viernes, 7 de enero de 2011

La serpiente y el hombre




El corazón del hombre latía como el de un animal. El hombre no se sentía feliz en aquellos primeros tiempos sobre la Tierra. Estaba solo e indiferente de compañía, de ser alguno. Aunque podía moverse con la libertad que quería, comía lo que quería y dormía cuando quería.

Cierto día se dio cuenta de la necesidad que le ahuecaba el corazón. Mientras reflexionaba bajo un manzano, pensó: “Es necesario alguien a mi lado”. De repente de entre el follaje del árbol acudió una serpiente de piel verde y roja con cabeza aplanada. El prodigioso reptil le dijo al hombre:

–Yo te daré una compañera muy bella, sólo tienes que saciar tu curiosidad comiendo de este árbol.

El hombre inmediatamente alcanzó y comió una manzana, y la serpiente pronto se dirigió a cumplir su promesa.

Anduvieron largo tiempo sobre el bosque, hasta cuando encontraron un claro, descansaron. Luego, la serpiente le señalaba con la lengua al hombre, el matorral donde reposaba una compañera. El hombre acudió, miró a la mujer y los ojos le brillaron, quedó deslumbrado por su belleza que la tomó por esposa.

Cuando volvieron las primeras aguas, la esposa de senos duros, caderas redondas y ombligo saltado, permaneció quieta y lánguida el llamado de su esposo el hombre.
El hombre estaba confundido al ver el vientre crecido la mujer. Corrió al manzano para averiguar dónde se había se había metido la serpiente. No la encontró. Regresó camino trayendo consigo una manzana que partió y dio de comer a su mujer.

A la noche siguiente nació una criatura del vientre de la mujer.

–Una niña –pronunció la serpiente desde un rincón de la habitación–: nacerán más y más, y de los que nazcan uno tendrá mi cara. Esa será la forma en que me rendirás tributo de aquí en adelante, por toda la alegría y dicha que te he dado.

–Pero, ¿cómo crees eso? –preguntó el hombre–, ¿con cara de serpiente como la tuya?
–Debe ser así –respondió la serpiente con un relamido de colmillo.

El siguiente nacimiento había sido en la noche. La serpiente no se enteró. El hombre ocultó al niño dentro de un árbol hueco y luego lo atendió en secreto. La mujer gimoteaba al pensar en perderlo.

Pero así pasaron días y la mujer no aguantó y acudió para traer consigo al niño. El hombre los oculto luego en una choza, cerca de una montaña casi inaccesible. La serpiente se deslizaba de vez en cuando por allí, y como le cayó de raro una casa hecha con manos de hombre se acercó a la ventana. En una mirada furtiva encontró a la mujer acunando al niño entre sus brazos. Entonces, pasó la lengua sobre sus colmillos y se sintió tremendamente triste y frustrada.

–Desdichada raza de hombre sea desde ahora en adelante –maldijo–, yo que quería los mejores planes de toda criatura sobre la Tierra. Pero me han engañado. Desde ahora toda fiera del bosque será su enemiga, y yo les causaré pánico. Seré yo quien los haré descender a la confusión y a las tinieblas.

Se dice que desde entonces la serpiente guarda la hora de los muertos, y el tiempo para en el alma del hombre reflejarse. Pero nadie ha tenido hasta el momento un hijo con cara de serpiente.

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