lunes, 7 de marzo de 2011

¡Déjame respirar!




¡Déjame respirar!


para el Pollo caído en la disco Divene


La verdad sí, yo estuve en la New´s Divine. Te lo digo no para levantar ámpula con mi testimonio, más bien para dejar claras las cosas que tanto vienen ustedes diciendo, pero espera, no quiero que salga mi cara, ya sabes luego los cuates te queman con eso de que ya saliste en televisión… ándale, sólo ponla así de perfil. ¡Bien!

Pues, qué te voy a decir, esa tarde del viernes 20 de junio fue la más negra y confusa para mí. La mera verdad yo me vine aquí a México a estudiar la prepa, y pues bien quería entrar a una discoteca así como la New´s Divine. Me puse de acuerdo con un vecino mío, se llamaba Jorge, le decíamos “Pollo”. Era alto y delgado, y además bien parecido. Ese día se animó a venir conmigo, porque yo traía buena feria. Total, saqué más dinero del cajón, y recorrimos la polvosa avenida de Eduardo Molina hasta el cruce con la calle 321, de la colonia Nueva Atzacoalco.

Como ya sabes para entrar a una discoteca tienes que hacer una fila descomunal. Era tardeada de 3 a 8, y entramos sin restricciones más que pagar 60 pesos al chavo de la entrada. Había ambiente, y por donde pusieras la mirada había chavos y chavas entrados al baile y la diversión. Algunos fumaban, y otros hacía lo mismo acompañados de micheladas y refrescos de lata. Todo era una fiesta normal y yo comenzaba a entrar en ambiente con la música que mezclaba el DJ Linux. Hasta que el dueño del inmueble tomó los micrófonos con la orden inmediata de desalojar, pues, la policía que estaba afuera iba a verificar el lugar buscando no sé qué; aunque de cuenta y palabra prometía que el siguiente viernes había entrada libre para todos. Obviamente los abucheos y mentadas no se hicieron esperar…

Mi cuate Jorge había escuchado el rumor de que afuera había patrullas, ambulancias y tres camiones de la RTP, además, de que habían entrado policías encapuchados y aguardaban en la planta baja, uno en cada escalón para impedir la salida. Todo era contradictorio. Pero la música siguió normal: los sudores, el calor, el cigarrillo eran de lo más normal. Hasta que diez minutos después el dueño, que escuché le decían “Freddy el Mayor”, mandó a apagar las luces fuertes y la ventilación. Allí fue cuando comenzó el desbarajuste y los malos entendidos. Yo dejé de charlar con una chica y bebí el resto de mi vaso, luego salí a ver si encontraba a mi amigo Jorge. Pero fui bloqueado por dos policías que me amenazaban con armas largas, diciéndome: “Te vamos a quitar la libertad, mejor danos lo que traigas de valor, mocoso...”

Varios chavos vieron entrar a más policías y emprendieron la estampida hacía las escaleras, entonces se escucharon varios tiros al centro de la pista. No había retorno, las voces que querían imponer el orden habían desquiciado todo, y los chavos comenzaron a caer accidentalmente por las escaleras; aglutinándose, y por lo tanto, empujándome con un policía del brazo hasta el centro mismo del problema. Nadie podía volver a subir los escalones, porque habían sido bloqueados por granaderos y policías. Tampoco, nadie podía salir por las puertas de emergencias, porque habían sido inmovilizadas con cajas de cerveza y tambos, así que sólo estaba la estrecha salida que nos cerraban los hombres de afuera, y quién osara salir al embate del operativo policiaco era reenviado al mismo sitio con golpes, y demás agravios inmerecidos...

Yo estaba sin aire. Se podía decir que me iba debilitando cada vez más. Todo el mundo se golpeaba y pisoteaba. Hubo golpes y arañazos entre chavos y chavas; desmayos, alaridos de que a alguien se le estaba incrustando un fierro; asfixias y toda la confusión y el dolor mezclado con gritos desgarradores que pudieran concebirse ante la turba contenida en unos cuantos metros cuadrados. No sé en qué momento el pánico se apodero de mí, pero quise subirme en las rodillas de un chico que había caído, más bien me subí en él, y traté con mi altura considerable de alcanzar una botella para romper la ventana y poder respirar, porque mis pulmones no aguantaban más e iba a desmallarme. Pero me agarraron de los cabellos y comenzaron a pegarme, hasta que me dieron un golpe tremendo en la cabeza y quedé medio inconsciente. Sentí patadas en todo mi cuerpo, pasaron sobre mí en una completa, barbará y loca desbandada.

Sólo minutos después abrí los ojos. Estaba tendido con otros chavos y chavas a mi alrededor; sobre el asfalto y con una ambulancia enfrente. Me habían abierto un ojo, y con el otro veía borroso. Todos se movían, unos quejándose y otros sacando y depositando más cuerpos, alrededor. Yo volví a cerrar los ojos como en un pesado sueño, pero clarito sentí como me sacaban los tenis, y el celular que traía en el pantalón. No podía más y me faltaba el aire, el dolor al respirar se me hizo enorme. Pero aún así dejé pasar unos minutos, abrí los ojos para luego, medio levantarme sobre mis codos e irme arrastrando a recargar en la pared de una estética, junto a la discoteca. Todavía, dentro se escuchaban los golpes propinados a la puerta que hacía freno en la salida de emergencia, toponeada por policías y granaderos.

Alaridos y clemencias de aire, era lo que poblaba mis oídos. Sangraba de la frente. Pero estaba a salvo, cerca de un carro negro que impedía me viera algún “agente del orden”; en cambio, yo sí vi como golpeaban a los chicos que osaran salir o, atreverse a reclamar para pedir informes de algún amigo, dentro. Recuerdo como a un chico, dos policías lo subieron a una patrulla y comenzaron a golpearlo; con una cacha de pistola lo sometieron y subieron al vehículo para luego bajarlo e irlo a tender con los demás chavos, y otros tantos que ni la ambulancia se podía llevar por paramédicos que seguro y cómplices de los uniformados robaron a cuanto joven se le ponía enfrente. A las niñas las tocaron y hurgaron; otros no supieron darle primeros auxilios ni al menos oxígeno, sólo las vieron morirse unas en el suelo y otras tantas, arriba de las ambulancias; vehículos que nunca aceleraron y sólo las torretas encendidas dejaron para el disimulo ajeno.

Total, que me vieron dos policías y luego, luego que me suben a un camión de la RTP, donde más golpes me dieron, hasta llegar con un médico en una oficina que hizo a más de diez desnudarnos frente a frente. Yo, que me vuelvo de desmayar golpeándome con una silla en la cabeza. Dicen que me dejaron solo, hasta cuando me desperté en el Hospital de la Villa, mi madre estuvo a mi lado.

Tres días después salí, en ruedas y cuello ortopédico pero salí. Me enteré luego de que Jorge había sido uno de los doce muertos fallecidos en aquella absurda estampida. En la televisión se hizo mucho revuelo. Los políticos se daban con todo en sus largas declaraciones; que si la Secretaría de Seguridad Pública, y la Unipol eran corruptas e ineficientes; que si la Procuraduría de Justicia ocultaba información por órdenes del Jefe de Gobierno. Hubo algunos funcionarios que dejaron el cargo, se ampararon y salieron volando para arreglar “otros asuntos legales”. A mí me ofrecieron ayuda psicológica que pronto me retiraron como mi silla de ruedas. Luego, me mandaron a la calle Serapio Rendón a buscar el IMJUVE, es la institución que me consiguió un empleo de mil quinientos pesos quincenales en la pista de hielo que estaba en el zócalo. Ahora estoy desempleado, y aunque salga en televisión seguiré sin empleo. Mañana y seguro hagamos la Marcha Silenciosa del Ángel al Zócalo. Sin embargo, yo siento que ya todo está perdido.


México, 2010.

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