domingo, 3 de abril de 2011

Reminiscencias


No creía en eso que dicen que, cuando mueres en pleno orgasmo y dentro de una mujer desfilan ante tu cabeza la vorágine de pensamientos y llamadas de seres queridos que imploran te quedes y no los dejes aun, y siempre le parecía una absurda invención, hasta que un día le tocó que, mientras jodia en un tugurio le llegaron a la mente los llamados de sus seres queridos, de su madre que le imploraba se quedara en la casa cuando niño la abandonó, la dejó a la merced del moho y el óxido de un catre viejo, pero él siempre había visto por su madre cuando toda familia se había retirado y olvidado de ella, y se acordó de las hermanas de su madre muy finas y adineradas que le pedían a gritos se quedar en este mundo, y llegaron flashes de cuando estuvo en la primaria y amigos le pedían que se quedara empujándoles el columpio, compartiendo el emparedado con jalea, y por eso permanecía el día entero con su cajita de desayuno en la mano pues ya vendría el amiguito que le pidiera un pedazo, y cuando el primo lloraba para que le abriera la puerta de su cuarto porque quería jugar con él, pero no siempre tenía el ánimo ni los juguetes en su casa, y en el momento en que se iba, se le vino a la mente el nombre de las mujeres que lo quisieron y aún lo querían, de la mayoría, y a su vez de los amigos del bachillerato, de la universidad, y también del llamado de su amigo de pecas rojas en las mejillas, de su novia, de su primera vez, aunque desesperado no logró recordar el nombre de aquella chica, y también del regalo de graduación que le hizo su padre por paquetería y nunca abrió, porque su padre había desquiciado su infancia y la vida de su madre, y también del profesor Teodoro, y del hijo del profesor Teodoro que le había ofrecido su amistad para luego desconcertarse de su distanciamiento, de su amistad de infante, y de la ramera que le decía que, le iba a ofrecer sexo como nunca en su vida, y cuando se le aproximaba la muerte chiquita, se le mezclaban los gestos de enojo, tristeza y alegría, él llegando al tugurio todo a perfumado y sacando bríos y despunte para con la mujer sentada en la barra que, ya estaba echándole el ojo, ya hasta había hecho una bebida a lado, y la mujer con las ganas, ansiosa como alguien que va a recibir un regalo en su cumpleaños, sonriéndole al gesto, indicándole se sentara a la mesa y que la esperara, dándole a entender que al fin de cuentas ella lo atendería, sólo había que indicarle al mesero le trajera su bebida y correspondiente liga, y la mujer se aproximó ante la mesa en circulo para ofrecer su servicio y compañía y, él sintió la agudeza de su encanto y su perfume de jazmín y pudo observar el desbordamiento de sus senos, y no pasó mucho licor cuando ya estaba en el privado con ella, se iba dentro de ella, descuajaringado, sus brazos sobre la espalda de la mujer que, desconcertada no escuchaba la emisión de algún sonido del hombre cuando jode y se deja venir en fervientes disparos y gemidos, pero él intentó persuadir a la mujer para que dejara de mover el culo, de apretarlo y contraerlo como sólo ella ha tenido en largos años de estudio, y las reacciones vinieron a su cabeza, todos los recuerdos se aglomeraban y pedían a gritos y flashes retrospectivos, salir, bullir como la luz de la mente, su madre implorando a lágrimas su regreso, las pericas de sus tías petunias llamando antes sus pies y gustos burgueses, sus amigos de primaria pidiéndole más fuerte en el columpio, la tarta con jalea esperando a un amigo en la cajita de su desayuno, su primo llorando por él frente a la puerta de su cuarto, los juguetes que tanto soñaba, el nombre de sus ex novias, y las mujeres que tanto lo querían, el regalo nunca abierto y enviado a él por su padre, el hijo pecoso de su maestro Teodoro, mientras la mujer esmerada en sus movimientos pélvicos gemía una y otra vez como sólo ella y sus estudios consuetudinarios, y como sabía que se estaba muriendo, gimió con fuerza y auxilio, la mujer se excitó y después muy cachonda tomaba las piernas del hombre, pidiendo más fuerte, culpando a su culo de hacerla muy feliz, y él pensó, me estoy muriendo de una tabicaría y si no le paro a esto, será un ineludible infarto, que sé yo, la vida y la muerte enfilándoseme de par en par, y conforme con su destino de partir se acordó de la primera frase de un poema de Israel Maldonado, debo morir pero eso es todo lo que hare por la huesuda, y en ese momento en que moría, no iba a dejar que esa estampa se hiciera cargo de su inexistencia, por tanto pensó en su fugaz paso por este mundo, en su madre, en sus primos, en sus mujeres que lo habían querido, y mordió el cuello de la mujer, ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!, y en ese instante la mujer con el dolor y la marca dental en el cuello, sin sabe a dónde correr, confusa y desconcertada por verlo caer secamente en el piso, lo miró con gran arrepentimiento, vergüenza y desconcierto, y él gritó: ¡Quiero vivir! ¡Quiero vivir!, que le perdonara Diosito, mientras su mente recorría a velocidad flash las reminiscencias de su corta y mal vivida existencia, y la mujer ahora entregada a el arrepentimiento y la conciencia, le levantó la cabeza con una almohada y le abrió la boca para meterle un calcetín y así evitar se mordiera la lengua, y él se acordó que estaba desnuda de pies a cabeza y con la pinga al aire, batido de semen, y se acordó de las llamadas de su madre, cuando lo encontraba desnudo en calores de verano y primavera, y le decía: tápate, ven aquí, regresa, y él se tapaba inmediatamente, iba con su madre y se abrazaban, y pensó, no voy a morirme así y sin calzones, no va a ser esa la imagen con la que, me verán mis conocidos, y contrajo el cuerpo, se curvo en el suelo como un gusano de maguey o un jumil en el comal, y en un instante brutal se le arrugó la pinga y se levantó, escupió fuera el calcetín de su boca, tronó su cuello a un lado, luego a otro y relajó su respirar y ya no pensó en nada que no fuera tranquilidad y sosiego del cuerpo, alma y mente. La mujer sentada en el camastro, se cubrió el cuerpo con una sábana. Él se puso camisa y pantalón, y salió descalzo del lugar hacia donde las voces lo llamaban.

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