miércoles, 5 de enero de 2011

El triste sirenito




Una esposa de un pescador muy exitoso estaba moribunda. Y cuando sintió la penetrante y definitiva punzada de la muerte, clamó a su único sirenito, y le dijo:

–Adorable retoño, sigue siendo honesto y justo, que Neptuno allá en el cielo te guiará. Yo cuidaré desde el gran horizonte por ti y todo lo que te justifica.
Dicho lo antes, dejó de mirar; enturbiándosele desde colorida cabellera y esplendida cola de pescado.

El sirenito nadaba todos los días a la costa donde su madre se dejó ir a la deriva, y acató seguir siendo la criatura más honesta y justa en largo y ancho mar y océanos se tuviese mención. Al llegar las cálidas mareas de octubre y noviembre, las playas y las costas se cubrieron de turistas y comercio, y cuando la racha del principio de año volvió a calmarla, el pescador esposo de la sirena muerta había salido tras las piernas de una rubia. La nueva madre llevó a casa del pescador tres hijos suyos, rubios y hermosos como el sol, pero dueños de un corazón más negro que el abismo.

Para el sirenito, la rubia madre trajo consigo el tiempo más melancólico y desgraciado que pudiera concebirse.

– ¿Por qué ha de ser nuestro hermano ante todos, esa criatura llena de escamas? –dijeron los rubios hermanastros.

– Para que sea nuestro hermano tiene que volver a nacer; que se vaya por donde vino y que no vuelva.

Se rieron de él, madre, padre e hijos y lo echaron de la casa.

– ¡Mirad como camina el sirenito más hermoso de la costa, qué bonito andar ese de pescado! –dijeron carcajeándose, al observarlo desde el balcón vista al mar. Y, desde aquel día, el sirenito se vio obligado a no salir a tierra, obligado a hacer toda su vida en el agua. No satisfechos con esto, los hermanastros se burlaban de él siempre que había oportunidad; echaban malas palabras y burlas, obligándolo a partir de donde se encontraba. Por la noche, cuando estaba rendido de nadar a pleamar, no tenía lecho en que encontrar reposo, sino que había que echarse sobre cualquier costa. Por esto, y porque siempre estaba triste y turbio, los habitantes del lugar le pusieron el triste sirenito.

Sucedió que una mañana ya no observaron a su hermanastro el sirenito, y desde aquel momento no encontraron consuelo yéndolo a buscar por todo el amplio y ancho mar.
Se dice que el triste sirenito, se dejó morir al no encontrar consuelo, se perdió a la deriva donde su madre le había hecho prometer ser honesto y bueno.

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