martes, 29 de marzo de 2011

Marilù





Pues, dicen que murió en su cama. Yo antes que supiera eso, pensaba que entre sus tantos ataques de epilepsia, se había caído y había encontrado el golpe definitivo que acabara con ella. Pero no, dicen que murió en su cama, que todos estaban durmiendo y, al otro día le hablaron y no recibieron de ella: respuesta. Dicen que le estaban hablando, porque le iban a comprar el juguete de Reyes a su hijo como de ocho o nueve años, mentira tiene seis. Dicen, que el pobre se enteró de la muerte de su mamá y se puso llore que llore, ya a un lado de la casa, ya a otro lado. Bueno, pues Marilú dejó solito a su hijo, porque te cuento que decidió ser madre soltera. Aunque Lalo, el niño se llama Eduardo, no se quedó tan solito, porque tiene la familia de mi tío Ceferino. Total, pero a lo que voy es a decirte que llegamos al rancho en plena noche, vieras como llegamos levantando polvareda en plena noche. Había gente y mucha familia alrededor de tantas fogatas se pudieron encender en una tierra tan noble como lo es Huimiyucan, Hidalgo.

Mi tío Faustino estaba tomando de una botella, con tantos hombres después reconociera, como tíos, primos y demás; personas de familiaridad tan lejana como mis abuelas. Total, después de cruce de palabras, abrazos, condolencias sinceras, que voy acercándome con mi mamá al cuarto donde estaba Marilú, fallecida. El ataúd estaba al frente de la puerta, justo a unos pasos había personas maltrechas y afligidas. Los rostros desencajados se hicieron miradas escudriñadoras en cuanto mi madre y yo nos acercamos. Al pie del ataúd había un precioso arreglo de flores; en sus esquinas cuatro cirios que alumbraban todo lo necesario para llenar el sitio de sombras lúgubres y bailarinas.

Bueno, te cuento que el ataúd estaba abierto y Marilú no se veía, porque estaba cubierta por una sábana blanca, además, tenía un crucifijo en el pecho y un par de rosas, una blanca y una roja. Recuerdo que luego, luego identifiqué donde estaba la cabeza, bueno, además es obvio que los pies estarían dirección a la entrada.

Total, después de quedarme un rato inmóvil y solo, porque mi mamá se había ido a sentar ante el llamado de una señora que después supe era una de mis tantas tías tengo y desconozco tener; reflexioné, hice algunos padres nuestros en silencio. Y luego, y en verdad como que me traicionaba el sentimiento. Me sentí triste, arrepentido, no sé, con ganas de regresar el tiempo y decir que esto no podía estarle ocurriendo a mi familia, y menos a una de mis primas con toda una vida por delante.

Pasaron algunos minutos más, no sé, quería hacerme más a ella; desprender alguna rosa de algún arreglo y ponérsela en el vientre, su vientre ya estaba inflado. Pero no me atrevía a dar paso enfrente de la gente. Total, que me acerco, y a paso lento me postré cabeza gacha cerca del ataúd. No sé como estuvo la cosa, pero ya estaba yo tocando el borde del ataúd, con mi gorra en una mano y observando el crucifijo que tenía ella en el centro de su cuerpo. Mira que, primero creí escuchar como si crujiera alguna vela, algún cirio encendido en algún lugar de la estancia. Pero no, agucé mi oído y el ruido provenía del ataúd, como si quisiera levantarse Marilú y estrecharme, para que ya no la viera tan triste. Y sí que yo estaba triste, pero no al borde de las lágrimas. Pero has de saber que estas cosas de la muerte conmueven, y a mí como que se me aflojaron las lágrimas; apreté los labios tratando de contenerlas. Rezaba algunos padres nuestros y, que me calmo. Luego, le toqué las manos sobre la tela. Quería verle la cara, y lo hice; poco a poco fui levantando un pliegue de la sábana blanca. Ella estaba ya hinchada de la cara y no es broma, pero de su nariz se inflaba una bombita como si ella estuviera inhalando y exhalando aire. Miré su cara hinchada y amoratada, podría asegurar que no era Marilú; podría atreverme a decir que, la muerte adelanta el tiempo a los que fallecen. Sus labios estaban gruesos, tenía los ojos cerrados, y toda ella no era la Marilú que yo conocía; te digo esto y en verdad quisiera retroceder el tiempo y tener el don de devolver la vida. Pero no, sólo soy un familiar más, un espectador de la muerte, un candidato de lo irreversible. Bueno, acomodé de nuevo la sábana y escuché que mi mamá me llamaba desde la puerta. Dejé pasar unos minutos más, me persigné, y salí con la cabeza gacha hacía donde mi madre aguantaba mi presencia; salí con ella y tomé aire, pero fue como si me hubieran echado un aire desolado encima, que se me suelta el llanto, y en mi garganta un nudo que se me aprieta. Mi madre que me da papel, y que salgo yo a un lugar más alejado de tanta mirada había.

Me fui cerca de un corral, lejos de toda presencia y fogatas existían. Y que me suelto llore y llore, recuerdo estuve haciendo muecas, y diciendo tantas cosas para Dios y para mi prima. Total, regresé mis pasos hacia donde estaba todos: entrando y saliendo; desconcertados porque Marilú había explotado del vientre. La cosa fue que un par de horas más, nos despedimos para salir entre trompicones y una polvareda hacia México, pero se me descompuso la camioneta en plena carretera; más adelante me enteré había ocurrido una carambola de autos, porque un tráiler se había volteado. Bueno, dicen que Marilú fue sepultada al otro día, como a las dos de la tarde y que ya olía. Ahora entiendo, porque había cebollas y chayotes al pie del ataúd, y porque los sacerdotes mueren en carambolas de autos, en una región casi inaccesible para la vida, no para la muerte que anda en donde quiera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario