domingo, 20 de febrero de 2011

Casadecitas


Ahora sí te cuento mi estimado que ayer en la noche me fui de putas. Has de recordar la casa de citas a la que te acompañé hace algunos ayeres, cuando apenas y yo descubría el cuerpo femenino, y tú ya recorrías los pormenores y las estrecheces de una vagina galante y nocturna a más no poder fornicar con tan sólo doscientos pesos. Aunque ayer evidentemente me llevé más de doscientos pesos. Tú has de creer que se me olvidó la pinche dirección, sabía que era doblando la esquina de un gimnasio llamado Zeus, pero no recordaba qué tanto debía caminar por la avenida ni la mendiga puerta que tras de sí albergaba aquellas piernas dispuestas a acogerme. Total, que ubico el gimnasio y recorro una cuantía de fachadas de casas bien como de gente bien. Para no hacértela más cansada te confieso me desesperé y caminé como bruto más adelante, pero total que encuentro la susodicha puerta que tantas veces confundí con otras tantas que daban la finta de ofrecer servicio, así pues, pregunté al mono de la puertita roja diciéndole: ¿Todavía hay servicio? Yo pensé, y muchas veces lo cavilé, muchas veces por decir, pensé que hasta me iban a pedir un billete o una credencial, qué sé yo, tal vez la propina como lo hacen en los table-dance. Total, que el muchacho con cara de primate no me puso peros y que me revisa, preguntándome por si traía celular. Para no hacértela más cansada que luego luego me abre la puerta donde estaban las putas. Mira que me sorprendí, más o menos los muebles que había antes estaban colocados en la misma situación, incluso la televisión seguía exhibiendo la misma cara. ¡Pero oh, vaya sorpresa! Las putas estaban regadas con toda la personalidad de fuera y tiradas al ocio que bien sabe y se ha ganado a pulso el televisor. Ya no es lo mismo. No era lo que pensaba encontrar. Has recordar que cuando te acompañé, las putas bajaron las escaleras, bien formaditas, lindas por decirlo con sus calzoncitos de colores hasta bonitos y fosforescentes, pues, nada que ver ayer en la noche. Apenas y eran cinco mujeres, no quiero subestimar la edad, porque como bien tú sabes hay mujeres de edad madura que se llevan por la calle en cuerpo y experiencia a las jovenzuelas que hasta gordas y descuidadas pueden salir. Total, que había que escoger porque el servicio estaba en la charola, y en mis ojos sólo se debatía entre una mujer de veintiséis; y otra señora pelo pintado de güero que creo mandaba la horda de fornicadoras, porque se daba el lujo de hablar por teléfono y meterse en el cruce de palabra a la hora de verme querer escoger mi servicio. Pero a lo que voy, si esa mujer no se hubiera metido, diciendo que hasta si quería podía ofrecerme un trío, yo la hubiera escogido a ella; mira que tenía buen cuerpo, un color de piel que ya quisieran las demás que me veían como si las quisiera escoger a ellas, ya todas rucas, panzonas y con los senos de fuera como copas viejas de una palmera a punto de irse a la deriva. La mujer pelo pintado dijo una barbaridad que ya no recuerdo bien, así que eché por la borda escoger el fornicar con ella. Has de decirme pendejo, sí lo sé, pero había a mí lado una chica alta y esbelta, y de cara y pestañas bonitas. Total, que le digo a ella que era mi elegida. No sé qué barullo indescifrable dijeron las demás, lo que vino después fue como un golpe certero en la nuca, porque al emprender la subida por las escaleras y darles la espalda, hubo una risa como de decirle a alguien, pobre pollito. No sé, pero pinches rucas ya hubieran querido que se lo sumergiera. Tú sabes mi estimado que yo no estoy para pinches feas, estaré delgadito, hasta flaco y como tú quieras, pero la neta este perfil griego hace voltear hasta a buenas viejas. Total, así que para buen propósito iba subiendo las escaleras detrás de la elegida, no recuerdo si llevaba tacones, la neta sí estaba yo tenso. Después, la chica me dijo que se llamaba Roxana, pero antes de eso que me mete a uno de los tres cuartuchos que después observé eran tan similares; tenía una cortina cubriendo la ventana, un estante que más eran tablas atornilladas a la pared, además lo imprescindible: un catre, que más bien lo sentí como una colchoneta a suficiente altura que pudiera tener una cama decente. Pero era una cama rara, dura y áspera como en pocas he tenido la oportunidad de sentarme. Total, que la cama ni unas cobijas o al menos una colcha tuvieron de mi conocimiento mención de serlo. La chica me dijo, son doscientos, luego estiró la mano. ¡Hay pinche de mi parte, y mi chamarra agujerada de una bolsa derecha! Vi a la chica y hasta me dio pena trastearme tanto la bolsa, como si fuera yo un donnadie con aspiraciones a mendigo. Al fin y después que la chica me dijo, no te preocupes son los nervios, accedí a abrir mi cartera. La neta traía puro billete de más o menos buena nominación, además mis tarjetas bancarias se asomaron a la vista. Le pagué un billetito de doscientos y la pinche lo recibió diciendo, cuando venga ya te quitaste toda la ropa, toda, toda. Yo como que se me salió una risa autodefensa, y le concluí interrogante: ¿Seguro? Total, que me quedo solo. Pinches nervios, hasta la calentura que llevaba cavilando día y noche se me bajó al observar la ventana que daba a la calle. No había tiempo que perder, y obviamente sólo había una salida, y mi dinero ya no era mi dinero. Así que me quito la chamarra, el reloj, las tachuelas que siempre acompañan mis pasos. Sinceramente no tuve el valor de encuerarme y esperar a la chava como pollito todo desprotegido y en posición de despegue. Así pues, mi pants y mi playera pegadita color amarillo estaban conmigo, y no fue por mucho tiempo, porque entró la pirujita con una charola con cremas y no sé cuánto menjurje. Me dijo, pero quítate la playera, y yo medio bromeando le solté algunas advertencias, ella no sé si inteligentemente me dijo: ¡Si quieres no lo intentamos!, yo pues que le digo que siguiéramos adelante… en seguida me saqué la playera. Lo que vino después fueron palabras y un masaje que la chica me propinó, recostándome en aquella cama si cama puede llamarse a eso duro y áspero que me hacía de superficie de “descanso”. Mientras la chica medio colocó sus rodillas alrededor de mi espalda, me iba masajeando y tratando de hacerme una pequeña entrevista. Yo igual le saqué su nombre, y algunos otros datos más. Ella me sacó igual: datos, sueños y aspiraciones. Creo que fue una chava amistosa. Después, dijo algo como que no habláramos más y entráramos en materia, porque sino ya no me iba a ver como un cliente. Yo sinceramente seguía tenso, y cómo no se me iba a arrugar mi pinga al decirme: colócate tras de mí y abrázame y tócame lo que quieras, mientras colocaba cremita en mis manos. Total, acaté aquella orden y todavía con pants me coloqué tras de ella y… ¡Válgame Dios! Comenzó la resurrección de mi carne, al ver aquel tatuaje en su coxis; era una ruedita como de flores. Bonito el tatuaje, tanto que en su cuerpo me excitó. Otro tanto eran lo que ya hacían mis manos al tomar sus senos y darle besitos en el cuello, al respirar el embrujo de su cabello y sentir su espalda lisa y linda, aunque su estómago no tanto. Terminó por pararse (me) y decirme; quítate el pants, y que me lo quito. Quedé en tanga, una tanga puteril, chiquita, chiquita, pero yo ya bien orgulloso de mi asunto; no tanto cuando me dijo, quítate el calzón, allí fue cuando el pudor me cayó hasta el habla, y total, que tuve que acatar la orden. ¡Santo Cielo! allí fue cuando la pinga medio se frunció y dio huelga a la derecha. Ella, me refiero a la chava, ni se inmutó, antes me había dicho que estaba delgado pero mi cuerpo tenía estética, así que mi asuntito debía tener también algo bueno a la vista; total, medio me lo levantó. Con tanta delicadeza y esmero me enfundó el condón y, me puso unas gotitas que más que sorprenderme, me calentaron la polla; la verga para que me entiendas y me agarres confianza con lo que te digo. Luego, procedió a ponerme una almohada azul y áspera en el pecho y a decirme: NO ME OBSERVES. Comenzó a mamármela. Sé que esa palabra de mamármela es de lo más vulgar, pero tú bien has de saber que rico se siente. Que dichoso el poseer una linda verga, a mí me gusta mi verga; creo ya te lo había dicho entre cuates. Total, y creo que cuando más te prohíben una cosa más empeño tienes en violar las reglas, así pues que en lapsus observaba como aquella cara linda chupaba y chupaba. Me encanta violar las reglas, al menos esa regla que luego supe era clave para ser violada y todo saliera a todas luces, por no decir de poca madre. Aunque no te miento que estaba tenso y ella lo supo, lo sabía, porque en su momento llegó a formularme la pregunta de con cuántas parejas había estado, obviamente en la cama. Yo le mencioné que había algo de dos “amigas”, y antes también tuve tanto trabajo que no me mantenía a madurar mis relaciones. Total, la cosa de la masajeada y la chupeteada duró muy poco, así que ella procedió a recostarse y yo a su disposición de que se la metiera; así pasó el cómo se las ingenio mi humanista compañero, al penetrar a aquella muchacha de cara bonita y pezones reventados en plena primavera. Entonces, allí estuvo lo curioso, comencé a bombear, mientras trataba de no fallar en mi erección y en mi ritmo, no sé qué me llevó a besarla, supuestamente sé que una mujer de esas no se deja pasar babas ajenas ni mucho menos dedear un poco el asunto. Pero, total, casi no caí en el manoseo de chichis ni cuevita y traté de comportarme como un buen amante en principios del mejor faje, y que la beso y que me besa, y la neta hasta pensé que me iba a decir, nada de besos. Pero la neta eso que hay en mí, a la hora de la hora no hay reservas. Sí sabía besar, yo la neta no me creí mejor, pero la lucha se le hacía. Aunque luego se presentó la voz que vino a dar al traste toda la fiesta y el fornique que apenas para mí comenzaba. Alguien desde abajo, por la escalera gritó: Roxana, yo inocentemente le dije en un susurro: “Creo debemos darnos prisa”, y ella constató que sí al abrazarme como una mujer abraza a su marido entrecomillas. No sé pero no podía venirme, era poco el tiempo y muchas las cosas que pensaba hacer. Ella, trataba de excitarme subiendo y abrazándome con sus piernas, luego volviéndolas a abrir, recargándolas como mariposa en la pared, pero yo con sus gemidos estudiados no me venía. No podía, sinceramente perdía el ritmo y no podía venirme en ella. Ella se preocupaba. No sé por qué no pueden dar más tiempo al cliente hasta que se venga. Supuestamente ella luego justificó que podía ser multada. Total, hice la lucha y no pude, luego le dije, mejor tú arriba de mí, y la chava bien buena onda se descalzó de mi miembro, dimos la vuelta y que me monta, allí sentí bien rico, el asunto ya estaba más que tibio pero ni ella ni yo podíamos hacer que me viniera. Entonces, en un momento de arranque y frustración comencé a bombearla con fuerza y brutalidad, la tomé de los hombros y le agarré senos y nalgas con furiosa ansia. Pero, total, no pude correrme ni aunque ella tanto gimiera. Decidí proponerle hacerlo yo por mi cuenta. Me desmontó y no sé con qué habilidad me desenfundó el condón e hizo con él lo que yo ni idea supe luego. Susurró algo de que tuviera confianza y comenzara a tocarme, así que tomé mi momento entre mis cabales y observándola limpiarse comencé a jalármela, escupí mi mano derecha y a darle a la Marcha de Zacatecas. Me levanté un rato y mientras ella buscaba sus trapos, comencé a agarrarle las chichis y a jalármela detrás ella, en veces le pegaba mi verga en sus nalgas. Recuerdo también habérmela jugado al frotársela limpiamente en sus ancas, bien gozoso yo y ella bien esmerada en recoger sus bragas. Y para no irme más lejos, me ofreció un lubricante, me recosté en la cama y viéndola enfundarse sus tetas me vine entre asombro, excitación y pena, porque bien la veía que aprobaba mis orgullosos disparos de leche como si su tarea hubiera tocado fondo y gozara de un buen fin. Y bueno, al fin y al cabo, me enderecé sobre mis codos, le dije, los hombres somos bien sucios, y ella me ofreció papel, dejándome sus últimas palabras al cerrar la puerta: “Me hubiera gustado quedarme más tiempo contigo, pero tengo que irme”. Enseguida, dejó la puerta medio abierta y yo en un estado de relajación y pena. Emparejé la puerta y comencé a limpiarme las manos, además que con desgracia veía como mi miembro bajaba hasta bandera. Total, procedí a cambiarme en un tiempo record, no fueran a llegar algunas rucas proponiéndome tratos y promociones o, servicios de masajista frustrada. Por tanto, que me cambio, no sin antes enfrentar la búsqueda de mis braguitas puteriles: que me enfundo pants, playera y calzado, además de mi legendaria chamarra de lo Titans; guardo cartera, monedas y anillo; y tiro papeles sucios al cesto; arreglo un poco la supuesta camucha; apago la luz y comienzo a descender la escaleras. Entonces, las putas platicaban, callaron y en tanto yo pasé frente a ellas donde les di las gracias, y echando una ojeada de pájaro a ELLA que platicaba con un hombre bragado casi a la salida de la puerta, me despedí con un gesto de reojo y comencé a seguir al chico que atendía la entrada. No me pidió propina, me abrió el pequeño zaguán rojo, y yo salí me imagino todo pálido y en verdad sudoroso y adolorido de la verga, dándole las merecidas gracias regresé sobre mis lánguidos pasos… Así salí ayer de la casa de citas, la casa de citas que no sé tú mi estimado has frecuentado últimamente, no sé ya lograste empalmarte con la tal Rocío de la que tanto me platicabas. Pero total, yo puedo hablarte de ELLA, de aquella chica que se llama Roxana, es divorciada y tiene dos hijos, además de que estudia para ser maestra, yo la apruebo, se ve es buena chica, porque hasta ahora no he tenido alguna molestia.

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