domingo, 19 de junio de 2011

La buena de Sodoma


El caos reinaba en la tierra, pero aún así había una vez una víbora gigante. Vivía en un lugar con arena blanca y aguas de manantial, y estaba muy tranquila en aquellos parajes porque era una víbora realmente hermosa, de un color e iridiscencia asombrosa. Pero un día cayó enferma por la presencia obstinada de hombres; y los disparos insignificantes que rebotan en su impecable cuerpo.

Comprendió entonces que solamente yéndose a las profundidades de aquellas claras aguas podía salvarse. Ella no quería abandonar aquel lugar en donde podía permanecer bella y radiante; y en los negros abismos se enfermaría cada día que allí estuviera obligada a permanecer. Saldría hasta que la olvidaran los hombres, su piel sin igual y sus ojos de amarillos diamantes.

Un día el viento le trajo la noticia de que pronto debía zambullirse y desaparecer al ejército de hombres, le dijo:

–Usted es mi compañera desde hace siglos, y el hombre mi amigo. Por eso quiero que se vaya a vivir lejos de aquí, allá en las profundidades, para que mi amigo el hombre no ambicione más de lo que los mitos puedan darle. Y como usted tiene mucha fuerza en su cola podría convertirse en la primera fuerza marina que mueva al mundo. Mueva la cola y las agua traerán la tranquilidad a las tierras de los hombres para que de este lugar se alejen, y yo le daré el impulso para emigrar a las profundidades.

La víbora gigante enfermó de la pura tristeza, y se fue a vivir a las profundidades, profundo, más profundo que la profundidad que imagina el hombre. Hacía mucho frío allá, y eso le ponía pálida y triste.

Vivía sola en la obscuridad, sus ojos rutilantes alumbraban lo necesario para ubicarse. Comía peces bigotudos y ancas plateadas; cazándolas con sus atractivos sentidos que magnetizaban cualquier especie carnosa y de buen sabor que en su vida tuvo la oportunidad de conocer en paladar de serpiente. Dormía bajo el vaivén de las corrientes marinas, y de plano cuando sus ojos de diamante tenían mal tiempo, se la pasaba soñando despierta, muy consiente ahora de poder sobrevivir con la gracia de su vista en medio del mundo obscuro y triste.

Había construido una casa con las algas más largas y resistentes, se había confeccionado una camiseta de piel de pulpo, para proteger su cuerpo de ventolinas marinas que ensombrecían su belleza, de lluvia, porque allá hay tormentas con colores pálidos del arcoíris.

La víbora gigante tenía otra vez un buen color, estaba ágil de cola y había logrado recuperar el apetito que conservaba desde que sobrevivió única en su especie. Precisamente una tarde en que tenía un hambre asombrosa, porque hace unas horas que había trabajado moviendo las aguas oceánicas ante una tormenta que más parecía un segundo diluvio, vio en la superficie un gran buque con una enorme ancla tirada y encallada en el fondo del mundo, y que trataba luego, trataba infructuosamente de elevarla. Era nada más y nada menos el buque de la realeza que dominaba todos los reinos conocidos y por conocer.

Al ver el tripulante la infructuosidad de sus esfuerzos, lanzó una orden a sus marinos para bajar a las profundidades. Pero la víbora gigante tenía el poder sobre el mar, agitó sus aguas para impedir la orden, embraveció el mar, y con el brillo asombroso de sus ojos hizo fundir la cadena que impedía el viaje del buque. Después originó una corriente que dirigió al buque a un lejano horizonte.

–Ahora… –se dijo la víbora gigante–. Voy a vengarme de los hombres, es la oportunidad propicia para apropiarme del mundo y sus hermosos parajes.

Pero cuando se apropió del buque, vio que transportaba a los niños más poderosos del mundo, y tenían los ojos y la boca más bella; muy diferente a la de sus perseguidores.

A pesar de que la víbora tenía enorme resentimiento y hambre, tuvo lástima por aquellos angustiados personajes, y los llevó por buen camino, hacía el descubrimiento de tierras vírgenes, les encaminó las buenas aguas para germinar el clima próspero, y poblar de gente buena aquellos hermosos parajes.

Los niños agradecidos por el destino que les había tocado vivir, inventaron cuantos mitos hoy existen de las criaturas marinas, su poder terriblemente bueno, y demás imaginaciones de ser buenas y terribles.

La víbora gigante quedó arrimada a una costa, y allí pasó días y días sin moverse.
El gran niño observaba como de una maldición se tratase el silencio del mar, y después como desaparecía el viento y las olas, hasta pronto congelarse.

La víbora gigante mudó de la piel por fin. Pero entonces fueron los niños de ojos bonitos los que aterrorizados, quisieron acabarle.

La víbora se agitó sin esperanza. Pero entonces fueron los cazadores quienes la defendieron, de las pedradas del buque. La trajeron al lugar de las tierras blancas y los manantiales.

Después no pudo levantarse más. El terror aumentaba conforme la fiebre la inmovilizaba al cuidado de los hombres. El cazador que buscaba su piel, y sus brillantes ojos, comprendió que la vida de la víbora era lo que mantenía hermosos los diamantes, y con una voz imperativa decidieron cuidarla y someterse a ella, a sus pasiones y a sus voluntades.

–Voy a morir –dijo la víbora gigante¬–. Estoy a la merced asesina del hombre, no podré recuperarme, y no tengo amigo alguno que pueda ayudarme. Voy a morir de hambre y sed.

Y al poco rato la sombra de la muerte ensombreció el lugar con un viento extraño, y perdió la consciencia.

Pero los hombres del lugar, y cazadores la habían escuchado y entendieron lo que esto implicaba, no dejarían que desapareciera aquella hermosa y terrible especie.
–La víbora gigante no nos ha amenazado con aniquilarnos, por ella el mar aún se mueve. Debemos curarla y protegerla.

Fueron entonces a las profundidades menos sospechadas y trajeron alimento y agua que pudiera salvarle.

Todas las mañanas, la víbora gigante recobraba el esplendor de su cuerpo y la conciencia iba poco a poco, recuperando.

El cazador mayor explicó a los aldeanos, y reyes de los demás parajes. Les dijo en voz alta:

–Estamos solos en el mundo, el caos va a volver a reinar nuevamente. Debemos unirnos y pensar en las criaturas más terribles, pueden servirnos y podemos domesticarle.
Y como ellos habían dicho, el caos volvió a reinar el mundo, más fuerte que antes, y perdió de nuevo la fe en un Dios que pudiera perdonarle.

Pero esta vez la víbora gigante los había oído, y se dijo:

–Si quieren a alguien que pueda salvarle de la perdición en la que ahora se encuentran… Puedo yo servirles.

Dicho esto, se quitó los ojos que germinaron en la tierra como varios diamantes, se los ofreció a los hombres; que le crearon una ciudad para poder adorarle.

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