miércoles, 5 de enero de 2011

El escritor frustrado



Había una vez un escritor frustrado que tenía otros tantos prosistas enseñando en un taller.

Se reunían en una vieja y oculta biblioteca al fondo de un callejón; pegada a derruidos edificios de las afueras, y a un mercado maloliente. Eran desdichados con lo que escribían y estaban descontentos con su pasión.

Una tarde el grupo del escritor se congregó en la biblioteca sin siquiera un texto, unas líneas o al menos algo con que escribir. Se sentaron en el suelo y se quedaron cabizbajos, veían sus manos vacías con una lucidez fracasada. El escritor se colocó en medio del círculo y bajo el ruido del ramaje de un árbol, reflexionó largamente. En seguida, dijo:

–Compañeros, también yo tengo mucha sed de que el mundo reconozca mi trabajo.
Dos alumnos cuchichearon. Otras tantas gruñeron. Un ratón corrió pegado a la pared, se detuvo un instante, exploró las miradas y la densidad del aire para en seguida marcharse en una carrera pausada dentro de un agujero del tamaño de un sacapuntas. El escritor masculló:

–Detesto esas desdichadas y rastreras criaturas. Y todavía detesto más, compañeros míos, verlos a ustedes dentro de esta vieja biblioteca sin el reconocimiento que se merecen.

Los seis alumnos se levantaron las gafas y al unísono dieron un suspiro que le partía el corazón al mero silencio. Otro ratón pasó corriendo.

–Obsérvenme, muchachos –propuso finalmente el viejo y frustrado escritor–: Hagamos algo sin precedentes para trascender entre la confusa sociedad mediática, que concesiona los reflectores, las academias, y las letras...

Los alumnos pensaron: “Está dramatizando”. El escritor los miró con rectitud y siguió insistente en su idea con notable fuerza de objetividad.

–Asesinemos ancianas de otra colonia. Pillemos sus casas, y finamente reunámonos aquí para escribir lo que será nuestro gran libro: “El escriba del contorno” se llamará, ¿qué les parece?… Guardemos en nuestra cabeza los detalles, seleccionemos una voz y narremos los hechos de sangre. La sociedad podrá consultar luego el texto. Resolvamos las dudas con otra segunda edición, así hasta lograr la trilogía de nuestro gran éxito. Además, con la solidez económica que hayamos obtenido, mantenernos nos costara muy poco. Intercambiemos nuestra ropa, durmamos aquí, y comamos del mercado de junto. Pensándolo bien, es un buen negocio. Ustedes verán como lo hago, y con el dinero que ganéis en mi primer golpe podremos seguir adelante, si sabemos movernos con cuidado. Ahora, eso es todo de mi parte –y se salió del círculo para irse a sentar a un rincón plagado de ruidos de roedores.

Al día siguiente, como la idea descabellada del viejo escritor era impostergable e ineludible, los seis alumnos lo siguieron hasta la colonia donde se volcarían sus planes.

Un abuelo de cierta posición acomodada en la zona, lo dejó entrar a su casa y murió asfixiado sin alzar sospechas entre sus vecinos; pues para ellos tener a un asesino serial en la colonia era levantar miedo para vender sus propiedades y largarse cuanto antes de allí.

Sin embargo, no muy lejos de allí, en la biblioteca se seguían reuniendo los alumnos y el viejo escritor. Disfrutaban de las anécdotas, y las perpetradas escenas de sangre. Y para comprobar su talento comenzaron a vender sus cuentos ya sea en museos, plazas y restaurantes. Otros tantos e inclusive el escritor publicaron un par de historias sangrientas en un periódico clandestino que tenía toda la intención de sacar al presidente y al régimen en turno.

En los primeros días del verano, volvió a saberse de las publicaciones sangrientas. Pero ahora hechas libro.

– ¿Qué podemos hacer ahora, señor? –le preguntó el comisario al presidente municipal.

–Corre la cortina y mira afuera. ¿Qué es ves?

–Al mundo expuesto a degenerados asesinos.

– ¿Qué más ves?

–Abuelos y abuelas temerosas de andar sobre sus pasos y…

– ¡Me gustaría disfrazarme! ¡Hasta de mujer me vestiría para darle carpetazo a este problema!

– ¡Sería un error, señor! Moriría en manos de esos degenerados escribas y…

El presidente municipal protestó:

– ¡Eso es imposible, comisario! –trajo un dispositivo que parecía más un artefacto de farmacia que un arma para dormir con un disparo. Cuando se lo tendió al comisario, le dijo:
–Si logramos capturar a un sujeto de esos. ¡Caerán todos como moscas al jarabe! Te ofrezco un par de éstas para tus mejores hombres que cuidarán mis espaldas.
– ¡Que así sea, señor! –suspiró el comisario.

Al comienzo del otoño, una mañana hubo mucho barullo en la vieja biblioteca. Sentado en el centro del círculo, el viejo escritor escuchaba, cerraba los ojos y sonreía, porque su novia fue a verle, elegantemente vestida, dándole al grupo los buenos días.

–Ella firmara con su nombre nuestro segundo libro –dijo el escritor–: ¡Es hora de salir de la clandestinidad! Compañeros, quiero presentarles también a la reina de éste mi día, a mi adorable dulcinea. Acércate mujer de mi vida. Sinceramente, compañeros, ¿qué les parece?

– ¡Es rara su belleza, maestro! ¡Perdón, maestro! ¡Perdón! Pero a claras luces se observa que irradia una anómala belleza –dijo un alumno con gafas gruesas escurriéndole al suelo–: yo creo que su adorable gacela no es confiable para afianzar nuestro trabajo, puede hasta jugarnos una mala pasada.

– ¿Con qué valor te atreves a decir tal cosa? ¡Su familia es crema y nata de la intelectualidad en el país desde hace años, compañero!

–Compruébenoslo, maestro.

El que estaba tan contento con su adorable mujer salió a toda prisa. Regresó muerto de cansancio y sueño con la cara desencajada a sentarse en un rincón plagado de ruidos de roedores. La policía rodeaba la oculta biblioteca que pronto se levantaba en llamas y gritos de terror.

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