miércoles, 5 de enero de 2011

Como un soplo de sueño



Ya es noche. María Félix pierde su mirada en las luces tenues que se observan por el túnel donde pasa el Metro con dirección Observatorio. Piensa en sus cuatro mellizas que se quedaron esperándola con hambre, dentro de su casa en la Merced. Pero no se inmuta, sólo en su rostro se desdibuja la esperanza.

Yo soy un ángel, y estoy con ella, aunque no se dé cuenta. Por el poco tiempo que llevo a su lado, sé que es una mujer de carácter, inteligente es cierto, pero acelerada también. Ella no sabe nada de mí, ha perdido la esperanza de vivir, y es por eso que estoy aquí, para que encuentre un pronto consuelo, una pronta resignación a concluir con su soledad inexplicable desde que el amor aparentemente se le fue de las manos.

El Metro se ha detenido y bajaremos en manada, sólo así bajan los hombres bárbaros y salvajes que se dice “humanidad” a todas luces de jugar con sus sistemas religiosos, económicos y de justicia como animales, sin vale comparar; cruzaremos los torniquetes para abordar el tren ligero; así lo hacemos, sólo que María Félix sigue sin darse cuenta que la acompaño; cruza algunas calles, llega a la avenida Corregidora y pasa de largo un callejón hasta su casa, busca las llaves y abre la puerta; dejando salir un olor de humedad y escalofrío. Sus cuatro hijas duermen en una roída colchoneta manchada de orines.

Sobre un estante y en bolsa de plástico hay frijoles negros. María Félix se inclina para buscar debajo de la mesita una olla de barro; la llena de agua caliente, enciende un cerillo y lo acerca a un quemador viejo. La lumbre se ha encendido pero parpadea a ratos, como si alguien la soplara sin dar muestra de mareo. No obstante, sin embargo, confía en que el quemador siga encendido, y da la vuelta sobre sus tobillos.

María Félix suspira alternado la mirada de sus cuatro hijas a la olla con frijoles puesta finalmente en el fuego que se tornado naranja y en ratos azul encendido. Sujeta una silla de madera pintada de blanco, se reclina en ella y, vuelve a observar la respiración de sus cuatro mellizas durmiendo como ratoncitos flacos y desprotegidos. Reflexiona, en efecto, llega a la conclusión de que no hay salida, porque así se encuentra, sin una aparente salida que tope con la puerta que no sea ficticia. Se incorpora y decide ir al baño. Entra, enciende una luz tenue, se mira en el espejo al mismo tiempo que me observa pasar en sombra detrás de ella. Percibe la presencia de alguien a su lado, de alguien más que le prestar una extraña atención.

–Fausto, ¿eres tú, amor? ¿Regresaste amor?

Vuelvo acercarme a ella, la tomo del brazo y nos sentamos a la mesa para platicar. Jamás había sentido un arrepentimiento tan hondo como el que aquella vez anidó en mi pecho.

El ruido en la estufa se escucha a lo lejos, luego se apaga y el gas pone a dormir a las cinco, para que yo me las lleve profunda, profundamente…

María Félix despierta, pierde su mirada en las luces tenues que se observan por el túnel donde pasa el Metro con dirección Observatorio. Piensa en sus cuatro mellizas que se quedaron esperándola con hambre, dentro de su casa en la Merced. Pero no se inmuta, en su rostro se dibuja la esperanza. Sigue sin darse cuenta que estoy a su lado, esperando ese momento.

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