domingo, 20 de febrero de 2011

Nueve reacciones una solución



A la una de la tarde, un millonario forbes llegó a la matriz de su empresa Equis, pidiendo balances y cuentas, pero alzando la voz reprendió al director que estaba ante sus secretarios; dejándolo en vergüenza y con el resentimiento carcomiéndole el alma.

A las dos de la tarde, José el director de la empresa Equis, hizo una llamada telefónica a su esposa, para mandarle los papeles del divorcio y afirmarle que la custodia de los hijos sí debía estar en litigio, así que viera a su abogado inmediatamente.

A las tres de la tarde, Consuelo la esposa del director de la empresa Equis. Gritó y descontó del salario a su empleada distraída; el florero que había tirado accidentalmente al suelo para enseguida descansarla tres días seguidos.

A las cuatro de la tarde, la empleada distraída, sacaba los pedazos rotos del quebrado florero para llamar al barrendero y alcanzándoselos en una delgada bolsa negra de plástico que propicio que Faustino se zanjara un dedo.

A las cinco de la tarde, el barrendero Faustino llegó a dormir a su casa, el tiradero más grande de la ciudad, y encuentra a un perro negro y flaco echado en su roída colchoneta; para propinarle un puntapié en el hocico y correrlo lejos de su sitio.
A las seis de la tarde, el perro negro muerde al marido de mi maestra en una pierna; el señor desfallece en un hospital comunitario, porque no encuentran la inyección indicada.

A las siete de la noche, un médico le avisa a mi maestra Teresa que su marido echa espuma por la boca y está retenido en una sección de emergencia de una clínica especializada.

A las ocho de la noche, mi maestra Teresa sube las calificaciones por internet, reprobando a los alumnos que faltaron tres veces a su clase; sin considerarme a mí que fui el mejor que contesté el examen de diagnóstico.
A las nueve de la noche, yo le azoto la puerta a mi madre, tirándole el plato de la comida al suelo, luego dejándola sola y callada para que limpie la puerta y demás cosas salpicadas por el caldillo.

A las diez de la noche, mi madre acaricia mi cabeza que intenta el sueño, diciéndome en susurro: Papito, papito querido, trataré de mañana hacer la comida y el postre que te gusta. Tú estudias mucho, ya verás que mi Dios allá en lo alto te recompensará con creces. Voy a limpiar tu puerta con cloro y jabón. Verás que mañana nos irá mejor, primeramente Dios.

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