lunes, 5 de noviembre de 2012

Memoria de un pedófilo

Ahora bien, voy a contarte sobre ella, más bien de ella. Se llama Ariadna, tiene quince primaveras y dice que me ama. Yo con veintitantos ya ni la deseo. Se ha vuelto descarado y violento nuestro sexo. Sí mi estimable lector, quiere tacharme de pedófilo, no me opongo, si para líneas éstas puede estar en lo correcto. La conocí un día de estos, era ella una niña y gacelita de mis deseos, hasta que un día cayó en mis redes para de mí no separarse ni en sueños. En fin, hoy viene y deja cartitas llenas de poemas bajo mi puerta. Es una chica y niña especial, tiene el carácter y el talento para ser grande, ya en su mundo lo ha hecho. Aunque en su vida nunca ha hecho las bajezas como las tantas veces me viene a ver, yo le sugiero. Ayer me dolió el corazón al verla boca abajo, sangrada de las nalgas y yo masturbándome tras su espalda. Luego, hoy veo las gotas de su sufrimiento vertidas en el suelo, y las paredes. Quisiera decirle que no la quiero, pero que adoro su sexo, el cuerpo con el que me arropa, derrochándome: tequieros. Hoy llegando a casa, encontré uno de sus poemas bajo mi puerta, son tantos versos que ni recuerdo. ¿Qué haré con el amor que me sobra? ¿Qué haré con mis dos meses de enero? Quiero olvidar que tengo a alguien y sufrir sufriendo con el corazón y amor platónico. Quiero dormir, olvidarme, porque hoy seguro vendrá a timbrarme la puerta. Tomaré esas pastillas con la que duermen los enfermos como yo, porque sólo así logran escapar los bastardos pedófilos que llevo dentro.

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