lunes, 7 de marzo de 2011

La niña Pao





Estoy a punto de comenzar a escribir estas líneas de denuncia, sin pensar en qué comenzaré a decirte ya te dije que estoy escribiendo. Y sentado de cuclillas en una esquina de los departamentos de lujo en Interlomas. No pretendo tomarte el pelo, respetable lector. Sólo quiero darle voz a la injusticia que en adelante voy a referir. Se trata de la tan difundida muerte en medios de información de la niña Paulette; ocurrida en la ciudad de México, dentro de una familia acomodada que figuraba en las portadas de revistas de sociales, para en seguida titular las notas más rojas, estúpidas y absurdas que uno se pueda imaginar en letras mayúsculas: GEBARA FARAH.

Paulette fue la segunda hija del polémico matrimonio entre dos conocidos tan diferentes en sociedad, pero entendidos a su manera y coeficiente intelectual. Nació un abril del año 2006 con discapacidad motriz. Su madre se llamaba Lizette, y era mujer influyente y bella de varias revistas de moda y glamur, pero hablaba muy poco; al contrario del gordo y feúcho sacerdote, Mauricio Gebara, un católico parlanchín y armas tomar, también influyente en los más altos puestos políticos del estado de México, decía en tono creído, yo he concesionado propiedades a mi amigo gobernador para sus devotas familias, reía.

El tiempo corrió hasta que Paulette alcanzó el metro de estatura y los cuatro años de edad, le decían sin que ella entendiera, cierra la boca, qué tanto miras, bobita Po. Gozaba de un porte angelical, a pesar de no lograr hablar bien, y la incapacidad para poder cerrar su boca. De cabello rubio y rizado hasta los hombros, ojos cafés, piel blanca, y facciones muy finas; judío- libanesas.

Todas las mañanas Paulette amanecía con su boca abierta y la saliva reseca. Su imposibilidad motriz le complicaba la vida, es por eso que la adinerada familia Gebara Farah, contrató a dos niñeras de pueblo, aunque llevaban trabajando en la ciudad unos quince años de continuo.

Una se llamaba Érika y la otra Martha Casimiro, ambas del Pueblo Nuevo, Villa del Carbón y hermanas inseparables, decían, gracias, señora linda por ser tan gentil de su merced y parte, que Diosito nos la bendiga. Se despedían y se iban a su pueblo para regresar el domingo temprano a su trabajo, en la calle numero 11, Hacienda de las Palmas; sin pretextos, retardos o mentiras.

Érika se había metido en los ojos al patrón, decía, pronto dejaré esta vida de perra y sirvienta. Soñaba algún día convertirse en dueña y señora de dicha casa de Interlomas, en Huixquilican estado de México; era un exclusivo conjunto residencial que a bien gozaba desde una modesta fuente de piedra y alberca de mármol, hasta un enorme gimnasio rodeado de amplias y siempre verdes jardineras.

A Mauricio Gebara le encantaba su gimnasio, decía, mira que puedo sacarle un buen billete a mi gimnasio si alguna vez me lo propusiera, pero mejor le invertimos al negocito del gobernador, para este sexenio ya habrá buena parte de influencias priistas. El gimnasio fue lo único que pudo rescatar, después del complicado litigio que le ganó su esposa Lizatte; que sin duda estaba también, por ganar la custodia de su primera hija de siete años. Es por tanto que Mauricio, sólo tenía la llave del cuarto de sus dos hijas para entrar a verlas, cuando él quisiera y su trabajo de sacerdote, y traficante de influencias en Valle de Bravo le permitiera.

Pero Mauricio no sólo iba a saludar a sus dos hijas, si no también, cuando no estaban; a tirarse en la cama con Érika, mujer de tez morena y chaparrita, que era nana exclusiva de la niña Paulette y criada servicial del comedor a la cocina.
Lizatte, la madre, era amante pero de la cocina, aunque de profesión abogada. Entre sus personalidades múltiples, la cocina era su refugio a todas sus absurdas molestias, y problemas del día que seguido le aquejaban, decía, mi vida no es vida sin mis recetas y el bendito Twitter. Los fines de semana, preparaba platillos exóticos para su hermana Arlet, una crítica culinaria de un conocido periódico mexicano y revista gringa; además de su mejor amiga que se apodaba “La China”. Es por tanto, que entre humos y ruidos de cacerolas, y demás platería en la ajedrezada cocina, la segunda nana; Martha Casimiro, le gritaba los ingredientes indispensables que se necesitarían mandar por ellos.

Mientras fluían los ingredientes en la cocina como en la lista de Martha Casimiro, a escasos metros de altura en una cama matrimonial y, edredones en tonos verdes y rosas; se revolcaba su hermana con Mauricio, el esposo de la señora.
Ese no fue un 28 de marzo cualquiera. La niña Paulette vio a su padre en el acto con Érika, se escondió en el cuarto de baño, entre las mojadas cortinas; deslizando las pequeñas argollas. Pero Mauricio la escuchó, para enseguida verla temblando con la boca más pálida y abierta que de costumbre, luego, toda roja y tartamuda soltar quejidos de auxilio a su otra nana, Marta Casimiro.

Mauricio ya podía imaginar el juicio y escarnio público, si alguien ajeno se enteraría. Había que cuidar la poca reputación de Salinas, decía mentalmente, no voy a permitir se burlen de mí los pinches narcos por una tontería.

Paulette, quiso salir corriendo de aquel cuarto, huir de sus diez metros cuadrados; huir de las garras de su amigo y padre entre comillas: que desesperado no deseaba que alguien supiera del secreto, y vergonzoso romance; pero que sin duda, por boca de su inteligente, audaz, astuta y fría esposa, saldría a la luz cuanto antes.
¡Cállate estúpida, mocosa! Mauricio Gebara amenazó a Paulette, que lloraba de miedo al verlo gesticular de cerca, así que fue callada con una gaza y cinta adhesiva que encontró Érika en un librero blanco con muñecos y juguetes todavía en sus bolsas de plástico, decía, ponle este hule, veremos si no hasta la boca se le compone. Pero Paulette siguió llorando y, haciendo ruido, azotando sus zapatitos azules sobre el liso suelo de aquella fría habitación de niña.

El sacerdote seguía desesperado, y con ganas de explotar toda su furia en su hija, de alejarse de sus problemas que años atrás le afligían. Odio con más fuerza a las personas con capacidades diferentes. Odio a Paulette con más fuerza, con más aberración y encono que había sentido en su vida. Le bajó su batita rosa, y la violó hasta cansarse, mientras a su lado, tirada en el suelo, Érika se masturbaba con similar y cadencioso ritmo que el clérigo, tornaba a imprimir en seguida con su miembro sobre la cara morada de la niña.

Pasó media hora, y lo ocurrido después, nadie más en la casa lo sabría. Se cerró la puerta blanca que decía en mayúsculas “POLET” sobre un felpudo de origen israelí, no sin antes tender cuidadosamente la cama, acomodar en el librero los muñecos, y juguetes de una niña, los libros de estimulación temprana de una niña, la batita rosa en un perchero de una niña; que en seis días sería a los cuatro vientos y ruedas de prensa, la hija desaparecida.

¡Ahora sí, cierren la puerta…! ¡Y díganle adiós a Po!

El embrollo del bulto viviente, bajo la cama se planeó en unas horas, decían las dos sirvientas en coro, absurda idea, señora, pero buena. La indiciada familia alrededor de la mesa con comida exótica, resolvió declaraciones y dudas surgidas posteriormente a hombres de chaleco rojo, y agentes ministeriales de la procuraduría de justicia mexiquense; regados a lo largo de los pasillos, el lobby, las escaleras, el estacionamiento, y cada rincón de aquellas amplia residencia; residencia analizada en la entrada principal por un binomio de perros adiestrados, y estudios de química forense estacionados en la esquina.

Digo yo, traer hasta aquí un laboratorio sobre ruedas y tanta luces de patrullas, si lo único que tienes que hacer es entrar a obscuras por la puerta de servicio, y depositar a la Madeleine mexicana ¡bajo los pies de su cama!

Todo era calma para algunos hombres, aunque para otros, indagatoria y reconstrucción de hechos. A su vez que fluían los pasos periciales, en la cabeza de Lizette bullían como volutas de cigarro y café instantáneo, el pronto millonario seguro de vida, y la casa en los Cabos que simplemente después compraría; negociaría y compraría tan fácil como el soborno de los agentes del FBI y sus exámenes de poligrafía, luminol, sendos dictámenes de necropsia, y tantas líneas de investigación inconsistente, se le presentarían de allí en adelante, en que se aliviaría de su próxima hija.

Lizette, estaba embarazada del moreno instructor de gimnasio; padre verdadero de Paulette, la misma que fue ante todo el mundo, un accidente de sábanas, y ahora sólo es polvo y silencio en el solemne Panteón Francés de San Joaquín. Pero que presume, grabadas por la abuela: letras de oro en su lápida, rezando rimbombantes y perdurables apellidos, GEBARA FARAT, a la luz de algunos curiosos.

México, 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario