miércoles, 5 de enero de 2011

Padre del psicoanálisis moderno




Y con la mirada desnudas mujeres, hombres, niños, ancianos, perros, gatos y cualquier cosa que se te ponga enfrente. Desnudas la mente retorcida de un asesino en serie, podrías cambiar el mundo o partirlo en dos mitades.

Quieres poner tus actos a la altura de tus ideas. Pero tus ansias por quitar ropa y mirar ombligos no te dejan ojear siquiera la revista de medicina que has comprado en la esquina. Enseguida, compras tu boleto y luego, subes con un niño que siempre anda boteando en el metro; en poco tiempo sabes que ya tiene el bote lleno; y, ves a través del mismo, monedas de a peso que luego vacía en su mochila y vuelve a comenzar a estirar la mano. Pero tú, te hundes en el asiento, las personas como tú no existen en el mundo comercial de las noticias a primera plana, sino son Secreto Nacional en un laboratorio recóndito y confidencial; por lo tanto prefieres con tu equipaje en la mano y la revista en la otra seguir contemplando el ombligo de la chica pelirroja que ha subido hace unos minutos y está a tu lado; dirían tus ojos, desnuda. Pero, los demás pasajeros dirían que vestida con uniforme escolar de pies a cabeza.

Contemplas a la chica, ensimismado, como enfermo con mirada de santo; con la ventanilla izquierda de tu lado empañada. Tu delirio termina, cuando el policía dice a fuerte y apremiante voz: que salgan todos, que el metro ha llegado a su final: favor de todos salirse, vuelve a repetir; y luego bajas inesperadamente arremetido por una turba de gente enojada. Pasas por el torniquete a paso lento como adolorido del vientre, mientras tendido en el suelo un señor ciego y harapiento te pide caridad de unas monedas. Lo ves nublado todo y luego aflojas sin inmutarte siquiera de tu mano izquierda un reloj suizo con ancora de rubíes y se lo depositas en su mano izquierda, de inmediato él; lo observa anonadado y luego comienza a tocar sus ojos, recupera la vista y te da enormemente las gracias besándote los pies, luego echa a correr, gritando que eres el Mesías, el retorno del rey; pero, tú caes al suelo adolorido más del vientre. Abres tus ojos y no ves nada, sientes todavía una daga fría cortándote las viseras. Piensas en que se fue la oportunidad de ser la noticia del mundo, tendrías tu efeméride, de lo que sucedió un día como hoy. La capacidad más allá de la visión, dirían los encabezados en todos los periódicos del mundo; pero la oportunidad se te fue antes de que la operadora del metro, dijera: permita el libre cerrado de puerta. Estabas destinado a practicar tus besos en una almohada y ver tus sueños más allá de lo posible, estabas destinado a ser el padre del psicoanálisis moderno, hasta que un filoso puñal te terminó por vaciar el líquido de la vida, te desangró a la salida de un torniquete de un metro cualquiera y tus lágrimas nublaron la visión del acecho de tu muerte.

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