domingo, 19 de junio de 2011

En nombre del amor



¿Has visto a un enamorado que, se ha adelantado a las vísperas de San Valentín? Pues sí mi estimado Chino, yo era ayer el indicio claro de ese hombre adelantado por un par de días al catorce de febrero. Iba con mi globote de corazón, un estuche que traía una almohadota rosa en forma de estrella toda adornada de tantos globos color confeti y serpentinas existen; mis chocolates en la diestra y un celular que ansioso sudaba mi mano. Vieras como ayer estuvo el día, te cuento que hasta el globo intento escapar de mí; la ves más chistosa y desesperada estuvo cuando iba a abordar el metro, pero pasando este a toda velocidad se lo llevó, vieras como iba todo yo: dejando el gran estuche en un lado y corriendo tras el raudo globo que al pie del andén casi velocidad colectivo metro iba alejándose de mí. Pero en grandes zancadas y desesperación le pisé a unos metros el popote y corté su carrera, también la carrera de una chancluda que quería hacerme el favor de evitar que el inflado fuese desbaratado por el ímpetu con el que el metro hacia su rauda parada. Pues sí mi estimado Chino, ríete, sólo a mí podrían pasarme esas cosas, pero ayer me puse la coraza del empedernido amante, y salí a la calle todo emperifollado en nombre del amor. Vieras, como me miraba la gente en la calle, hasta escuché comentarios y risas de chicas, decían, mira qué bonito, ¡ah qué lindo! No sé si lo decían por mí, o por toda la faramalla de listones y obsequios me cargaba para luego, subir escalones y más escalones, tratando de abrirme paso entre la gente que, me veía como tú y yo sabemos se ve a un pollito que cacaraquea en nombre del amor. Pensaba yo, sólo me hubiera faltado vestirme de rosa, o de rojo, pero llevaba una chamarra blanca, un pantalón negro y mi buena actitud. Total, desistí embutirme en el primer vagón del Metro, dejé pasar la oportunidad, no, porque no quería estropearme el planchado sino porque era tan grande el estuche y el globo que hubiera tenido que lógicamente abordar la misión. Pensé dos que tres veces acudir a Plaza Center en taxi, pero pronto llegó la mejor ocasión; el vagón está enfrente de mí, hay espacio. Entonces, pues sí me trepé todo, con todo y el andamiaje del amor. Todo eran miradas y buena actitud. El amor se huele, se ve, y es tan público a veces.

Llegué a la estación más cercana a Plaza Center, pero recibí mensaje de que ya no iba a ser allí, el tráfico había desquiciado los planes. Ahora, era en Bellas Artes. Total, allá iba yo subiendo escalones y escalones, regresando tras mis pasos para que en cuanto pasara el raudo colectivo naranja me arrancara la posesión del corazón inflado, y allá voy a dar tras él como un loco que evita complicarse la vida en nombre del amor. Total, ya regresando al estuche que había dejado atrás, lo tomé del cordel y partí plaza para sentarme y ver puestas en mí tantas miradas que no tenía yo más contemplación entre alternar mi mirada entre la ventanilla y el celular que recibía el mensaje del cambio de plan. Total, sólo había que aguantar el escrutinio. Aunque hubo un cabrón que, cerca de mí no me quitaba la mirada, hasta creo que se reía el muy cabrón, pero que me le quedo viendo, y ya le bajo a la chispa que ardía en mí, porque no era yo un payaso sino un amante que las vísperas de San Valentín lo habían contagiado antes de tiempo. Total, llegué al arribo, me bajé, escaleras eléctricas, miradas, con cuidado. Total, abordé otra línea, y por fin Bellas Artes. Yo sólo esperaba el visto bueno de la luz en el semáforo. ¿Por qué el semáforo no me habría paso como las personas en el Metro? ¿Por qué los conductores no paraban? Total, luz verde y mi corazón en vilo, pero mis pasos hacia el asta bandera de Bellas Artes. Así fue, siguieron las miradas, aunque por fin llegué a un lugar más indicado para saberme hombre en nombre del amor. El aire frio, el aire del mes de febrero. El globo a ratos quería volar, pero lo sujeté del popote entre un arbusto. Dejé chocolates y estuche en jardinera, y mandé mensaje en nombre del amor. Y la espera se hizo más larga, y más larga. Flechas y flechas de juguete iluminaban la postal viviente de Bellas Artes, subían y caían, y late que late mi corazón. Algunas chicas me veían, sólo les faltaba pedirme mi nombre, pero no. Yo la esperaba a ella, aunque decía que el tráfico seguía cañón. Total, en un rato, más bien un ratote, y yo masque y masque, ya ni el chicle me hacía distracción. Llegó un bolero y le dije que sí. Bromearon algunas chicas con mi globo de corazón, y quisieron que se lo regalase, pero allí ya no. Yo la esperaba a ella, hasta que por fin llegó, luego tuve que marcharme más ligero hasta del corazón.

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