domingo, 19 de junio de 2011

Por siempre jamás, madre


Estoy bien, madre. Manzanillo medio me quiere. Aunque a veces te confieso, estoy a punto de desplomarme cual pinocho sobre la paciencia de sus polillas. Hace un calor del carajo, todo húmedo y aperlafrentes. Ayer en la noche conté gota a gota los minutos de mis noches que me hacen falta para morir y descender al infierno, porque con el peso de mis 24 años te diré creo poco en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Hoy la luz conciliadora del amanecer recorre palmo a palmo esta placidez fuera de lugar que en cuerpo me contiene. A media luz enternecido por la marchitez de tu piel que aún recuerdo, discurren las horas cual ojos diáfanos y crueles. No quiero que enfermes, madre. Me vine aquí para ser mejor hijo, para claudicar mis esfuerzos estériles y mis absurdos rituales de vida, moviendo mi destino con esa elocuencia procaz que me distingue. Ten fe, madre, volveré, sólo debo pastorear el tiempo con los trámites que la burocracia me pide de acuerdo con la ventura de Manzanillo. Te digo que, no soy ni la sombra de lo que allá fui, la soledad me ha disminuido el cuerpo, me ha tiznado la piel y afilado la voz con tal ingenio que parezco marioneta de mujer. Pero, tu Dios Padre, y tus oraciones me han de sacar de este entuerto, fingiendo para guardar las formas que, suspiran tristezas y desolación en este corazón desquiciado; lleno de espuma ácida que me estorba para respirar y seguirte contando. En fin, estoy bien, madre, a veces salgo en las noches radiantes de mis vísperas para sonreírle al pez vela que hace de monumento azul en el centro de Manzanillo; hay putitas pobres, morenas y tibias de sudor fosforescente que, cazan clientes de solemnidad, pero yo no quiero ni necesito comedero, guardo en mi estado otro mes más, porque estoy hecho de amores sin amor. Ahora bien, el diagnóstico inmediato, es hacerte llegar una felicitación por el día de las mamis, pero, ¿qué puedo hacer si no la quieres? Dices, que, soy mal hijo, porque te dejé y ni un adiós te dije. Total, conforme debes estar, sino estoy muerto, más bien lúgubre; si vivo enroscado como caracol en mi concha; si estos bochornos de calor me humillan y me ponen triste; si olvidé mis mañas de seducción. Entonces, déjame despedirme por siempre jamás con un beso, adiós, madre.

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