viernes, 7 de enero de 2011

La princesa de chocolate en la playa




Es la princesa del chocolate, todo el chocolate inmenso que va desde Taxco hasta Acapulco y el Zihuatanejo, desde el verdoso Chilpancingo hasta las playas azules del Océano Pacífico. Su boca es la cereza que corona la riqueza del Guerrero. Humectada con los labios volátiles de esas noches estrelladas que, enaltecen los horizontes de los marineros en cubierta. Adora comer fresas, por eso su lengua es roja y madreselvas adornan su paladar, destila: cerveza, brandy, vodka y whisky; por eso mil hombres la adoran, es la princesa que muchos cuentos quisieran contar. Es ágil y limpia, clara como el viento juguetón de la mañana, tierna, noble y honda como un lirio rojo y tostado bajo el agua. Se achicopala a veces, y tiende a llorar lágrimas dulces que atolondran fantasmas. Dentro de ella hay una niña sentada en un piano, una mujer madura como una dulce anciana, de azúcar morena y canela agitada. Es sabia y todo lo dulce le gusta, el helado de anís y las malteadas.

Hoy camina en las dunas de la playa, anda mojada hasta los talones, sus cabellos son de agua y de mañana. Es la princesa del chocolate, de toda fresa y musaraña. Se inclina sobre el muelle y platica con el horizonte, con sus palacios lejanos, con las olas que le cantan melodías de espuma, caballos de espuma y sueños de cigarra. Pero las olas son de agua salada y no la entienden. Ella quiere que le cuenten de la luna envinada, de ese chocolate grandote que a bien arrullan sus aguas. Las olas no entienden y se diluyen. Y ella se hace la princesa del chocolate derritiéndose en la playa.

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