domingo, 24 de abril de 2011

Muerte negra y chiquita


Para el poeta azul, Joel


Fausto Flores era un padre ejemplar y un laureado poeta. Para apegarme más la veracidad de los hechos era más poeta que padre de sus retoños, blancos y rosaditos. Cumplido con el gasto, amoroso con la esposa, cariñoso con perros y gatos, además, atento con el personal que laboraba en su lujosa mansión. Tenía todas las cualidades que un hombre exitoso y líder en el campo de las Musas quisiera tener. Y era el sujeto de la polémica y el debate al citar poetas contemporáneos, pues sus textos gozaban de un concienzudo análisis y reflexión de ciertos críticos, y afanosos de las letras.

Su única limitante eran las mujeres de piel negra.

Pasaba las noches enteras en el table dance 2, que estaba sobre la Avenida Central, bien viéndolas bailar, o bien fornicando con alguna de ellas, para que a menudo se dedicara el resto del día a escribir un estructurado y hermético poema erótico, echado sobre las islas de Ciudad Universitaria.

Y es que siendo apenas un chaval había tenido sexo con una sirvienta que hacía en veces de ayudante de la cocinera en la casa de sus padres, por lo que las mujeres con piel negra eran su perdición de sobremanera, así que no podía vivir sino fornicaba con morenas dispuestas a sólo abrir las piernas, sin discutirle las palabras inteligibles que les fueran dichas, pese de estar convencido luego de que su esposa nunca podría entender nada de su vicio, al tener siempre la piel blanca, y las ganas de tener poco sexo: “al grano, Fausto”, le decía ella, y él acometía sin al menos inspirarse en palabras muy de poeta.

Aseguraba, no obstante, que su viciado palabreo no resultara en lo más absoluto desapercibido, puesto que, al tener sexo con las prostitutas que sólo cobraban dinero, contribuían al menos en inspirarlo para seguir escribiendo la poesía que siempre lo ponía en boca de tantos.

Un día en que se encontraba inmerso en el cuerpo de una mujer negra, hizo su aparición una mujer de cara blanca y atuendo tostado que no dudó en asegurar que se trataba de la mismísima Muerte en persona, esperando el momento para cargarle el vaho negro recién concentrado de los abismos profundos.

Como era esperado, el lujurioso Fausto Flores creyó estar viendo a una Musa que tanto inspiraba sus poemas, pero a la recién llegada le bastó un par de frías demostraciones para dejar por sentado su presencia aquí en la Tierra.

Sorprendido, dejó penetrar a la negra, y prestó atención a la mismísima Señora Muerte, así que declaró con palabras rimbombantes el honor y el placer de tener la dicha de conocerle, además, de tener la oportunidad de saber la razón de su visita directamente y, cuál no sería su asombro al descubrir que la inquietante mujer se había presentado ante él con la inaudita intención de servirle para inspirar el más terrorífico poema que se haya escrito y leído por mortales en la Tierra.

Una vez hubo dicho el objetivo de su inesperada y fría visita, el desconcierto y el factor sorpresa, bajó con cierto reconocimiento, así el poeta hizo notar a su flamante compañera que tal proposición le parecía innecesaria, puesto que él era un poeta que sólo amaba al prójimo y por ende la belleza de las mujeres. Por lo tanto, no podía hablar de destrucción, caos y muerte, ni muchísimo menos del bíblico fin del mundo en unas cuantas líneas.

–Mejor hablemos de amor y sexo y placer… –le dijo–, y si no es mejor que vayas lejos de aquí a inspira a otros poetas.

– ¿Me estás retando? –fue la declaración más fría venida de la recién llegada–; poseo algo por lo que sé escribirías hasta de la muerte de tu Dios. Tengo a la mujer más atractivamente negra que puedas concebir en tu cabeza. La mujer que podría inspirar el poema más bello que en tu existencia pueda ocurrírsete.

Fausto Flores era un amante de la poesía y por supuesto del sexo a mujeres negras, ya creo se los he dicho.

Un hombre activo y pasional. Y un escritor profundamente filosófico a más no poder conciencia. Un escritor que colocaba la estética y el valor social del pensamiento y las letras sobre todas las cosas que puedan alcanzarse a dilucidar en la conciencia e inconsciencia del hombre.

Craneó la proposición con tal persistencia e inmaculada reflexión.

Meditaba idea por idea, consciente de que hubiera servido desde niño a la Señora Muerte y su vida hubiera sido mejor que la de Cervantes o Shakespeare, pero también consciente de que una cosa era escribir erotismo, y otra muy diferente conocer el amor, el sexo y la belleza de la mujer más atractivamente negra.

Se podía decir que era aquella una quijotada en verdad excesiva, todo para conocer la máxima excitación a la que puede llegar la natura humana, pero llegó a la conclusión de que su cabeza jamás podía inspirar el gran poema de su vida.

Terminó aceptando el trato, y la Señora Muerte con un blanco semblante cumplió a carta cabal su proposición.

Se escribió el poema más terrorífico y macabro que pueda concebirse para los mortales en la faz de la Tierra.

Sin embargo, Fausto Flores apenas tuvo tiempo de disfrutar del conocimiento de una bella mulata; cuando murió entre sus piernas, tal vez porque la Señora Muerte no quiso inspirar el poema más bello y erótico que pueda en letras concebirse para una mujer de piel negra.

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