jueves, 1 de noviembre de 2012

Infidelidad

Ser un infiel implica muchas cosas, pero sabrás que algún día habrán de descubrirte. Implica conocimiento de sí mismo, un tanto más del otro y de la otra. Ser infiel es cosa posible, certera y pública. No hay infidelidad sin descubrir, al menos la luz pública siempre entrara en recónditos recovecos tanto personales como íntimos. Ser infiel es un fantasma que te persigue, arrastrando sus cadenas y bloques taticardicos de algún día descubrirse. La noche no es para pensar, es sólo para vivir. En la memoria de un infiel sólo se procesan: datos, movimientos, gastos, gestos y estadísticas, no haya prioridad para radicales y profundos sentimientos. Hay que ingeniárselas para ordenar la lista y el calendario de citas relámpago y espontáneas. Ser infiel implica profesión y tiempos. La licenciatura y la maestría en infidelidad se consiguen; primero hay que reunir los requisitos de la mentira y los cuidados, y el gusto por el sexo, la egolatría, el autoengaño. No hay infiel que se muera por amor, aquí no aplica y es mito. Los infieles siempre se mueven por calor, friega y sexo. Un infiel puede hablar mejor de infidelidad que un Cornelio a un Cornelio. Ponerles el cuerno no sólo es alevosía y ventaja, sino también inteligencia. Se miden tiempos, se lee poesía, se ven videos, y además se piensa y se vive con la cabeza más lejana del corazón. Un infiel no debe enamorarse, porque daría al traste su experiencia y su curriculum. Un infiel es un infiel en China o Marte. No haya cura, ni dosis precisa y perfecta en contra o a favor de la infidelidad. Es cuestión de gustos, cuerpos, hombres y mujeres. Yo me parto en dos, como también en dos hombres y en dos mujeres, porque la infidelidad abarca hasta el autoengaño de sí mismo.

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