domingo, 19 de junio de 2011

El cantante


Las propiedades de Cleveland estaban en silencio. En altas horas de la noche, todos dormían, era fácil abrir la habitación donde descansaba el cantante, sin que se activara alguna alarma como tantas existían alrededor, penetrar despacio, cuidando con sigilo la espesura de la alfombra color vino, doblar hacia la izquierda hasta los pies de la cama con dosel en bajo relieve; la superficie de descanso estaba revuelta con sábanas blancas y cobijas varias –de lana, el doctor elegía el movimiento más adecuado, se sentaba a un lado de la cama y empezaba a preparar la dosis que traía concienzudamente en el bolsillo de la bata, hasta que el cantante abría de a poco a poco los párpados, localizando los escasos remansos de luz donde adivinaría una silueta, entonces había que apresurar la inyección en el cuello lánguido como a un pavo navideño, presionar sin mucha fuerza con el pulgar para no frustrar el intento, y el cuerpo ya estaba sin fuerzas para defenderse, asimilando el consecuente letargo de la muerte, contorsionándose terriblemente en el silencio: apresurando sus manos al cuello; el doctor le coloca las cobijas en la cara y se sienta a los pies, cabizbajo, esperando; a esas horas, almas en pena se extravían sin inmutar la atmósfera, sólo vagando, subiendo escaleras, pegándose a las paredes más altas de toda la propiedad convertida en parque de diversión, enseguida un infante fallecido hace tiempo, avisa a una niña empalada en las paredes de la habitación, su asfixia retorcida y el silencio, lo miran con las cuencas vacías de sus ojos, lo miran bajo las cobijas, un minuto después el cantante está rodeado por otras tantas en pena, sin aire y aterrorizado, inútilmente trata de liberarse de las cobijas y las voces de auxilio que atormentan y oprimen el paso acucioso de su corazón, mientras los infantes abarrotan la habitación, atormentándolo, el doctor gozaba sobre todo de la infalible determinación de unas cobijas cuando no podían atender el manoteo demandante de aire, las almas en pena eran infantiles y no entendían nada, tiraban de todos lados de las cobijas queriendo auxiliar al cantante, pero el cantante se retorcía con apremiante silencio, debía ser terrorífico lo que sentía bajando de su garganta a sus entrañas, los llamados de auxilio, y la inaccesibilidad de aire atormentaban su corazón, su vida, sus sentidos, se agitaban queriendo despejarse y era peor porque venía más almas en pena, algunas realmente ensombrecidas y tristes que clamaban auxilio y no soltaban la cobija hasta conseguir despejarla de la cara del cantante, un poco despertándolo del letargo de la inyección y otro tanto, tratando seguramente de darle nuevos bríos para destaparle a la vida, el doctor hubiera querido estar también dentro de las cobijas para ver cómo la inyección suministrada, estiraba los rasgos faciales del cantante; tronchándole las cuerdas bucales, tirándole las orbitas de los ojos hasta sumirlo en el letargo de la muerte.

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