viernes, 16 de noviembre de 2012

El bobo grande

Te confieso algo, amigo, te decían el bobo grande. Sinceramente para mí siempre fuiste un hombre hermoso y de grandes proporciones. ¿Qué has hecho mi estimado hermano de leche? Ya olvidaste a los compañeros de campo, a los que hombro a hombro se compartían el trabajo como los rayos del sol bravo y sin condiciones. Te cuento que, aún en Progreso, sigue brillando el sol que ataranta girasoles, su mar sigue manso y prodigo esperando los barcos enemigos que siempre imaginamos en el horizonte. La casa que llaman del Pastel ni la han tocado, los turistas siguen siendo abundantes. ¿Qué no me extrañas? Al menos debes extrañar: el extremo de un cabo desértico que se llama Yucatán; sus océanos remotos y sus aguas profundas, donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia; el viento del Caribe y la insistencia alevosa del Golfo de México zarandeando el muelle fiscal. Te cuento que ya no cargo astrolabio en mi mochila negra y vieja, la estrella polar de mis sueños poco a poco se ha despintado, he dejado de soñar para hacer el gran reportaje de Aduanas México, me he limitado a perseguir restos de cardúmenes y naufragios de mínimos narcotraficantes, y banderas y arboladuras de mi inmenso mar a piratas mercantes se ha minimizado. Siento tener agua estancada en los huesos, siento estar revestido de una coraza de rémora y de lodo que me da lata y privaciones, me encierra en un laberinto de corales obscuros y de confundidas tonalidades. Haz de recordar el olor de mar en Puerto Progreso, lo tengo en la nariz, es firme y de tortuosas cavilaciones. Pues te digo, que te acuerdes de tu mar y el mío, de tu casita de palma con tablitas y tu patio de piedra y tierra firme; que regreses aquí a bañarte entre los matorrales de sargazos y los filamentos de medusas; te he coleccionado abrojos submarinos de muchos colores y piedritas punzantes de malecón. Recuérdame, sigo en mis tiempos libres yendo a tirar la caña al muelle de Pescadores, he atrapado algunos peces grandes; ahora los saco llamándolos por su nombre, aunque todavía no tengo el caballito de mar del que están colmadas mis imaginaciones. Me he hecho de varios fierros para descamar pescados con más pasión que compasión; ven hacerlo por mí, amigo, seguro y tus manos rosadas de buey manso iban a terminar el mercado de San Benito y todos los buques que surten los vuelos de Amerijet y de Estafeta. Aquí todos te extrañan, hablan del promontorio obscuro y sigiloso que se movía en las noches con las torretas apagadas de la patrulla que chocaste, hablan de ese bobo grande que cargaba la Pietra Beretta cargada y lista para dispararse a otro mundo; tipo aire de Walter Ralrigh con guacamaya al hombro y arcabuz de matar caníbales. En fin, amigo, sólo quiero que de mí te acuerdes, como yo lo hago viendo esta pulsera de orientación que me regalaste, llena de estoperoles y calderetes. No me olvides aquí amarrado a Progreso, cual palo mayor de viejo galeón; recordando fabulas de sirenas y tantos funerales; fondeada mi ancla, escuálido y mezquino al ahogo fluvial entre la desolación de estas calles yucatecas; viendo en mis manos la aridez de sus patios y estreches de mis sueños. Recuérdame enorme amigo y hombre.

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