lunes, 5 de noviembre de 2012

Como el mercurio en la palma de tu mano

Llega el momento en que el hombre se cansa del amor y sólo piensa en la libertad, no precisamente en el divorcio, pero sí en la libertad y no en el cobijo de las mismas piernas. Un hombre puede tolerar la asfixia por unos días, meses y hasta un par de años, pero el engolosinamiento destapa al tope el germen de su tolerancia. No hay mejor fórmula para este mal de amores que las mujeres de vida fácil, que las piernas sin recelos por el amadrinamiento de unos dólares en el calzón. Dicen que el amor sin compromiso es uno de los peores errores del ser humano, y lo diría Gandhi en sus libros de colección, pero él no piensa en la libertad sin ataduras, él piensa en la libertad común. Una libertad común no le queda al hombre del que estamos citando, al hombre que como yo quiere zafarse del monótono empalagamiento del amor. El amor apesta, llega el tiempo en que se consume, y no queda otra solución que reinventarse otro yo.

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