me voy…

–Claro, mejor lárgate, tú. Porque a mí, sólo mi madre de aquí puede correrme. ¿No te parece?, si puede con un parásito que no pueda con dos.

–Ya te dije que yo me voy a ir, antes de que tú te vayas a la Universidad de California, yo te voy a demostrar que sigo pudiendo más que tú.

–Tan rápido te vas, y que no piensas titularte, Ave María Purísima, el hijo que todo lo puede se va a ir lejos sin licenciarse. Pero ¿de qué me sorprendo?... Largarse, si ya lo hizo una vez lo puede hacer muchas veces. Que inteligente hermano, tengo. Qué gran noticia, huevón. Y el destino, huevón, usted conoce el destino al que se dirige.
–Sí lo conozco. Y seguro de que tú no quisieras jamás entrar allí. Pues, allí te harían hombre, y te quitaría lo abusador de mujeres, ¡cabrón, este!

Tu hermano se va a encender, pero sólo te va agarrar de la camisa y te va alzar por el aire, como si fueras un niño te va aclarar que no es un golpeador de mujeres, que sólo les da amor a la fuerza. Tú te aguantas todo eso, Fausto. Lo ves a los ojos y ni una palabra de lo que sabes… Tendrás razón de enojarte, mira que yo he sufrido todo lo indecible. Pero si alguno de los dos se hace daño yo puedo morirme de tristeza.

–Bájame y no me grites. Si quieres que arreglemos las cosas como los hombres deja al menos calzarme. ¡Bájame, señor! Ya estoy hasta la madre, y si quieres que nos trencemos, pues allí te lo dejo a consideración, se supone que ya estás más fuerte que yo, puedes defenderte.

– ¿Qué te baje?

–Sí, para que pueda calzarme, señor.

–Que, ¿así no puedes? Necesitas de unos zapatos para poder defenderte. Aguántese como los hombres. Así podría decirme que ha recuperado el valor del que años atrás carece, ¿no?

Nunca, Fausto, quise contarle a tu hermano que sufrías del corazón. Por la misma razón que tú nos lo ocultaste. Pensé, temo todavía, que de eso se aprovecharía para hacerte la vida imposible.

– ¿Qué te pasa, te sientes mal del pechito?, pobre hermano mayor. Hasta las alturas te hacen daño. Pero me gusta ver como sufres. Déjame adivinar, ¿te duele el pecho?
–Suéltame, carnal, por favor.

–Pídeme perdón… qué, ¿por qué ya no te mueves? ¿No me digas que te has muerto? Pobre diablo, igual que su madre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario