domingo, 19 de junio de 2011

En los distanciamientos




Volveré, madre. Aunque tú ya tengas otros hijos de mejillas frescas y recién afeitadas. Pero que quede claro que, yo fui el primero que te hizo ser madre al fresco de tu primera noche desgarrada de marañas empantanadas, milagros y transfiguraciones. Sí, reconozco que se está acabando mi mundo, que los extraño y a cada rato caigo en el charco del inolvido, que las oleadas de zancudos hacen conmigo lo que quieren; que confabula la muchedumbre yuca con sus boleros callejeros y sentimentaloides. Pero al fin y al cabo de ti, volveré para hacer de mi vida una vaina decente, para reanudar mis pasos vespertinos en el Sistema Colectivo Metro, y coquetearles a las mujeres maduras de huesos pronunciados y gestos monumentales. La gente de aquí no me convence: mira sin ver, respirando como gatos inmóviles, pero luego interrumpen mi paso a la vuelta de cada esquina con sus descargas de ojos y sus voces granizadas de vidrio. Quiero hablarles con el silencio perfecto, darles una breve tregua de mi dolor y distanciamientos, decirles que me conmueven los cadáveres de sus gatos flotando en cada charco las noches en que las aguas se estancan. Pero ellas no me escuchan, ni me sonríen, sólo voltean para enseñarme sus dientes pelones. En fin, madre, quiero terminar este tu recado nunca entregado, me voy a desatar improperios contra mis subalternos, quiero decirles que Yucatán es el pedazo de tierra espuria e indescifrable; que se puede encontrar la tarde más intensa y brillante en el contaminado y acelerado D.F., porque las tardes allá mueren en las nubes de un rosado intenso y con alborotos de ave, y puedo encontrar el mar dentro de un caracol sin tantos engreimientos.

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