domingo, 19 de junio de 2011

Espuma ácida, Manzanillo


Soy ese buque triste que se fue del Distrito Federal y está atracado en el puerto de Colima con los riesgos de estar vivo. Voy a hablarles con palabras breves y terminantes, nada de baldes y laberintos para este sabio triste de poco torcer la lengua y de mirada fácil. Tengo una índole de urgencia, de urgencia mía, de regreso y cierta melancolía por la vida defeña y sus aguaceros descarriados sobre autos y andenes anaranjados. Aquí mi fealdad es ejemplar, más que en Nueva York, más que bajo el Monumento a la Revolución, es una fealdad colosal; soltero y sin porvenir, periodista mediocre y extraviado de tal suerte que las miserias de mi vida pueden sumirse en la perfecta postración de seguir vivo. Tengo mejor formado el sentido del pudor social que el de la muerte por remolón y quejumbroso, por querer endulzar con miel de abejas mi edad en términos de vejez ¿Quién hoy glorifica la vejez? Si enriquezco hasta el delirio, soy ese hombre de curvas suculentas con dones múltiples, dedicado a la relectura errática de clásicos, de carácter fuerte y montaraz, pero listo para botarse a la basura bajo una noche libertina que, no escarmenté de tal suerte. Total, siquiera el sol de mayo estalla en: cara, brazos y piernas, hay que incubar el pelambre del inconformismo, aplaudir recio a la feria de Manzanillo, la buena índole de su gente, la pureza de su aire y de su luz.

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