sábado, 19 de febrero de 2011

La esfinge



Puede dormir todo el día. Anda por toda la casa, dentro del librero, echado en las escaleras, en el jardín atrapando mariposas del desierto. Tiene su nariz chata. Cuando despierto y bajo a la sala; está viendo la televisión y le digo: buenos días. Después me cierra sus ojos para que le quite sus lagañas y le revise su cola.

Es una esfinge de buena estampa que exige buena comida y agua, pues se dedica a contemplar cómo pasa el tiempo, ni maúlla ni hace nada, sólo sabe regar pelos por toda la casa. Aunque también sabe contemplar los peces en la pecera casi rota (las burbujas de color, qué sé yo). Luego, salta al jardín y se queda mirando a los canarios como saltan de palo en palo y cantan, ve su canto; se encoge bajo el perchero del los loros y duerme, mientras cáscaras de semillas de girasol y atole de perico caen sobre su pelo enmarañado de sueños. Hasta que el sol se mete; anunciándole que se aproxima el frío. Se levanta, estirándose hasta la puerta y todo queda en silencio. Sube las escaleras, toma agua de su fuente y entra al baño, y allí la topa el sueño de la esfinge de piedra; hasta el próximo día que despierta del hechizo pétreo, para salir al jardín atrapar mariposas del desierto. Otro día de arquitectura, de carne, pelos y magia en la casa.

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