
Acabo de cerrar la puerta de mi cuarto, Leonora, para encontrarme contigo. La última vez desapareciste de mí como el vaho de un espejo, pero hoy. Hoy no voy a hablarte bonito, de tus ojos claros, líquidos, inmensos, no, ni usaré esas palabras cursis y estudiadas que seguro sabes he usado con otras chicas. Hoy he decidido hablarte sin tapujos, y decirte que tú ganas. Voy a tratar de desaislarme, de no ser reticente al amor. Te confieso que yo siento cierto cariño por ti, admiro el ritmo de tu prosa que inspira, y el mundo de aire en el que te mueves, pero no siento ese sentimiento que podría llamarse platónico. Me siento solo, sí, no hay nadie a mi lado y estoy desierto. Quiero abrazar, besar, palpar, penetrar, sentirme querido, no con palabras, ni con suspiros; sino con manos, labios, genitales, corazón. Tú querías esta oportunidad, y hoy me tienes como a un libro, léeme. Tú dime en dónde quieres que esté y allí estaré, y si este recado cumple su cometido con aprobación espero no sea el primero ni el último. Adiós, Leonora.
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