jueves, 21 de abril de 2011

La cuchara inútil


Erase una vez en cierta cocina una cuchara que no quería servir, es decir, se la pasaba metida en el cajón más obscuro del grande mueble; pegado a la pared del fondo. Chacoteaba con los tenedores viejos y oxidados, pero en vez de aprender algo de ellos, se lo tomaba todo a cuento.

Era, pues, una cuchara sin importancia de servir. Todas las fiestas familiares, apenas se escuchaba la música en el aire, la cuchara se asomaba por una rendija carcomida del cajón, veía que la mantelería estaba dispuesta, se meneaba con gracia, como lo hacen las cucharas de madera al hervir dentro de alguna olla, y echa hasta el fondo del cajón, muy feliz de prescindir los servicios de su existencia. Carcajeaba muerta de risa con sus cómplices los tenedores chuecos y arrumbados, volvía a asomarse al agujero, y así se la pasaba toda la fiesta, mientras sus compañeras de estuche florentino se mataban trabajando batidas de todo a todo, porque mientras más sucia se encuentre una cuchara, es muestra de su humilde servicio.

Pero como las cucharas son muy cumplidas y serviciales, comenzaron a alzar la voz en contra del mal papel realizado por su penúltima compañera.

En el estante designado para la platería hay siempre, tenedores, cuchillos y cucharas. Pero siempre las últimas que tienen forma de cara tienen que cuidar la acción de la manija del cajón. Estas cucharas suelen ser grandes y pesadas, con gran experiencia de servicio de la vida útil, y tienen el cuerpo torcido y raspado porque a través de los años han servido de boca en boca.

Cierto día, pues, escucharon la carcajada de la cuchara ociosa, cuando iban a custodiar la entrada para que no entrara el polvo, reía y reía:

–Guarda silencio, compañera, o salte a servir, porque todas las cucharas debemos de hacerlo.

La ociosa respondió:

–Discúlpenme. Pero yo soy la chispa de vida aquí adentro. Platico con lo viejo, para que no muera el humor y el oxido se aleje de este reciento.

–No es cuestión del oxido ni del humor –respondieron–, sino de que sirvas en la mesa y encuentres el espíritu servicial para la cual fuiste hecha. Recuerda que esta es la primera llamada.

Y diciendo esto, la dejaron muerta de risa ante sus dientudos, y oxidados camaradas.
Pero la cuchara ociosa todo lo tomaba a cuento. Por tanto a la fiesta siguiente, un cumpleaños, las cucharas de cara grandota que custodiaban la entrada le dijeron con prontitud a otras nuevas carcajadas:

–Hay que servir en la mesa, no aquí, compañera. Vamos salga afuera.
En seguida ella contestó:

– ¡Pronto iré a servir, descuiden, pronto lo haré!

–No es cuestión de que descuidemos. Pero es que un día de estos debes hacerlo –le contestaron– y hoy es el día. Recuérdelo, compañera.

Y la dejaron seguir contando sus chistes, reluciente y muerta de risa.

Al llegar la gran fiesta de una antes niña que pasó a ser la quinceañera, ocurrió la misma situación.

Antes de que las cucharas pesadas y chuecas, sentenciaran, la ociosa recalcó:

– ¡Claro, claro, compañeras! ¡Esto en eso de salir afuera, a servir como todas, compañeras!

–No es cuestión de que nos llames para todo “compañeras”. Sólo acuérdate de lo que nos has dicho y dicho –le dijeron–, sino sirves… Al próximo cumpleaños, sólo recuerda.

Y prosiguió la situación, el jolgorio entre los tenedores viejos.

Pero al llegar la siguiente fiesta todo pasó como las demás ocasiones. Pero con la diferencia que el abrelatas se había extraviado, y comenzaron a buscarlo entre telas y sendos cajones de la estantería; pero no debajo de esta, pegado a la pared se asomaría.

La cuchara ociosa apresurada se arrimó al fondo del cajón, pensando en que ni una mano la vería. Pero en cuanto los dedos, sintió ya era demasiado tarde.

– ¿Servirá? –gritó la señora, en la diestra sujetaba una lata de chiles jalapeños.

– ¡Con esta ábrela! –sentenció la voz a una niña morena–. Este material aguanta hasta lo imposible.

Y diciendo esto fue introducida dentro la ranura que había hecho un cuchillo sobre una enorme lata.

La cuchara ociosa, sin saber qué hacer, lloró un largo rato; pero la mano delicada de la niña, torció su cuerpo; botándola luego a un rincón en donde se oxidaría con su lagrimas de por vida.

Finalmente, una mano amiga, la reunió en el mismo cajón con sus amigos los tenedores viejos.

1 comentario: