jueves, 3 de marzo de 2011

La cazadora


De boca en boca anda el rumor de que hace muchos años por estás prosperas comarcas habitaba una cazadora, con singular y deslumbrante belleza, que arqueaba una flecha ostentando una firme y trabajada musculatura; lo cual, la hacía una mujer respetada y admirada por cuanto mortal tuviera la dicha de conocerla.

Pero había algo que la hacía especial, distinta a las demás cazadoras expertas de tantos montes, se levantaban en la tierra de los hombres; y era que en lugar de portar un taparrabos, andaba desnuda y al aire libre. Tenía un par de blancas nalgas, y unas caderas exuberantes, que en cuanto se contonearan a la vista; armonizaban una cálida brisa que ponía a dormir a cualquier personaje, aunque fuera de día.

También andaba de noche, de arriba para abajo por las empinadas cordilleras y amplios valles, persiguiendo a voraces conejos del tamaño de una aldea, y que podían tragarse la cosecha en los montes. Aunque, dejando dormidos, desde esclavos y guerreros, hasta reyes y emperadores; con su singular, y cadencioso andar de mujer y cazadora.

Cuentan los hombres que por donde pasaba, les regalaba una noche poblada de estrellas, y un sueño tranquilo y confortable. Al otro día, todos andaban de buen humor y esperando su pronta visita.

Pero para la cazadora el tiempo era otro espacio. Así pasaron sus días, sus meses y sus años, regando las noches más bellas y tranquilas; dejando la prosperidad: desde en una recóndita aldea, hasta en una imperiosa ciudad de la gran comarca que era la tierra privilegiada de los hombres. Sin embargo, cierto día, dos reyes y hermanos poderosos de la realeza, comenzaron a fraguar un plan para apoderarse de la influyente y, ostentar el poder único de la noche sobre la Tierra.

La cazadora, terriblemente decepcionada, y triste. Tomó la decisión radical de cubrirse completa, sólo los ojos se le veían debajo de su imponente atuendo, además, de irse a ocultar en medio del desierto, bajo una caverna donde corrían los manantiales más vírgenes y diamantinos que pudieran hallarse en la memoria de la Tierra.

Los hombres clamaron encontrar a la cazadora, y pedirle perdón por su codicia, pero no la encontraron. Vieron que sus noches eran cada vez más cortas, y recurrentes a apocalípticas pesadillas. También, sintieron que las madrugadas caían más frías, sin estrellas, y sin tonaditas de insectos bajo rocas y flores. Los campos se habían secado y, las heladas apagaban el germen de alguna esperanza sobre la comarca y alrededores.

Lloraban los niños, y aullaban los animales de hambre. Lloraron los hombres frente a sus esposas que abatidas regresaban con la cesta vacía de fruta y semillas, de alguna carne. Y los reyes que sufrían los estragos de un pueblo hambreado y sediento, clamaron el pronto regreso de la buena hierba, el regreso de la mujer cazadora; prometiendo ante el emperador mayor nunca más volver a codiciar la noche.

La cazadora bajo la caverna, escuchó del manantial el rumor multiplicado en la comarca. Pero no quiso regresar para volver a sembrar el germen de la codicia siempre oculta en el corazón del hombre, así pues, planeó la forma de que la noche y el sueño fueran un bien común para todo ser viviente, por lo que se decidió a atreverse mirar más allá de sus sentidos, y aspiraciones que cierto día tuvo con los creadores.

Mientras tanto, le pidió al viento del Norte la llevara al centro de la imperiosa ciudad de los hombres. Se fue desintegrando poco a poco: en polvo, en partículas, y en soledades.

La comarca entera, admiró como en el centro mismo del mundo se iba formando una mujer de piedra lisa y brillante, y como su bella desnudez ponía a dormir hombre por hombre en el verdor del campo; la armonizada y cálida briza tría el retorno y el orden.

Es por tanto que hoy, se cuenta que los hombres de aquella lejana comarca, sueñan y tejen sus sueños, admirando a la Diana Cazadora, así le han puesto por nombre, pues dicen que aún sigue apuntando al conejo de la luna para no dejar de regalarles la buena noche.

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