martes, 29 de marzo de 2011

Marilù





Pues, dicen que murió en su cama. Yo antes que supiera eso, pensaba que entre sus tantos ataques de epilepsia, se había caído y había encontrado el golpe definitivo que acabara con ella. Pero no, dicen que murió en su cama, que todos estaban durmiendo y, al otro día le hablaron y no recibieron de ella: respuesta. Dicen que le estaban hablando, porque le iban a comprar el juguete de Reyes a su hijo como de ocho o nueve años, mentira tiene seis. Dicen, que el pobre se enteró de la muerte de su mamá y se puso llore que llore, ya a un lado de la casa, ya a otro lado. Bueno, pues Marilú dejó solito a su hijo, porque te cuento que decidió ser madre soltera. Aunque Lalo, el niño se llama Eduardo, no se quedó tan solito, porque tiene la familia de mi tío Ceferino. Total, pero a lo que voy es a decirte que llegamos al rancho en plena noche, vieras como llegamos levantando polvareda en plena noche. Había gente y mucha familia alrededor de tantas fogatas se pudieron encender en una tierra tan noble como lo es Huimiyucan, Hidalgo.

Mi tío Faustino estaba tomando de una botella, con tantos hombres después reconociera, como tíos, primos y demás; personas de familiaridad tan lejana como mis abuelas. Total, después de cruce de palabras, abrazos, condolencias sinceras, que voy acercándome con mi mamá al cuarto donde estaba Marilú, fallecida. El ataúd estaba al frente de la puerta, justo a unos pasos había personas maltrechas y afligidas. Los rostros desencajados se hicieron miradas escudriñadoras en cuanto mi madre y yo nos acercamos. Al pie del ataúd había un precioso arreglo de flores; en sus esquinas cuatro cirios que alumbraban todo lo necesario para llenar el sitio de sombras lúgubres y bailarinas.

Bueno, te cuento que el ataúd estaba abierto y Marilú no se veía, porque estaba cubierta por una sábana blanca, además, tenía un crucifijo en el pecho y un par de rosas, una blanca y una roja. Recuerdo que luego, luego identifiqué donde estaba la cabeza, bueno, además es obvio que los pies estarían dirección a la entrada.

Total, después de quedarme un rato inmóvil y solo, porque mi mamá se había ido a sentar ante el llamado de una señora que después supe era una de mis tantas tías tengo y desconozco tener; reflexioné, hice algunos padres nuestros en silencio. Y luego, y en verdad como que me traicionaba el sentimiento. Me sentí triste, arrepentido, no sé, con ganas de regresar el tiempo y decir que esto no podía estarle ocurriendo a mi familia, y menos a una de mis primas con toda una vida por delante.

Pasaron algunos minutos más, no sé, quería hacerme más a ella; desprender alguna rosa de algún arreglo y ponérsela en el vientre, su vientre ya estaba inflado. Pero no me atrevía a dar paso enfrente de la gente. Total, que me acerco, y a paso lento me postré cabeza gacha cerca del ataúd. No sé como estuvo la cosa, pero ya estaba yo tocando el borde del ataúd, con mi gorra en una mano y observando el crucifijo que tenía ella en el centro de su cuerpo. Mira que, primero creí escuchar como si crujiera alguna vela, algún cirio encendido en algún lugar de la estancia. Pero no, agucé mi oído y el ruido provenía del ataúd, como si quisiera levantarse Marilú y estrecharme, para que ya no la viera tan triste. Y sí que yo estaba triste, pero no al borde de las lágrimas. Pero has de saber que estas cosas de la muerte conmueven, y a mí como que se me aflojaron las lágrimas; apreté los labios tratando de contenerlas. Rezaba algunos padres nuestros y, que me calmo. Luego, le toqué las manos sobre la tela. Quería verle la cara, y lo hice; poco a poco fui levantando un pliegue de la sábana blanca. Ella estaba ya hinchada de la cara y no es broma, pero de su nariz se inflaba una bombita como si ella estuviera inhalando y exhalando aire. Miré su cara hinchada y amoratada, podría asegurar que no era Marilú; podría atreverme a decir que, la muerte adelanta el tiempo a los que fallecen. Sus labios estaban gruesos, tenía los ojos cerrados, y toda ella no era la Marilú que yo conocía; te digo esto y en verdad quisiera retroceder el tiempo y tener el don de devolver la vida. Pero no, sólo soy un familiar más, un espectador de la muerte, un candidato de lo irreversible. Bueno, acomodé de nuevo la sábana y escuché que mi mamá me llamaba desde la puerta. Dejé pasar unos minutos más, me persigné, y salí con la cabeza gacha hacía donde mi madre aguantaba mi presencia; salí con ella y tomé aire, pero fue como si me hubieran echado un aire desolado encima, que se me suelta el llanto, y en mi garganta un nudo que se me aprieta. Mi madre que me da papel, y que salgo yo a un lugar más alejado de tanta mirada había.

Me fui cerca de un corral, lejos de toda presencia y fogatas existían. Y que me suelto llore y llore, recuerdo estuve haciendo muecas, y diciendo tantas cosas para Dios y para mi prima. Total, regresé mis pasos hacia donde estaba todos: entrando y saliendo; desconcertados porque Marilú había explotado del vientre. La cosa fue que un par de horas más, nos despedimos para salir entre trompicones y una polvareda hacia México, pero se me descompuso la camioneta en plena carretera; más adelante me enteré había ocurrido una carambola de autos, porque un tráiler se había volteado. Bueno, dicen que Marilú fue sepultada al otro día, como a las dos de la tarde y que ya olía. Ahora entiendo, porque había cebollas y chayotes al pie del ataúd, y porque los sacerdotes mueren en carambolas de autos, en una región casi inaccesible para la vida, no para la muerte que anda en donde quiera.

Cuerpo y Madre



Cómo agradecer lo que haces por mí, madre. Elevarte un altar no puedo, tal vez una oración. Quisiera hacerte saber que, te quiero todos los días, pero tú has de saber que no soy tan expresivo, puedo darte un beso en la frente y escapar como un niño. No sé que voy hacer sin ti cuando partas, cuando me faltes, cuando faltes en la casa, en la cama, junto a mí. Sé que tengo que ser fuerte y arengar como los hombres, pero sinceramente no quiero aceptar el destino del que todos parten. Tú nos has hecho hombres de bien, hombres que pueden salir adelante, pero no sé si podré salir adelante sin ti. Agonizas y yo ya no sé qué medicamentos son los más eficaces. Sólo el tiempo y las buenas noches me traen fe y esperanza, pero para qué quiero marchitar el presente, si tú te me mueres y para el mal del corazón no puedo bombearte la vida. Siento el dolor y las punzadas que agobian y marchitan día a día tu corazón. Madre, yo no quiero verte sufrir, me han dicho que te duerma definitivamente, pero sinceramente no puedo. Tú me das fuerzas; estás dos últimas semanas las necesitaré. Tú con tu mirada me aconsejas, yo ya lo sé aunque estés casi muerta, para mí no, tu cuerpo y tu sonrisa reverberan de vida.

A mi Musa



Quiero que te entregues a mí con esas palabras que sólo tú conoces. No me importa si tienes crispado el pelo, y las manos de seda hechas para besarse con la fe que yo no profeso a la virgen. Estoy solo y tú puedes descuajar esta soledad, desencerrarme del espejo que me contiene. Mi cuerpo es esa madera crujiente, fofa por la humedad y el encierro que, puede renacer con la fatalidad de tus piernas. Has que la ceniza de mi frente caiga dentro de ti. Observo que tú, todo puedes hacerlo. Vives en un conglomerado de aplausos y palacios. Yo con mi perfil recto, y mis mejillas delgadas, nada puedo hacer. Soy esa gárgola de arenisca sola y desolada que, frunce el seño en cuanto nada le sale bien, no hay nada más en mí que sólo protagonismo. Sírvete en mi cuerpo, en ese vaso de cristal cortado que saben fluir de tu boca, de tus manos, de esa lengua afilada que lo dice todo. Hoy leí hasta tarde y me encontré con el vacío, nada como tus palabras pueden llenar ese vacío abigarrado y revuelto. Nada como tus palabras pueden aligerar mi alma y sacarme de estas paredes enjalbegadas, de esta fatalidad mecánica que hago día a día. Tal vez frunzas el ceño, tal vez te conviertas en aire, murmullos, brisa y hojarasca; tal vez digas que estoy loco, loco a rabiar, enfermizo, pero qué más puedo decir, sí siento que te necesito.

Te necesito en este cuerpo febril, en las paredes húmedas de mis venas, en las arterias lamosas de mi corazón. Tú con tus muslos de luna, todo puedes curar, tú con tu sonrisa implacable y tus palabras bonitas puedes iluminar a este injerto de hombre que ya no puede morir ni renacer, ni en marzo, ni en abril, ni en noviembre. Ciérrame la puerta si quieres, trúncame el corazón, el ruido de sus goznes enmohecidos ya lo conozco, total, sólo quedará tristeza en mi diafragma, mera y vaga melancolía. Vuelvo a decir: te necesito, serás el báculo nudoso en donde podrá descansar mi origen, mi final, y mi crisálido comienzo. Y si gustas, te espero, el vagón está abierto, y hay un convoy para un viaje de dos. ¿Frunces el ceño a mi impudicia hipnótica, a mi lengua y palabrería cursi y barata? Soy el personaje sin relieve, cuajado de soledad y encerrado en su propio yo, (en su grisáceo mundo que, traspira y traspira, buscando la inspiración). ¿Frunces el ceño a mi absurdo? ya lo sabía yo que de mí nada puede importarte, ¿Y entonces dónde pondré punto y aparte, Musa de mi corazón?

domingo, 27 de marzo de 2011

La mariposa




Por: Adrix, mi borrica linda

La primera vez que Gerardo, mi tocayo el Güachis, nos dijo que estaba a punto de dejar el capullo y nacer, nos reímos mucho tiempo, sin entender a qué carajo se refería. Las carcajadas las soltamos pensando en el tamaño de la incoherencia que acababa de decir y lo fuera de lugar de su comentario, surgido a mitad de una plática sobre pantalones ajustados. Ya después entendimos en qué tipo de viaje andaba, lo supimos cuando sacó un papelillo minúsculo con un colorido dibujo, lo partió en dos, se colocó la mitad en la lengua, el resto lo guardó en su cartera y luego lo perdimos por algunas horas. La primera vez que vimos los efectos de su ritual, que siempre comenzaba con la misma frase, la partición del papelillo y el “este es para mi Bachita”, nos sacamos de pedo. He de aclarar que la “Bachita” no es una porción mínima que resta de un porro, no, no en este caso. Aquí, el Güachis se refería a su amada, su dulcinea a la que entregaba todas sus victorias alucinógenas. Bueno, les decía que Gerardo, luego de todos sus preliminares, se metía el papel ese en la boca, cerraba los ojos y unos minutos después, empezaba a simular que rasgaba una vestidura imaginaria que, según él, lo cubría por completo y no lo dejaba metamorfosear a gusto. Hacía cada vez más rápidos y eufóricos movimientos hasta que por fin daba un grito muy agudo, echaba sus brazos hacia atrás, estirados, y su cabeza la metía entre sus hombros, entonces se ponía tenso, abría los ojos fuera de órbita y se dejaba caer al piso con una sonrisa estúpida que poco a poco se convertía en una prolongada carcajada.

Sí, cómo recuerdo la primera vez que presenciamos ese espectáculo, estábamos en un patio olvidado de nuestro honorabilísimo bachillerato, Sebastián, Gerardo, Manuel y yo. Un tipo pasó con pantalones ajustadísimos que levantaban sus ya de por sí majestuosas nalgas, todos concluimos que era muy marica usar prendas así, que no teníamos, a diferencia de las chicas, unas caderas de las cuales estar orgullosos. Mi tocayo no opinó, permanecía mirando al infinito con rostro de ansiedad, fue ahí cuando lo dijo, todos reímos, pero cuando entró en ese shock, no supimos cómo actuar, Manuel y Sebastián se fueron, yo lo levanté, lo dejé sentado y ya que me iba, me detuvo diciendo: “Gerardo, estoy volando, wey…nací, salí del capullo y ahora soy libre”. Sus palabras me invitaron a quedarme, me senté a su lado y le pregunté qué sentía, dentro de lo poco coherente que me comentó, era que podía ver a su madre, que estaba feliz porque él ya no era una carga para ella, ahora era libre y su vida era su rollo.

Poco a poco fui comprendiendo el trasfondo de sus palabras, los días pasaban y los Gerardos se hacían buenos amigos. El Güachis se fue de su casa como unos cinco o seis meses después de que tuvo ese alucín; su madre tenía otro esposo que los trataba del nabo, más a él, se la pasaba diciéndole que era un lastre que no hacía sino vivir del trabajo de un sujeto compadecido que ni siquiera había conocido la entrepierna de su madre cuando él ya había nacido; sí, así, con esas crudas palabras. Entonces el Güachis estaba contento porque se sentía libre, empezó a juntarse con otros tipos con los que nunca conviví mucho, que le enseñaron a hacer artesanías, pulseras, más que otra cosa. Le presté algo de varo y al poco tiempo andaba por los jardines de la escuela ofreciendo su mercancía. No le iba mal, lo cual le hizo pensar que iba por buen camino, yo le ayudaba de vez en cuando, también aprendí algo sobre la magia del hilo encerado, los cuarzos y la alpaca, pero sólo por ayudarlo. No tenía mucho varo, pero su negocio lo hacía sentirse bien, independiente, porque a veces la dependencia económica es un pesar terrible que te hace sentir atado a las normas impuestas por tus padres, y más a esa edad. Yo sentía eso muy a menudo, pero nunca me salí de casa porque sabía que aún no estaba listo para enfrentar la realidad sin el apoyo de esos dos deschavetados, entonces me resignaba y buscaba la manera de hacer mi catarsis, algunas veces, las más, con el desmadre y con el Güachis.

No se malinterprete lo que aquí plasmo, nunca hubo una atracción hacia mi tocayo, lo admiraba, sí, porque representaba algo que yo nunca me atreví a hacer, aprendía de sus vivencias y me imaginaba cómo sería yo en su situación.

-No mames, ahí está- Me dijo el Güachis exaltado una vez que celebrábamos su cumpleaños en un bicho - ¿Quién, wey? – La Sofía, wey, has paro, invítala. Y lo hice, me acerqué a ella (yo sí le hablaba, iba conmigo en secundaria) y la invité a jugar a nuestra mesa, le conté que era el cumple de un cuate, se lo presenté y el pinche Güachis que la abraza y le `planta un besote, así nomás, sin decirle siquiera cómo se llamaba. Es extraño, pero creo que a Sofía le gustó ese arranque y desde entonces empezaron a salir y ese mismo día ella adquirió el alias de “Bachita”, fue más o menos así: Fuimos a la casa de Manuel, que siempre estaba sola, no teníamos más varo para alcohol, pero el Güachis llevaba hierba; preparó un churro y nos lo echamos. Pensé que Sofía se sacaría de pedo, pero al contrario, le agradó el verde invitado y le dio sus buenos fumes. Le quedaba un poquitito al porro cuando me lo pasaron por tercera ocasión y Sofía me empezó a decir “No te lo acabes, no seas ñero, guárdame la bachita”, pero yo me la había fumado ya y me empecé a cagar de la risa, luego el Manuel que dice “Ya la tiró el wey, Sofi, discúlpalo está bien pendejo” y ella siguió alegue y alegue por su “bachita” toda la noche. Cuando ya nos íbamos, el Güachis abrazó por la cintura a Sofía y le dijo “Ya véngase, mi Bachita”. Todavía me es inevitable reír cada vez que recuerdo esa noche.

Siempre que el Güachis andaba con nosotros y empezaba con su “quiero nacer, estoy a punto de dejar el capullo”, se guardaba un cachito de ajo y se lo llevaba a su amada Bachita. Una vez me dijo que tirarse a una vieja en ese estado era la neta, que nada más hermoso y más mágico podía conocer el hombre. Siempre me pregunté cómo podía no perder la concentración mientras lo hacía en medio del alucín, si cuando estaba con nosotros teníamos que esperar hasta que saliera del capullo y se echara a revolcarse de risa en el piso, para poder preguntarle algo y esperar una respuesta mínimamente coherente.

Sofía murió, se colgó cuando se enteró de que era adoptada, nunca entendí por qué le causó tanto conflicto algo así, yo en su lugar hubiera agradecido el tener una familia aunque no fuera la que me parió, pero la verdad tampoco la conocí muy a fondo, en la secundaria era muy depresiva, llegaba a la escuela llorando al menos una vez a la semana, casi no hablaba con nadie, más que con dos o tres amigos selectos; nunca me acerqué. El Güachis no entraba en detalles con respecto a la vida de ella, nada más me decía que tenía muchas broncas encima; ya se imaginarán cómo le pegó esta pérdida, le entró recio a las drogas. Lo apoyé cuanto pude, pero en algún momento nos empezamos a distanciar, él se iba a reaves cada vez con mayor frecuencia, yo rechazaba sus invitaciones porque estábamos en el último semestre del bachillerato y tenía la presión de no adeudar materias, quería largarme ya de esa escuela, no es que fuera horrible, sólo que a mucho de lo que estudiaba no le encontraba sentido alguno y pensaba que, una vez teniendo la carrera elegida, eso no pasaría más: error, pero no viene al caso comentar esto.

Varias veces me quedaba solo junto a él y se soltaba a contarme lo que veía y sentía, bueno, según yo, igual y ni sabía que estaba ahí y nada más hablaba en voz alta. Una vez me dijo que Sofía estaba a su lado y que le estaba diciendo que la buscara, que sabía cómo llegar a ella, esos malviajes no me gustaban nada y fueron convirtiendo, poco a poco, la simpatía que sentía por él, en temor.

A mí siempre me gustó leer, algunas veces me ponía a leerle narraciones fregonas, parecía que me entendía, pero luego me hacía comentarios que nada tenían que ver o me sacaba historias completamente ajenas a la lectura, o se piraba de más, inventando cuentos paralelos. – Imagínate que ese personaje fuera un hombre que tuviera dos cabezas, pero que una se la hubieran volado de un plomazo y aún así siguiera vivo - Me dijo en la ocasión más loca que recuerdo.

Le aconsejé más de una vez que volviera a casa de su madre, pero se molestaba, decía que no estaba dispuesto a perder su libertad para regresar a ver cómo se dejaba mangonear su madre por un pelele.

Salimos, bueno, salí del bachillerato y entré a la facultad, dejé de verlo un buen rato, me hablaba luego para invitarme a fiestas, pero nunca fui. Ayer me habló su madre, está internado en una clínica psiquiátrica, me pidió que fuera a verlo, dice que no deja de repetir mi nombre, que es también el suyo. Los doctores lo tomaron como una simple muestra más de que había perdido la chaveta, de que lo único que le parecía coherente articular, era su nombre una y otra vez, pero su madre, recordando el aprecio que siempre me tuvo, pensó que quizá quería verme, entonces me llamó, es por eso que ahora escribo lo que recuerdo de él, porque mañana lo volveré a ver y quizá mi imagen, aunque sin muchos años en el pasado, caduque de manera súbita cuando me abran la puerta de su celda blanca. Es triste, él que siempre andaba queriendo nacer, volar, ser libre, ahora está en quién sabe qué condiciones en esa cárcel para locos; más de uno se pierde tratando de orillársele al sistema.


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No puedo escribir más, no quiero recordar ya nada, lo último que transcribiré, antes de destruir todo cuanto he escrito, son las palabras que me gritó, semejantes a las de la primera vez, pero ahora cuando me alejaba de su blanco encierro…

-¡Gerardo! ¡Quiero nacer, wey, déjame nacer, este capullo no me deja! ¡Déjame volar! ¡Quiero ser libre!

sábado, 26 de marzo de 2011

Princesa de choco choco, de chocolate


Princesa de fresa y chocolate,
Rimarte quiero una canción,
Israel, quiere rimarte, corazón
Con una flor amarilla y grande
En la orilla del aire, rimarte
Siempre con flautas de té, rimarte,
A pesar de que le duele el corazón.
Después de todo quedan los labios
Esperando a bien tus rimas,
Fresa y chocolate,
Rompope y cereza,
Esperando el centro liquido
Ser cerveza de rompope.
Abre la boca, labios de fresa,
Y yo te hago la corte,
Ceremonioso y sonrío,
Hasta donde quieras te sigo,
Osito de peluche, corazón,
Contigo
O sintigo desvarío,
La tienda de en frente,
Abre la boca, la puerta
Te rimo una canción, princesa envinada,
En forma de corazón, de fresa helada.




PRINCESA CHOCOLATE
apunto de ingerir un envinado.

Es tan atractiva, tan sexi con su boquita de rojo
sus pestañitas quebradas, quebradas,
su cabello negro hasta la madrugada,
sus cejas hasta las sienes.

El viento guerrerense le tuesta de frío,
le tiene coloreada de alborada su fas, su cara,
y entonces ingiere: sus ojos no son de gusto ni de disgusto,
sonríe en dulce llanto.

Adiós-desamor




Hoy Jen se fue. Está bien, yo no puedo detenerle, el amor de lejos es difícil. Qué puedo hacer, cómo puedo detenerle. No hay vuelta de hoja y este amor ya se jodió. Su finta era que fuéramos amigos, pero es que para mí eso ya no funciona cuando se entrega el corazón. Mi corazón no se puede dividir en partes, es simplemente corazón o corazón. Hay momentos en que quiero llorarle, pero sinceramente me aguanto, trato de darle ocupación a las manos, y tregua a este corazón. Algunos lloran por cosas tan simples, por cosas tan insignificantes, yo estoy haciéndome el fuerte para no llorar de amor. Y es que el amor sí está difícil en mi vida, es mi karma y mi último vagón. Total, pero para todo el amor cura algo semejante, y el amor no es la excepción. Sé que mañana va a ser un día difícil, andaré recién remendado del corazón. Pero bueno, ya es noche y no más ojos rojos, del corazón mejor ni hablarle. Hoy no sientes corazón.

El desamor





Levantarse llorando, levantarse a moco tendido con los ojos rojos y llorando las lágrimas de cocodrilo. Hoy me levanté así, y no porque se me ha caído la guitarra que luego cuelgo cerca de mi cabecera, sino porque hoy amanecí como si alguien me faltara, y en verdad me falta, se ha mudado sin mí, seguro y a otro corazón más cerca de por allá. Total, yo sabía que el amor de lejos era complicado, pero no tan difícil. Los sueños no curan todo, la noche agrieta la herida y el dolor es algo fuerte cuando se despierta; hay que curarlo con reposo, ya de noche cambiar los vendajes y sujetaros fuerte al mástil y a los pilares del sano desamor.

Ayer una lesbiana, hoy una cruda


¡Puta! Lo que hoy recuerdo es que estaba con una supuesta lesbiana. Hoy me confunde la cruda. Siento que el mundo me estalla, bueno, no es para tanto, pero sí recuerdo como llegué a mi casa. Lo peor es que también recuerdo las visiones que hice en una casa de familia. Mira que, ellos tienen un concepto bien de mí. Cómo amanecer hoy y tener colgado otro concepto. A claras, recuerdo que fue una trampa de niñas huecas y sin seso, de esas niñas que piensan que, el dinero debe moverlo todo; yo me di cuenta de eso, cuando ya había besado a la lesbiana, y no tenía ni tengo una relación muy estrecha con la chica, sólo puedo decir que es bonita, de familia y adinerada. Pero yo, ¡puta!, si lo hubiera sabido, pues no sé, tal vez y las cosas hubieran sido diferentes. Pero es que estaba borracho, no sé si el plan de las niñas constaba en ponerme más y más alcoholizado. Supuestamente el tequila es para los nacos, dice una de las féminas que me incluyeron en su alevoso plan, yo tomaba tequila ayer. Sucedió que estaba sin pareja de baile, mis amigos se habían ido a bailar, pero yo con los ojos ya rojos los veía, no les perdía mi pista. Platiqué y platiqué con las niñas portaditas y todo bien, dicen que tomaban: whisky, vodka, ron, total, su bebida era otra a la mía, yo ya bien ebrio con tequila, lo suficiente para torcer un poco mi paso si quería recurrir por otro vasito de bebida. Total, el chiste fue que la niña lesvi me llevó de mi sitio a la cocina, el objetivo líquido era una suave y rubia que tenía debajo de la mesa. Pusimos hielo, un jugo de piña y cruzamos los brazos, tomé hasta el fondo, no tanto ella. ¡Y maldita sea que!, se me cruzan los cables como las piernas, y allí estaba yo todo borracho en la cocina y con unas lindas piernas frente. El plan era este, a mí se me preguntaba si era gay, yo como bien pedo quiero demostrarlo todo, pues tuve que besarla, y la besé. Salimos de la cocina, yo con mi vaso medio ocupado de puros hielos, y ella con el suyo a medias agitado de aquel liquido rubio como el sol. Primero la niña lesvi me lleva como de la mano, luego como que recuerdo me solté de ella, hasta llegar al patio, y jardineras; allí estaba su otra prima y otra niña fresa. ¡Y puta! Y que le dice que, no era gay, y hasta le platica del beso frente de mí. Y yo, ¡a chispar rayos! Me sentí engañado, y el hazmerreir de su fiesta, me recargué en una pared, mientras ellas cruzaban más comentarios. Total, yo ya estaba hasta el carajo y, mi tonta y cruzada bebida estaba hasta el full de mi inconsciencia. Y que sus amigas se esconden tras una puerta, y que la dejan sola a la niña lesvi, y yo que la jalo y que me la llevo atrasito de un carro de colección; y allí que comienzo a besarla, nuestros vasos medio tintineaban y se apastaban sobre nuestros cuerpos. El rollo es que allí me di cuenta, más bien me va confesando en que ella estaba confundida. Me platicó del brindis que, hizo conmigo, de su primer amor, y ¡zaz!, era una mujer. Y que comienza a hablarme de esa mujer, de su amiga y no sé qué madres. De los hombres y sus impulsos, de una maestra y hasta del desconcierto de su madre. Total, yo como que, le paraba a ratos y con mi lengua latigueando en alcohol le daba consejos al oído, su cabello revuelto, su aroma a niña bien, sus ojitos, sus labios, su cuerpo; todo me parecía un sueño. Entre consejos y repentinas lágrimas la abrazaba fuerte y le pedía valor para enfrentar su confusión, luego en ratos nos besábamos y le cubría su cuello con el jugueteo de mis labios. Total, estuvo en que ya no hubo mucha resistencia de su parte, y ya me abrazaba. Le había quitado su vaso y lo había puesto en algún lugar de por allí cerca. Total, así pudimos abrazarnos y yo con mis piernitas pegadas a las suyas. Me llegaron voces, y risas flotadas desde la entrada principal, ¡y a chispar rayos! eran ellas, sus amigas, ¡y válgame Dios!, los tíos, y las tías se daban cuenta de no sé qué, pero cierto de que, una de sus niñas consentidas estaba conmigo. Total, hasta que salió la madre y le gritó desde lejos a su niña, le preguntó por un bolso, pero no se enojó. Yo me paré como soldadito a lado de su hija como acatando mis desplantes. Y su madre se fue, yo que me vuelvo a quedar con ella; agradeciéndome con más besos el haberla agraciado frente a su madre para quitarse esa etiqueta que ella a bien, le había puesto de lesbiana y confundida. El confundido era yo, cuando me subió por unas escaleras en caracol hasta un cuarto. La residencia toda seguía con su música, y yo todo con las ansias de seguir tocando aquel cuerpo, pero todo fue un momento, pasión y cordura. Bajé por las mismas escaleras, me despedí de algunos señores, y tanto hombre había organizado la fiesta, además, de la señora y jefa de familia (para mí la más importante que tengo en deuda). Mis amigas y amigos a mi lado, ya les había contado un poco el rollo, y cuidaban mis pasos, bien buena onda ellos, y yo bien ebrio, ¡y a chispar rayos! Total, salí por la puerta principal, con el consentimiento de la familia. Ricitas y voces se seguían escuchando desde las jardineras, luego una voz en la terraza; era ella que, me cuchicheaba el número de su celular. Yo medio anoté la pista y salí orientado por una amiga y su novio. Trepé a mi auto, abrieron puertas y portones, y aceleré hasta mi casa. Desperté hace rato, y haciendo conciencia creo debo dar la cara y volverme a aquella casa, tomar la mano de la supuesta lesvi, invitarla a comer y confesarle mi gusto por los hombres.

viernes, 25 de marzo de 2011

Dios es humano



Ayer te conocí, señor, y eres como todos. Me acerqué a ti como de hombre a hombre y te puse de nervios, también se te olvidan las cosas porque olvidaste mi nombre. Hasta me dieron ganas de ser Dios, pero creo necesitas de mucho tiempo, empeño e influencias, dones. Hay que pasar tu historia escribiendo destinos, imaginado y recibiendo reconocimiento en todos lados y religiones. Tienes una voz bajita y arrugas en el rostro, tu sonrisa es sin dientes, no sé si tengas todos los dientes, lo que sí me cayó de raro fue tu bigote, tus dedos con uñas largas y amarillas ya me los imaginaba. Total, señor, pero pude tocarte, pensé alguna vez esos chistes tontos que dicen que, la presencia de un Dios como tú podría desintegrarme, pero no, pude tocar tu hombro y luego abrazarte. Estoy pensando que tal vez si hubiera sido muy religioso y muy fan de la biblia, me hubiera desbaratado de nervios, o tal vez te hubiera formulado preguntas o te hubiera felicitado por tu creación, pero no, te di mi saludo como de hombre a hombre, y seguro mi voz te hizo dudar mi nombre. Ya se te va la memoria, y sinceramente no quiero dejarte en ridículo ante todos los que te siguen, pero para mí lo más humano es también tener errores. Tú eres humano, señor, y tal vez en un día no muy lejano te llevemos flores, pero quiero decir que tú más que nadie ha marcado mi vida. Te confieso que no soy muy creyente de tu creación, y de tus palabras desperdigadas en diferentes versiones, pero ahora estoy en mi postura y tengo una deuda contigo y es el leerte, aprender de ti como mi padre, seguir soñando y seguir adelante. Tal vez un día llegue a ser un hombre de fe, un padre, un obispo, un pastor o un sacerdote, pero de lo que sí es un hecho es que, podré contarles a otros de que te conocí y que sonríes como yo, con una sonrisa muy tuya, además que eres alcanzable, tal vez no en creación, sino de hombre a hombre, eres humano. Pero la vida quiere que sigas de Dios, porque has hecho excelente tu trabajo, y para mí sólo quieres que, tenga fe en ti como todo hombre que te conoce.

Yo no quiero que me dejes linda borrica


Yo no quiero que me dejes linda borrica, ahora que estoy cansado y quiero reposar en ti. La deriva me da miedo, el vacio y la soledad. Te cuento acabo de cambiarme de casa, y aquí es todo silencioso, obscuro y difícil. Además no ha regresado la luz, ni las ganas de hacer mi cuarto, ni las ganas de volver a ser el mismo. Quiero contarte lo que me pasa, hablar con palabras bonitas, de esas que sólo tú concibes, de esas bocas literatas que has aprendido. Yo sinceramente no aprendo mucho. Total, estimada borrica, te dejo haciendo tus quehaceres, creo yo haré mi cuarto. Tengo un cuarto bien chiquito en donde no cabe nada, ni un cuadro. Estoy con el brazo incomodo al escribirte, pero total, linda borrica te dejo como siempre, alegre y gustosa, ya me has contagiado esas ganas de vivir con tan sólo imaginarte en paso ascendente, repechando la loma. Vuelvo a ser la hélice del aire, gracias por el reposo adrede. Voy a tu lado, soy el rehilete que inspira tu rabo, y tú mi brújula, mi reposo, mi mapamundi.

El sueño a colores



Hoy te soñé Loredianita. Pero mi sueño fue inmaduro igual que yo. No me refiero a un sueño en blanco y negro, no. Fue un sueño a colores, pero yo fui el extremo de la inmadurez, y tú la mujercita encargada de cuidar a tus sobrinos como si fueras su madre. Hace unas horas en mi sueño, yo jugaba con mi balón de básquet valiéndome madres la vida, que los amigos, que la televisión. Pero te buscaba y era tan larvario mi estado que ya no tenías esperanzas puestas en mí. No sé si en aquel momento tenías esperanzas puestas en mí. No sé si en aquel momento tenías a alguien arropándote el corazón, pero yo estaba solo, aunque la monotonía, el gusto por los reflectores habían robado mi atención. El sueño me gustó, porque como te digo no fue en blanco y negro, además fue un sueño que creo duró hasta mi quito sueño. Total, y a ti qué te han de importar estas cosas, dirás fue un simple sueño. Pero para mí no fue un simple sueño, ya tenía tiempo en que no te soñaba, y soñarte fue un indicio de que en verdad no estoy haciendo nada cierto con mi vida, debo verte y tomar las riendas de mi vida. Total, eso a cambio de que me digas que has hecho tu vida, y ya nada puedes.

Ya no quiero hablar contigo, señor, porque cada vez que hablo contigo, me pongo triste y lloro.



Yo no te pido fe, señor. Yo no quisiera pedirte nada, es más que ni me escucharas, pero tengo necesidad de ti. En ti es la única persona que, puedo recurrir en este momento de flaqueza. Ya sé que no es bueno llorar, que a ti no te gusta que te hablen con los ojos llorosos, que tal vez y te conmueves y ya no quieres escucharlos. Pero a mí se me ponen los ojos llorosos a la primera. Sé que te levantas conmigo y me das tu luz. Pero pasa un tropiezo, cuando ya di otro. Has de decir que soy bien llorón, que por cualquier cosa me apachurro, pero yo no sé qué hacer con este corazón que hasta por la mínima cosa se deja caer. Total, señor no voy a ponerme de corazón blando contigo, ni menos voy a pedir milagros y favores. Yo sé que tú existes, pero ahora en quién voy a depositar esta esperanza, el tiempo ya me defraudó, y ahora sólo me tortura esperar. Total, no te pido fe, señor, sólo aligerarme la carga para poder dormir y olvidarme.

La sonrisa



¡Ándale, wey, sonríe, sonríe! Levanta la frente, y sigue adelante, no te dejes caer, levántate, sacude tus rodillas y anda. La vida es rara, tú te has dado cuenta, tú en veces no puedes evitar simular sus rarezas. Comienza de ceros, retorna y emprende, vuelve a la carga. Voy sobre el sendero recorrido, tengo fe en que llegará el tope, la glorieta de mi sitio. Voy a levantarme y seguir el paso, esquivar al bache y seguir hablando conmigo mismo, para aprender el monologo de mis tropiezos, para evitar con otra sonrisa caerme.

El que se enoja



Siempre el que se enoja pierde, hay que esperar, mimetizarse. Ocultar el enojo, las iras que rompen y mientan madres. Dicen que el tiempo cura, y en parte es cierto, pero también desespera, acumula la bilis. Pero siempre hay que esperar, aunque de pálido cambiemos a verde. El tiempo es el mejor maestro, siempre que haya tiempo hay oportunidad, no en la muerte. Vamos a esperar, a aguantarse. Hoy tal vez no es el tiempo, el día indicado, pero ya habrá momento del destape, allí podrás decir que has dado guerra al destino que trunca, al destino que acumula y estanca la bilis. ¿Y a dónde se va cuando se tiene enojo, poco tiempo? ¿A desgajarse la cabeza en paredes? ¿A destrozar a otras personas con palabras hirientes? ¿A insultar a tu padre o a tu madre? ¿A renegar de Dios? ¿O a ponerse a llorar en las esquinas más silenciosas y llenas de luz? ¿Qué hay que hacer cuando un día más se pierde? Dicen que el tiempo es oro molido, pero de una cosa si estamos seguros, y es que la paciencia y el decoro de no perder la forma, es el más preciado tesoro, porque el que se enoja pierde.

sábado, 19 de marzo de 2011

Ciber f@ce


Qué te puedo decir,
@dicto @l f@ce, pinino de l@ @rrob@,
lo menos es tecle@rte @l ritmo uno, dos, tres.
Envi@r sendos mens@jes,
c@minos de p@l@br@s.
Qué te puedo decir,
lo menos es decirte,
cibern@ut@, ciberf@ce,
escribirte un poem@, cu@tro, cinco o seis.
Porque mucho @yud@ el que poco estorb@.
Qué te puedo decir,
@dicto @l f@ce, pinino de l@ @rrob@,
lo menos es tecle@rte @l ritmo un, dos, tres.
Escribirte un poem@, cu@tro, cinco o seis.

L@ mud@



Me lleg@ un poquito de mel@ncolí@, y es que c@mbio de c@s@. T@l vez m@ñ@n@, t@l vez p@s@do este emp@c@ndo mis cos@s. @pen@s h@ce unos minutos me @somé por l@ vent@n@, mi preferid@, y el sentimiento de dej@rl@ h@ inv@dido mi @lm@ de pur@ mel@ncolí@. T@l vez nunc@ vuelv@ @ ver el v@cío que ell@ @ntes me exhibí@, t@l vez l@ c@ntid@d de luz, el chorro preciso que @ veces me inspir@ @ escribir poesí@ t@l vez nunc@ me @comp@ñé. No digo t@l vez, siendo más preciso, nunc@ más volveré @ postr@rme b@jo l@ vent@n@, @diós @ sus ruidos; el c@nto de los grillos, l@dridos, m@ullidos. @diós @ los colores en los @rboles llenos de prim@ver@. Tot@l, no quiero ponerme mel@ncólico, pero es un hecho que m@ñ@n@ mudo de vid@. T@mpoco quiero llor@r, como el que deberí@ llor@r por t@ntos @ños en un lug@r su vid@. Pero tot@l, no h@y otr@ cos@ que me @ncle más que recuerdos y mel@ncolí@. Los techos, l@s p@redes, l@s vent@n@s; tot@l, h@st@ los cl@vos como los focos que no me llevo, voy @ dej@rlos en est@ pl@n@, en est@ cu@rtill@. Comenz@ré un@ nuev@ vid@, un nuevo gusto por l@ ciud@d @sf@lt@d@, el ruido de @utos y edificios. No más, no menos, me voy y todo les dejo, será sólo un c@mbio de rutin@. L@ piel me llevo. Mi polvo les dejo, mi rutin@.

Un regalo de Aída para un libélulo, mi linda borrica


Aída no sé de ti sólo de díA
Isla remota no sé de ti tu soledaD
Dices jumento eso que sabes de tI
Aunque en insecto cuando nací moríA
sólo de día tu soledad.

Hoy quiero hablarte de amor, mi amor. Fingir un poco que nada tiene que ver contigo y conmigo, ignorar el hecho de que mis manos lloran nerviosas al escribir esto; hacer como que no, nada pasa entre los dos. Seré para ti fiel compañera, de esas que, resignadas a la oportunidad cero, se sientan a tu lado y te miran sufrir en medio de un abrazo que lo dice todo.

Hoy quiero hablarte de amor sin decirte nada concreto, porque el amor no conoce concreciones; bien sabes que es un travieso oportunista de ocasiones.

Hoy que te hable, quiero que me mires con esos ojos de pueril inocencia que sólo yo consiento, que me des esos dejos de intimidad que las desgracias suelen permitirnos, déjame que te quiera sin pedirte nada, porque así revitalizo mis noches, en medio de nostalgias sin sentido, entre vuelcos espasmódicos de llanto...

Sí, es cierto, hablarte de amor con falacias yo no puedo, me contengo ¡juro que me contengo! Pero hoy, me has otorgado un deseo, entonces...déjame hablarte de amor y decirte otro tanto...



¿Sabes? Esta mañana desperté
con ganas de aventarte un abrazo sin previo aviso.
Aunque no te conozco, tuve la sensación de estar en tus brazos y me satisfizo, pero no te lo digas porque me temes, porque guardas siempre esta distancia que castiga e incentiva, que sugire y no define. No te lo digas, déjame que te lo insinúe, que lo diga a gotas, sin prisas, ¿no te das cuenta de que entro a hurtadillas a tu vida?


Para que me mires y sonrías, para ti, para aminorar tus tristezas y languidecencias, para que recuerdes que, a pesar de los pesares, distancias y anhelos frustrados, he aprendido a quererte...





ATENCIÓN CON LA LIBÉLULA
es la hélice del insomnio,
la cómplice del mañana,
huele a humedad y a lluvia,
a terrenos baldíos e ignotos.
primero se agita en lo alto,
se mimetiza en la floresta, apapacha lagos,
luego desiertos pensamientos,
no sabría llegar al mar, pero sueña.
Así hasta que agotas sus aspas natura,
con un silencio quejoso e imperceptible.
Entonces allí está ella,
como su compañera de viaje,
la borrica linda de paso ascendente,
le ofrece su lomo, reposa,
le ofrece su trote,
y allí se van repechando el mundo,
y allí se van,
se fueron,
No es tarde.

Cuando el amor se acaba


¿H@y que decir @lgo cu@ndo el @mor se @c@b@? Y@ no quiero verte, d@me un tiempo, estoy en@mor@d@ de otro y de ti y@ no, y@ no te quiero. Dicen que reinvent@rse es l@ fórmul@ p@r@ seguir viviendo. Lleg@ sáb@do y domingo, pero yo sigo siendo el mismo. ¿H@y @lgo nuevo que pued@ h@cerse @p@rte de vi@j@r, leer un libro, h@cer el @mor? H@y @lgo dentro de mí que está est@nc@do, pero @bsurd@mente sigo sonriendo. Que se me @c@bó el @mor, l@s @mist@des, el dinero, pero sigo invent@ndo, reinventándome nuevos cuentos. Dice mi m@dre, más bien ell@ no dice, yo he de entenderl@ en su lengu@je de gestos y movimientos, dice, sigue @del@nte, h@z lo que te guste, lo que te @p@sione, titúl@te, b@utíz@te Testigo de Jehová. Pero yo estoy @quí esper@ndo el próximo derrumbe que, no @c@be con Chin@, ni J@pón; que @c@be con lo que he reinvent@do, con el mundo que no existe, porque si no lleg@ré @ viejo, sonriendo @bsurd@mente.

viernes, 18 de marzo de 2011

Estoy aquí



Te hablo desde la trinchera de la epopeya y el buen gusto, nada como ser escritor y disfrutar una mañana de luz frente a la ventana y panza bocarriba. Estoy, no para desencajar en el circo de la vida, de los hombres que sí hacen algo con su vida, de los hombres que son funcionales, pagan impuestos, declaran a hacienda. Estoy aquí para reírme de los burgueses que tienen todo y no disfrutan de la vida, de esos que viven para trabajar, que se irán a la tumba forrados de billetes. Total, para eso estoy aquí, para disfrutar de mi dulce decadencia y seguir adelante en un mundo mexicano del “sí se puede”.

Amor cotizable




Ella comenzó a quererme, aun no sé por qué, pero yo por su dinero. Era hija de una familia que, era el auténtico monopolio de tanta cadena de laboratorios en la ciudad de México existen. Recuerdo que, todo fue pura coincidencia, yo fui a dejar a un amigo por aquellos rumbos de las zonas residenciales. Mi amigo no tenía una gran mansión más bien era una casa bonita y grande, aunque antigua y llena de insectos sus techos tanto como sus jardines. Era tiempo de lluvias y verde, tal vez era abril. La cosa estuvo en y por aquellas casas de ensueño y diseños tan modernistas encontré a Karen, la vi saliendo o más bien plantada frente a un gran portal, de eso portones que luego dejan salir la colección de coches. Total, nos reconocimos y mira que comienzo a hablarle, no hubo restricciones para que tuviera acceso a su enorme recinto. Hubo atracción, sí, pero yo sinceramente estuve deslumbrado por tanto mundo puede esconder una residencia de uno de los hombres más ricos del país, de una de las familias más ambiciosas de estos lares. Total, Karen tenía un hijo, esto no me lo dijo a la primera, lo supe cuando ya nos habíamos amado. Al principio fue todo para como un juego y un reto, pero terminé enamorándome. Primero, fue un juego de amigos y principiantes, luego ya entré en su familia, tenía acceso hasta al negocio de su familia, de su padre. Recuerdo hice a un lado a mis amigos y amistades. Mi mundo ya era otro y en parte lo disfrutaba, pero en tanto añoraba regresar a mis raíces, y no desconocer a las chicas y amigos que estaban en mi corazón. El amor se me fue acabando por Karen, sólo el dinero, los viajes, no sé, todas esas cosas nuevas que descubres al tener riquezas, autoridad y poder sobre otros me mantenían alegre. Para Karen era yo su todo, ya dije que tenía un hijo, pero yo nunca fui ni su padre, ni su amigo, nunca conocí al niño. Aquella residencia era tan grande que Karen se tomó esas ocupaciones de encargar al servicio su único retoñito. Yo ocupé su tiempo y su corazón. Aunque yo ya me sentía un objeto de su enajenación. No sé, quería presumirme en cualquier parte como trofeo, íbamos a la playa y me cuidaba hasta en el menor detalle. Nunca me celó, pero sí absorbía mi atención, en cada sonrisa, en cualquier broma para divertirse. ¿Y a dónde quiero llegar con este párrafo? Pues es tan simple, a aclararles que nunca se debe enajenar al amor, y si es tuyo, brotado de tu corazón en el menor de los casos debe ser cotizable. Yo estuve arrepintiéndome algunos años, conocí mucho, pero también aborrecí todo lo superfluo y cotizable. Total, abandoné a Karen, no le di ni un hijo, sólo lágrimas y mocos. Y es que me enfermó su obsesión, ya no podía salir a ninguna parte, sino era con ella y su apellido. Me constó volver a echar mi paso. Tuve que apartarme de todos los beneficios que puede una vida de lujos brindarte. Total, ahora estoy en mi casita, disfruto de mi familia, de mi hermano y de mi madre. Estoy rehaciendo el círculo de amigos, las cosas no son las mismas, pero algo es algo, y pienso apenas titularme. Del amor que ahora acepto es un amor que puede decirme algo interesante. Aclaro, me gustan las chicas todavía huecas. Pero sólo es un gusto y un recuerdo en cierta parte.

jueves, 17 de marzo de 2011

No voy a llorarte, señor, como los que acostumbran



No voy a llorar, señor, no lloraré como los que acostumbran llorar en tu nombre. No te pediré milagros con lágrimas en los ojos, no voy a lamentar tu ausencia en mi casa, en mi mundo. Hoy no quiero pedirte nada, sólo quiero que no entres en mi mente, sino me ayudas, sino me orientas a resolver mi vida. Vete Dios, por donde entraste, mi corazón está triste y sólo el tiempo lo cura, tú no eres tiempo ni espacio, ni esa fuerza que anima todo, tú para mí ya casi no existes.

Desesperanza



Por eso no creen en ti Dios, porque siembras desesperanzas con tu ausencia. Porque ni hablas ni te muestras en el cielo. Yo hace tiempo te creía. Hoy relativamente te me has ido. La gente te espera con la mirada sombría y los hombros caídos. Lo que más rabia me da, es que olvides tu creación como si tú nunca hubieras existido. Tal vez sí existes, tal vez el sol y el aire, y la muerte y todo lo feo tanto lo bonito es parte de ti. Pero qué me importa si los jilgueros están contentos, si yo estoy triste. Total, al carajo mi criterio, si no soy ni un soldado de tu nombre. Hasta tus soldados reciben tu espalda. Yo no quiero elogiarte como los que acostumbran a ver la vida de un modo diferente. Yo quiero hablarte de lo que ocurre a mi alrededor, del bajo relieve y el mundo gris que nos ocupa. Pero total, para qué hablar en más y más biblias, si tú no estás en ninguna parte, o te escondes de tu creación, da igual, por ti Dios no existe.

Ausencia



Ándale, señor, bloquéame caminos. Hoy no renegaré de ti, ni reniego. Sé tarde o temprano terminaré volviendo contigo. No estoy enojado, ni triste, tengo un estado relativamente viejo. El tiempo pasa y tú no estás conmigo. ¿Voy a ponerme a orar para sentarte a mi lado? ¿Tengo que buscar en tu libro, de rodillas y en el suelo? Ya no sé donde estés señor. Tal vez no existes, ni has existido. Y yo que creí en algún tiempo estabas conmigo. Has de reírte de mí allá en lo alto, con ese ojo del cielo que lo ve todo. Has de verme aquí sentado hecho añicos. No voy a llorar, no voy a llorarte, porque sé bien que mis lágrimas y gestos no te conmueven. Has de disfrutar de mi revés, de mis desatinos en mal tiempo. Pero no quiero quitarte tu tiempo. El tiempo es el que realmente me da las respuestas que tú no me das. El tiempo me cura, y tú no me curas, señor. ¿Hay que elevar mis oraciones a una máquina de pulso? Pues sí, me pondré a hablarle al reloj, en ti casi ya no confío, por más que me entrego a tu voluntad, como un hijo, un soldado a su bandera, tú me pagas con tu ausencia, con tus fracasos y desapegos. Pero ya no quiero hablarte, señor, tú estás ocupado y yo incierto, y no quiero complicarte, ni quiero complicarme la vida, porque tal vez ni idea tienes de esta vida que has hecho, quiero curarme de ti, de ti Dios, y como te llames, se te va un hijo.

El amor a primera




Yo a eso del amor a primera vista no le entiendo. Claro, sé que debe ser como un flechazo, o un vacío en el estómago lleno de maripositas, pero como que a mí no se me da eso de quedar prendado de la Dulcinea y ella de mí. Creo en la atracción, en el cruce de miradas, y en esa ráfaga momentánea en que pueden gustarse. Pero creer en el amor a primera vista creo es una cursilería, hay atracción, sí, pero tanto así como luego sentir que se abre la tierra bajo tus pies cuando ella te mira, pues no. Tal vez ya estoy viejo para sentir ese dulce mareo, tal vez en mí funcione a la inversa el amor. Total, de una cosa si estoy cierto, y es que en mí funciona más la atracción, puedo mirarla y voltea, puedo flecharla y desaparecer. Pero para decir que en mí el amor a primera vista ha acometido su flecha, pues, por ahorita todavía no. Y tal vez nunca me enamore de sopetón, porque creo yo que el amor a primera vista es para los corazones inmaduros, esos corazones que les gusta sangrar por todo, yo no le hago a ese amor, prefiero salir avante y nunca entregar mi corazón, y si es una mirada, pues que sea más lo físico y la atracción, más no eso que duele si te avasalla con su copa y su arpón.

lunes, 7 de marzo de 2011

Y, otro cuento del Jefe Diego


para el tabasqueño Andrés, porque solo él puede salvar al pueblo, porque él es el pueblo.


Aún sigo sosteniendo que Diego Fernández de Cevallos es un FARSANTE. Sí. Pido una disculpa a mi estimado, pero me arrebata la ira y el coraje por seguir viendo a México hundido en la corrupción, en el tráfico de influencias y, en el saqueo de un gobierno espurio; que aún solapa la existencia de la pobreza extrema ante la riqueza desmedida con su discurso oficial, para Vivir Mejor. Pero, sin embargo, todo es tan fácil de discernir, aunque la autocensura editorial de los medios mal informe al pueblo.

El tejido social se está deshilachando ante la absurda guerra contra el NARCO! Sí. He aquí que yo quiero limpiar las acciones de los hombres que están en plena lucha de sus convicciones y sus derechos; escondiéndose en las sierras, en los montes y en las selvas, con el imputado nombre de GUERRILLA y absurdas connotaciones de realizar SECUESTROS.

Recuerdo de mi abuela Mina el dicho: “El que se junta con lobos a aullar se enseña”. Y a todo esto, lo digo por el conocido “Jefe Diego”, que ayer domingo fue rescatado, desde su mismísimo nido de ratas; su lujosa mansión que poseía en la zona de Punta Diamante, en Acapulco.

Se dice que el caso comenzó en Querétaro a 25 kilómetros de la cabecera municipal de Pedro Escobedo. Ocurrió en plena noche 14 de mayo, en el Rancho La Cabaña… Fausto, el curtido vigilante de la propiedad a día y noche, escucha entrar la camioneta; el ruido de su motor le es familiar, dice en voz baja como temiendo despertar a alguien: “Eran como las 11:30 de la noche, verda que sí patroncito, guárdelo en esa cámara… dense clara cuenta que yo no miento… Bueno, ya entrada la noche…”

Diego llega sólo a su finca agrícola de sembradíos de alfalfa; en donde existen unas casitas cenicientas al centro. La luna ha remontado y su luz cae sobre sus hombros en rayos plateados. Maneja desde un restaurante en una camioneta Cadillac color arena. Exhibe en las manos más anillos que un Saturno en imágenes de texto actualizado. Deja atrás los alambrados de púas de los que últimamente ha estado muy orgulloso en ser el primero en importar a México. Hace frío, sopla el viento y la brisa se ha acumulado en el parabrisas, que casi siempre está cubierto de polvo. Un sudor fresco perla su frente, dejando tras de sí en cada acelere una densa polvareda.

Entra a su rancho por una vereda de terracería, va corriendo la mirada sobre el campo con un aire pensativo. No le ladran los perros, y esto le despierta cierta curiosidad. Sigue pisando afondo el acelerador al tiempo que comienza a reflexionar sobre los mejores momentos de su vida, además, de su retórica a sus colmados 69 años; misógina y racista.

Se estaciona casi junto a la entrada de la cochera. Todo es penumbra y silencio. Los arbustos de lilas le parecen más salpicados de blanco que de violeta; las flores que están a punto de abrirse le traen cierta melancolía. Pero una mosca o un mosquito; se agita zumbando en algún rincón. En tanto, olvida el pañuelo blanco de bastida para buscar algún puro cohiba dentro de la bolsa superior de su chamarra de gamuza. Se lamenta en voz alta al no encontrar cigarrillo alguno, pero al ver algo raro reflejarse en el cofre, interrumpe su soliloquio. Fija su mirada serena en el retrovisor más cercano. Tiene la impresión de ser el centro alrededor del cual se mueve todo. Aguza el oído, se enjuga la frente, y arquea el pecho. Comienza a hablar a la ligera como si continuara el hilo de sus pensamientos, dice: “eso es todo mi inconsciente… ya quieres tus ocho horas de atención en el solitario de la Narvarte, ¿verdad? O, ¿te estás revelando porque hago puras imbecilidades, contigo?”
Enseguida, se apea de la camioneta para recibir una violenta descarga de golpes en la cabeza con una A-K47. Trata de escapar pero es sometido por una mujer que le mete una funda marrón en la cabeza, y lo descalza. Varias manos lo suben a su misma camioneta y le palpan los brazos. Por fin, con un aparato para medir radiofrecuencias le han encontrado el microchip implantado en la espalda.

Son seis hombres los implicados. Diego se resiste a su desgracia. Cuatro de ellos proceden a sacarle el microchip con una navaja de bolsillo. Pero después de unos minutos están sacándole a sangre viva el aparato con unas tijeras que encontraron en la guantera, dice uno de ellos: “ande jefecito…, déjate y te damos un cigarrito; mira que los microchip son malos para la calvicie prematura y la barriguita satisfecha, eh”. Suenan grandes carcajadas falsas que quedan suspendidas sobre sus hombros… Total, le sacan el chip con el mismo entusiasmo salvaje, con el que botan a un golpe de pulgar fuera de la ventanilla.

Diego es bajado de la camioneta para obligarlo descalzo a andar rumbo a un carro negro que, en tanto ha llegado con tremendo sigilo entre la yerba, y con las luces apagadas. El dolor hacer que la frente se le llene de sudor, el viento más pesado de su vida le cae sobre la cabeza, y le sopla el cuello. Las hojas secas crujen bajo cada planta de sus pies, pero nadie se da cuenta de su propio terror que le paraliza el habla, y le apura su delicado corazón propenso a infartarse en cualquier momento de dicha o desdicha.

Todo ha cesado, no se mueve ni una sola hoja ni una brizna de alfalfa a su favor. Se vuelve más profundo el abismo que lo separa con el mundo leal, bueno y sincero. Pero, sin embargo, germina en su corazón un remanso de fe que lo consuela a seguir adelante, sin oponerse a las órdenes de sus agresores; demostrando su capacidad de llanto y sufrimiento en silencio antes de llegarles por la ineludible negociación; caso muy dado en él, porque siempre ha vivido con la filosofía de que todos tenemos un precio, todo en esta vida tiene un precio y hay que pagarlo, reflexiona, apretando con los labios la funda que cubre su rostro.

Diez minutos después, todo Diego seguía dando tumbos a troche y moche. Su cabeza y espalda; recargadas sobre los sillones del vehículo, desangrándose. Pero reinaba el completo silencio, desde el conductor y demás hombres en el lugar copiloto, hasta ambos que detrás lo iban sujetando.

Finalmente, como arte de magia se hizo el camino liso. Brincan la autopista federal 57 más de prisa que de costumbre. El cielo, muy estrellado, parecía haber descendido sobre el asfalto poblado de ruidos nocturnos, y moscos estampados en los faros y el parabrisas.

Otros minutos más, todos se pierden en la obscuridad y el silencio de las altas horas de la noche. Van cruzando ríos y bajando laderas montañosas de la Sierra Gorda; hasta el otro día que se hace pública y en primera plana “La desaparición del Jefe Diego”.

Se levanta entonces una polvareda de rumores, hipótesis y declaraciones; desde las visibles manchas de sangre dentro del vehículo, hasta las incompletas huellas dactilares dejadas en la carrocería.

Dos helicópteros color haba y franjas negras del ejército mexicano, vigilan el área pero Cevallos no aparece. El escuadrón estatal de perros policía, peina la zona confirmando su plana desaparición de predios queretanos por rodadas de neumáticos de una todoterreno. El trino de los ruiseñores viene desde el estanque, pero aún así puede sentirse la muerte en toda la finca, la tristeza y el horror flotan en el aire y la hierba cubierta de rocío. Ahora sí, los ladridos y el monitoreo a un microchip solitario dejan caer el comienzo de un mal augurio.

Para no ir más lejos, a las diez de la mañana, Diego es desamarrado de la silla y despojado de la funda. Hace una mueca como si experimentara un dolor físico. Segundos y, pasa el eclipse de sus ojos brillantes y húmedos. Pero la sangre se le enloquece, se le hace nudo en la garganta, y se le agolpa en las sienes. Se pone como turbado, dejando caer torpemente los brazos. No pudo completar la frase porque en ese momento le pasa un calosfrío de indescriptible terror por la espalda, cascándole la voz. Al frente ve a su aparente amigo, Joaquín el Chapo Guzmán; y a su finísimo cliente, Nacho Coronel; ambos con las manos en los bolsillos de la chaqueta y los pies ligeramente separados.

Aunque pronto estos hombres, le ajustan las cuentas del pueblo con un revés sobre su cara, alzando los hombros y meneando la cabeza. Y finalmente, yéndose ambos ofreciendo el paso con insistentes reverencias hasta llegar a un sillón algo retirado de él, entre sonadas carcajadas de triunfo y felicitaciones.

El sol se ha puesto ya detrás del cerro. Las nubes se ciernen cada vez más abajo anunciando un mal tiempo. Diego grita con un dolor creciente, con un terrible arrebato que marca con sangre las profundas arrugas de su entrecejo, llevándose la cara entre las manos, y pidiendo perdón. La piel de la cara se le pone tirante sobre los huesos, los ojos se le humedecen, doblada la barbilla sobre el pecho y acepta escribir. Enseguida, el Chapo le ofrece una pluma y una hoja para comenzar el recado a su agitada, y preocupada familia de Monterrey. Pero el queretano tiene un golpe en la cabeza y, un tremendo dolor en el brazo y la espalda que lo imposibilita, haciéndolo vomitar sangre con la cabeza inclinada al frío suelo de piedra.

Al otro día los medicamentos le han calmado el dolor. Pero ahora le duele el corazón, está pálido y, le tiembla constantemente el labio inferior. En tanto, redacta la carta dirigida a su hijo mayor, escribe: “Mis captores no les corren ninguna prisa, lo mismo les da mañana que dentro de cien días…” Concluye sin fuerzas para llorar.

Horas más tarde, ponen de pie al capturado para colocarlo frente a una pared cubierta con una amplia bolsa negra, vendado de ojos y sujetando el periódico que tanto ha pregonado su desaparición a nivel nacional con la rapidez de la pólvora en el aire. Le disparan flashes que firman luego como “Misteriosos Desaparecedores”.
Nacho Coronel negocia el trato con la familia, pidiendo hermetismo total. Exige en letras parejas y gordas: “Sin datos, pistas, filtraciones, o exclusivas; porque, si lo hacen no habrá episodios ni escalas; verán la muerte de su padre en vivo y en directo… Un enternecedor saludo, y seguiremos informando”.

Mientras tanto, en una casa de seguridad de la PGR, Salinas de Gortari ha vagado como una sombra desocupada, sin pensar en nada. Aunque, luego con una llamada presiona la máxima discreción de los medios y la opinión pública, para salvaguardar la vida de su íntimo amigo. Desiste desplegar operativos de búsqueda con el FBI, y la DEA, sólo ateniéndose a esperar la negociación del cuestionable secuestrador, murmura entre sí, no es una decisión fácil, pero sí firme. Sigue meditando el asunto y revolviéndose en la silla, mientras afirma con un suspiro, y abraza a su único hijo que juguetea a sus pies.

Justo una hora después, Coronel esboza una sonrisa diabólica acariciándose el negro y cuidado bigote. Con un leve y significativo ademán, ordena papel y pluma. Se arremanga la camisa a cuadros, y hace llegar otro comunicado absolutamente confidencial al hijo mayor de Cevallos. Sin embargo, la respuesta es interceptada por el comandante García Luna en sus instalaciones subterráneas; que enseguida emprende la búsqueda, aunque infructífera, pues, sólo tomó rastros de unas huellas incompletas desde una caseta telefónica que a su vez estaba siendo monitoreada sin que se diera cuenta alguna, más que de su frustrada investigación policiaca.

En tanto, nuevamente, Nacho Coronel se siente defraudado. Levanta la mano para imponer el silencio entre sus hombres, y el desempeño de las cámaras de video. Frunce las cejas. Saca un pañuelo y se limpia el sudor de toda la cara, dejando ver más rojas sus vagas cicatrices, y brillante su cuello tostado por el sol. La sonrisa desapareció de sus labios, y de su entrecejo aparece una arruga acompañada de una contundente idea. Enseguida, hace llegar el dedo índice “de Cevallos” al hijo, pidiendo absoluta discreción, y silencio; para luego dictar su ultimátum de cincuenta millones de dólares en la Catedral de la Ciudad de México, y si no hay dinero, dice el recado, el corazón pronto estará en camino.

El día acordado está más que escrito, y el lugar definido. Los captores hablan con un fiel religioso de toda su confianza; pero éste luego se pone en contacto con altos mandos del capo Beltrán Leiva; delatando el plan de Nacho Coronel, y la zona caliente en donde tiene al penalista famoso y rico que vela por la oligarquía y el régimen; secuestrado en una de sus tantas propiedades de Acapulco.

Los rayos templados del sol lo iluminan todo. Las nubes se condensan, tornándose más obscuras y ya desde la mañana parecía que iba a desencadenarse una tormenta, pero no de balas, pues, tras una llamada telefónica, el Presidente contesta que sí, guiña un ojo y contiene una risa, diciendo: “Gracias, señor Peña... Nos vemos en la Tele. Ah!

En seguida, FCH junto con la SEDENA, y cascos azules delegados por Barack Obama; decide dar el golpe definitivo a una extremidad del crimen organizado que tanto influenció en Ciudad Juárez. Y un grupo de élite de paracaidistas mata a Coronel, y rescata a Cevallos, todo se ve por televisión.

Entonces, se aprecia como Cevallos abraza a Felipe ante un dispositivo de seguridad asombroso. Tiene los diez dedos jaspeados de mugre pero completos, y está lleno de vida y de luz. Además, su carrera y miras al 2012 están en ascenso…
Y aún así, yo, López Obrador sigo sosteniendo que Diego Fernández de Cevallos es un farsante. Sí. Un FARSANTE que ya dará en los medios de que hablar.

Se busca al JJ



Te cuento lo que vi, pero esta vez sin recurrir a las lágrimas sensibleras y estúpidas que me brotan en el más inoportuno momento. Ok. Te cuento lo que vi desde lejos, de cámara a monitor, en una conocida tienda del concurrido Aeropuerto Internacional Benito Juárez.

Eran como las tres de la tarde, todavía la redonda cara del sol se dibujaba a través de los árboles, y en cristales de edificios y autos retachaba en imágenes variadas y destellos metálicos. Como ya mencioné en aquella tienda de autoservicio ocurrió todo, bueno casi todo. Allí, la luz de la tarde ya declinaba, sólo quedaban las lucecitas más rastreras colando por un amplio escaparate, intentando trepar a los lujosos aparadores para morir segundo a segundo en su intento de alcanzar de nuevo el cenit del sol. El clásico timbre de teléfonos y cajas registradoras se expandía como aguacero monótono entre el andar acelerado y el diálogo de la gente revolviendo paquetes, y bolsas de celofán en carritos y demás estanterías; altos anaqueles con tantos productos hoy se imaginaria la señora Globalización de la mano de su marido Capitalismo incluyendo el libro de Marx en una bolsa de plástico biodegradable.

El tiempo prosaico y rutinario se consumía en la región menos trasparente de la delegación Venustiano Carranza, entre el dinero y las mercancías. Todo marchaba como un reloj de aeropuerto, todo normal, todo preciso y en forma. Las pistas de despegue, tenían la densidad reglamentaria del aire para seguir operando sin problemas.

Eran dos conocidos futbolistas, bueno, en realidad eran tres. Pero mejor te cuento lo que vi, de cámara a monitor para no caer en imprecisiones en las que suelo caer, cuando allá afuera hace un frío del demonio.

–Shhh... Shhh... Escucha de nuevo, pero pon atención y escucha…Vodka, brandy, tequila, whisky…

Memo releía a su amigo del alma, Cuauhtémoc, la lista de bebidas que traía en la mano, mientras en su memoria repasaba otra relación de alcoholes de mejor catadura y otros no tanto.

– ¡Cuauh, Cuauh… Temo, espera, espera! Olvidaste el vino chileno y las copas bohemias de tu amigo Cabañas-. Cuauhtémoc era entrañable amigo de Salvador Cabañas, era robusto, de anchas espaldas como de tortuga y tenía una notoria joroba que lo hacía bajar la mirada, aunque siempre marcando en su boca una sonrisa entre paternal y amistosa, capaz de iluminar la noche más lúgubre, tipo Mel Gibson pero a la tepiteña. Sonrisa que no pasaba desapercibida en su programa de televisión: La hora de Cuauhtémoc Blanco.

– ¡No la hagas! –decía Cuauhtémoc, guiñando el ojo y chasqueando la lengua–. Para eso te tengo a ti… Memito, mi ricitos de oro jalisciense. Y tú aquí tienes a tu brother a uña y carne... ¡A tu brother, camiseta número diez! ¿Entendiste, mi Paco Memo? ¡A tu brother!

Memo Ochoa se encontraba escogiendo los vasos de plástico más grandes y resistentes. Era cancerbero americanista de alta estatura, de más de 1.80 centímetros y andar tranquilo, cuerpo juvenil y nacarado, y de bonita cabellera marcada por cuidados rizos castaños. Sus ojos alegres, esperanzados y vivos como el fuego, arrancaban suspiros a toda fémina que se le cruzara hasta por el televisor.

Ochoa, vivía en un bonito departamento, cerca del Club América con su amigo Cuauhtémoc Blanco y un excompañero de equipo, Cabañas, que había quedado siendo paciente ambulatorio con un proyectil alojado en su cerebro; paralítico y medio mudo, después de un incidente en un bar del sur de la ciudad de México. Bar que hoy en día sigue funcionando como si no hubiera pasado nada, además, le han ampliado el horario hasta las cinco de la mañana, y pronto volverá a salir en televisión de paga. Pero mejor les sigo contando que pierdo el hilo de lo que alcance a ver, como todo buen periodista de cámara a monitor en aquella tienda del aeropuerto “internacional”, porque allí sí pasa todo y no editan los videos como en ciertos lugares de Televisa. Ok., sigo…

Un hombre muy delgado, cabello corto, rizado y negrísimo como el de un moro, mandíbula afilada, y atrás del cuello, pegado a la nuca un tatuaje en dos letras: JJ, irrumpió en el lugar y observó todo como un perro husmeando desconfianzas, luego, se les acercó a los dos famosos futbolistas, como caminando desigual, de lado. Llevaba una especie de gabán café con muchas bolsas en ambos lados, le llegaba casi al nivel de las rodillas, obviamente, no había rareza en su vestir porque estábamos en junio, y, el aire era frío y en abundancia; chorreaba en los cuerpos desnudos en un temblor de piernas y manos.

El extraño hombre tenía los labios extremadamente rojos -alrededor- y se notaba a cada rato cómo los mojaba con su lengua rosada al momento de pronunciar palabra o incluso sin decir nada. Las líneas de su rostro denotaban inteligencia, pero sus pupilas amarillas de enfermo le restaban esa vivacidad para infundir miedo al que lo observara directamente.

– ¡Hola amigos! Los vi salir del Hotel Hilton, y… ¡Vaya invicto! Ah. ¿Dónde se encuentra su compañero Salvador Cabañas?-. Memo sentía repugnancia por ese tipo de aspecto descuidado e intimidante, llegado de improvisto, como la casualidad buscando a la suerte en un autoservicio con productos sin códigos de barras.

– ¡No anda con nosotros! ¡Se fue al cajero del Fiesta Inn…! –mintió Guillermo de forma tajante-. Y si no tienes inconveniente será mejor que te vayas por donde llegaste… ¡Llégale! ¡Ábrete de aquí…! ¡Por favor!

– ¡Ochoa, no seas grosero!.. Este hombre es… es… ¡seguro y nada más quiere su autógrafo! –expresó Cuauhtémoc medio en serio, medio en broma al mismo tiempo que le ofrecía una cajetilla con un cigarrillo sobresaliendo entre los demás, la simpatía y rareza del desconocido, le había exaltado estrellas cómplices en los ojos.

– ¡No, gracias…, ahorita no! ¡Me chuté un par de esos, allá en las Tortas Don Polo! ¡De verdad gracias…! ¡Ah! Creo…, parece que desde aquí ya lo estoy observando a Salvador, a mi paisano Salvador –expresó el desconocido en un tono tan normal tan espontáneo, como las hojas secas que se desprenden del árbol, con naturalidad–. El hombre se había acercado más a la canastilla del carrito rodante y, levantó una botella de brandy escocés que descansaba sobre un enorme paquete de salchichas.

– ¿En cuánto la encontró…, caballero? –se notó en el desconocido una extraña sonrisa al mismo tiempo que completó la frase en tres escupidos secos: –Se ve…, se ve muy buena para esta ocasión… ¿No?

–Ciento…, ciento… mmm. ¡Ciento veinte dólares!, creo…, es de lo más selecto, de lo más distinguido del paladar escocés y de... ¿Qué pasa, qué ocurre contigo Ochoa?-. Memo había azotado un paquete grande de vasos de plástico en el fondo del carrito, no quería perder más tiempo ni entablar una relación con aquel tipo de mala muerte, que recorría la mirada sobre el lugar como amo y señor, aparentando una digna tranquilidad que Dios sabe estaba muy lejos de disfrutar.

– ¡Ah! ¡Nos falta el vino chileno, Cuauhtémoc! –dijo Memo Ochoa con voz apremiante y, agitando su melena enrulada al voltear a ver su reloj pulsera que hace tiempo le había regalado su exnovia, Dulce María; pero que a ratos detenía su mecanismo suizo, a veces por la menor agitación o el menor movimiento de coquetería. – ¡Coincidencia nada más!, decía Ochoa-; ¡coincidencias!

Al desconocido se le iluminaron de pronto los ojos de amarillo, y sus labios parecieron más rojos de lo que ya estaban, en su voz se reflejaba cierta extrañeza, cierta duda que no se podía saber o al menos sospechar; contrariamente como lo hacía Ochoa, al estudiar ciertos rasgos y actitudes de los sujetos. Es como un don con el que hoy más gente está naciendo, mirar rasgos y revelar la “esencia” de la gente, seguía pensando Ochoa.

– ¡Oh! ¡Yo vine especialmente por un vino chileno! ¡Ah…! ¿No les importa que me les una al shopping, compañeros? -dijo el sujeto como tratando de sonar amistoso, a pesar de su repulsiva apariencia y voz asqueada de existir al ser escuchada.

– ¡Claro que no, amigo…! ¡Vengase para acá! –agregó Cuauhtémoc, admitiéndolo a su lado con desparpajo y gracia, limpiándose a su vez el sudor de sus singulares entradas, y completando la invitación-: ¡Véngase, vamos a ver dijo el ciego! ¡Je je je…!

El desconocido, sorprendido, asintió sólo con un gesto de cabeza y se calló. El ruido del aerotren sobre el monorriel, todavía saturaba su cabeza. Su voz se estranguló, parecía haber desistido en medio de la garganta. Intentó comenzar de nuevo, pero volvió a desistir. Se pasó la mano por el cuello como si limpiase la voz por el lado de afuera. Al cabo de un rato volvió a hablar, como escupiendo más fuerte las palabras al tener la boca seca, sequísima ni el sabor amargo podía pasar.

–Le cuento…, le cuento… –siguió hablando el desconocido al tiempo que pasaba, apremiante saliva–; que yo también fui futbolista profesional en el Audax Italiano de Chile… Nací en Colombia, pero me naturalicé paraguayo. Ah. Fui futbolista de los que iban a ser buenos, sólo que claro, allá en el Paraguay, ¿sabe…? Pero llegando aquí a México en la Apertura 2003… me lesionaron, precisamente fue un paisano mío que jugó en el Jaguares, y que ahora ustedes han de conocer bien entre sus filas americanistas; que luego, un 12 de octubre me quedó a deber unos goles en la Copa Libertadores para la afición, para el cartel, para la familia Albirroja… ¡Usted me entiende! ¿No, compañero?

Memo Ochoa comenzaba a sentirse nervioso. Sentía un desasosiego mezclado con una ansiedad que le crispaba el pecho, como si le hubieran metido una serie de penales en el corazón en un partido cualquiera, un amistoso por así decirlo. Hizo una mueca como si experimentara un dolor físico de pies a cabeza. Se podría decir que le había infundido una espinita dudosa aquel hombre, que ahora observaba todo el lugar como animal acorralado, a la vez que caminaba a lado de Cuauhtémoc Blanco; que a la vez mariposeaba éste la mirada al ver pasar alguna mujer traserona y… tetona también, sin que se le cayera la cara del rostro. Pero ambos caminando un paso desigual que los hacía verse sacados de un cómic entre mexicano y japonés.

– ¡Cuauh, Cuauhtémoc!... Allá está..., hasta arriba, el vino chileno que buscabas. ¡Alcánzalo y vámonos ya! ¡Anda, date prisa que…, vamos cortos! ¡Vamos cortos de tiempo! ¡Mira! –Memo Ochoa señalaba con la diestra un vino tinto chileno, oscuro y fuerte como debe ser, que estaba en lo alto de un anaquel color azul.

– ¡Tranquilo, Memo! ¡Tranquilo! No te apasiones… ¡Calma mi campeón! ¡Calma y nos amanecemos! -dijo Cuauhtémoc, en su voz reflejaba tranquilidad, y sosiego alisándose el poco pelo que le quedaba de atrás hacia adelante y, sonriendo con aquella sutil complicidad, como sólo él suele hacerlo.

– ¡Oye…! –continuó diciendo Cuauhtémoc–: ¡Que esto no es un Campeonato!, ¡ni mucho menos el Mundial que…, sé nos llevará pronto el profe Aguirre…! ¡Je, je, je…! ¡Y esta vez no te quedarás en la banca..!. ¡Ven, vamos! Ayúdame a alcanzarlo, tú que todavía puedes estirarte como liga en el calor... ¡Anda canijo…! ¡Estírate como anoche! ¡Je, je, je! ¡Ven, vamos!

– ¡No! No Temo, espe... ra, ¡espera!-. Pero Cuauhtémoc ya le había echado el brazo al cuello, y se desplazaba ante un estante de considerable altura con Memo a lado izquierdo.

En ese preciso momento la cara y lengua del tipo se avivaron en un sonrojo total. Se tanteó una bolsa de la gabardina, y a toda prisa se perdió entre la concurrencia, para acercarse al cajero Red donde Salvador Cabañas pinchaba botones con su mano anillada y huesuda; sentado en su modesta silla de ruedas trataba de recordar el PIN de su tarjeta preferida que le regalaron sus dos hijos allá en Asunción, Paraguay.

El tipo jaló a Salvador, y comenzó a caminar de inmediato, luego, a grandes zancadas ruidosas y desiguales entró a un pasillo sujetando fuertemente la silla, estaba más pálido y le temblaba el labio inferior. Pero aun así no bajaba la mirada, para ver a Salvador Cabañas que alzaba éste la vista para distinguirle la cara, y pedirle una posible explicación, si no lo conocía en todos sus veintinueve años de vida…

Digo yo a mi parecer: ¿No había salido Cabañas de la boca de la hiena, para entrar ahora las fauces del león? Total, la muerte volvía a señorear alrededor. Sin embargo, en ese preciso instante todo el lugar entró en desbarajuste, en una completa y loca dispersión de gente abriéndose paso, a codazos y golpes de cadera, y uno que otro rodillazo; moviéndose sin ton ni son, ante el aullido de alarmas y altavoces que comenzaban a vibrar el aire. El ruido de un Airbus 320 cruzó vertiginosamente el cielo cortándolo luego como tijeras negras en las alturas.

El ambiente se tornó pesado, denso, porque agentes de inteligencia y demás cuerpos de seguridad, buscaban al hombre con el punto y seña del tipo flaco y el tatuaje JJ en el cuello, y el gabán café hasta las rodillas. Pero un ventilador inexistente o inexplicable, agitó el aire sumiendo todo en confusión y malos entendidos, disculpas. No obstante, seguía haciendo un frío invisible, denso, punzante; se sentía hasta las salas de últimas espera del aeropuerto.

El JJ estaba aterrorizado, en pánico. Su infalible voz interior estaba cascada. Se inmovilizó en el acto, semejando a una reluciente estatua de ébano blanco, sin saber de pronto qué hacer con las manos ni con lo que llevaba en la gabardina café ni mucho menos con Salvador Cabañas que intentaba moverse. Pero aun así pudo coger fría y cerebralmente un paquete de considerable tamaño que contenía a su vez un par de cuchillas, casi machetes de taquero que quedaba sobre un viejo aparador cerca de allí, un aparador apenas de un azul tan antiguo como el cielo. Se dirigió en movimiento de pantera al baño de caballeros que estaba a escasos metros, sólo doblando un par de esquinas, pero eso sí, rengueando disimuladamente. Trató de entornar la puerta, aunque mejor la cerró con el pasador al salir el último usuario; un niño como de siete años que iba subiéndose los pantalones a toda prisa ante la sorpresa mayúscula que desconocía en el exterior.

El JJ ya bien dentro del baño miró el techo, las paredes blancas, con la expresión de pájaro en busca de un hueco en la jaula, pero no corría ni el menor soplo de viento. Encendió unas luces que estaban más al fondo, unas luces de neón claras que parpadearon un rato antes de terminar de prenderse, uno de los focos siguió parpadeando intermitentemente. Podía imaginar su infortunio, su desgracia y desdicha ante una lluvia de balas cortando su escapatoria allá afuera. Pero trató de ordenar la vorágine de pensamientos y sentimientos que lo atormentaban. Y así pues, mejor se quitó el gabán con toda tranquilidad, empujó a Salvador Cabañas; sentado rígido y mudo en su silla de ruedas en dirección al mingitorio todo oloroso a orines pestilentes, y un desodorante roto, colgando de un extremo, de una llave que a su vez hacía de perilla de dispersión.

Salvador, que por un momento fugaz, trató de levantar su un metro setenta centímetros de estatura fuera de la silla, haciendo palanca sobre las rodillas, pero este intento fallido fue el último que le atenazó la garganta de miedo, y le hizo caer la cabeza hacia un lado, aflojándole la orina. Parecía derrotado, sin esperanza, tan absorto tan ensimismado tan apartado de todo como de sí mismo, trepando su mente en andamios frágiles, edificando malos recuerdos y edemas cerebrales que las terapias en Formosa, Argentina, le habían dejado atrás.

A puerta cerrada, el JJ resopló con fuerza por la nariz frunciendo las cejas. Se mordió los nudillos de la mano izquierda y, con el cuchillo más grande que ya había sacado del paquete, comenzó a cortarse el pecho con toda la intención de sacarse el corazón. Parecía un dragón llameando por las narices, porque la piel de la cara se le puso tirante sobre los huesos, y sus ojos parecían chispas, pero luego, se le humedecieron. Doblada la barbilla sobre el pecho, el dolor le goteaba por las facciones, sangraba y su rostro perdía contorno.

Podía verse el rojo auténtico de la sangre, chorreada y esparcida por casi todo el suelo, parte del espejo y lavamanos; y, a Salvador Cabañas con un extraño corazón negro, dentro de la boca, y su mirada ausente, perdida en un horizonte imaginario. Sus ojos diríase que no miraban, estaban hipnotizados de sangre, pasmados de espanto, de terror, de desconsuelo, de abandono.

El JJ estaba casi muerto y mareado. Pero, aun así, con su mano derecha revolvió su gabán salpicado de sangre, que estaba sobre un lavabo color blanco; buscando hasta encontrar una pistola con un bonito mango de nácar que en la parte inferior; una premeditada clave contenía: SC-1980. A juzgar por su semblante, pálido y afilado, y sus labios color lila, ahora llenos de una perlada segregación, parecía no tener sed ni daño alguno. Miró a Salvador directamente a sus ojos negros, repletos de un brillo húmedo, fijo y vidrioso; había perdido el habla, la capacidad de hacer ruido, movimiento. Pero aun así el J.J le aproximó el artefacto cortándole el intento de habla, y con un gesto firme lleno de sangre le ordenó silencio.

Salvador volvió a tener en los ojos la misma ausencia que se ve en los ojos de un cocodrilo, olvido y niebla. Un inmenso terror pareció retornar más fuerte al interior de los objetos de mármol y porcelana. Segundos, sólo segundos, y, el JJ le apuntó el arma a la sien que detonó lo inesperado en aquel lugar… ¡Murió! Murió el grillo y su alergia al silencio en el ruido del mundo tras un balón…, gritando Mariscal, ¡Sansón! ¡Mariscal! Murió su última oportunidad de sobrevivir, y volver a defender sus cinco camisetas en otro spot publicitario. ¡Aguilita guaraní en boca de cocodrilo! ¡Aguilita de arena escurrida entre los dedos de una afición Albirroja! ¡Adiós, Chava, y sueño de romper redes en Inglaterra, ante la cara boquiabierta del propio Blatter! ¡Adiós! ¡Piérdete en tu caballo blanco, hasta la batalla, siempre!

–Sí… ¡Sí! Ahora… sí estamos a mano, mi paisa… ¡De ésta sí no te salvas cabrón…! ¡Doble vida…! ¡Bajanoviasss! –murmuró con deleite, y esfuerzo el hombre flaco antes de dejarse caer al piso sobre un charco de sangre que corría hacia los extremos como el olor de la pólvora filtrándose en las paredes, en el liso silencio obstinado del mosaico blanco que torno gran parte rojo, tristeza y melancolía.

Tres agentes psiquiátricos llegaron al lugar de los hechos impulsados por un resorte instintivo al ver salir tres hilos de sangre debajo de la puerta; la tiraron a golpes de hombro para encontrarse con la estampa dantesca en primera plana del día: UN BAÑO DE SANGRE. Baño que contrastaba con sus zapatos blancos. Sus ojos eran ventanas de terror. El terror los cegó y ensordeció de momento, después investigaciones y declaraciones cayeron en cascada, muchas de ellas contradictorias que han dejado al mundo boquiabierto frente al televisor; a un Fernando Lugo tratando de explicar a su país paraguayo, que no asimila el luto ni ante la máxima iglesia suiza ni frente a la televisada cancha sudafricana, ausente de banderas paraguayas flameando en las tribunas, a su último gran goleador de América.

Dicen que desde ese preciso momento Guillermo Ochoa y Cuauhtémoc Blanco, han dirigido su carrera por rumbos separados, cargando cada quien su fardo de culpas, nostalgias y soledades. Pero este último se ha hecho tatuar en el antebrazo izquierdo las dos letras idénticas del JJ y sonríe al cielo cada vez que hace un remate de jorobiña.

México, 2010